Sé que tenía menos de cinco años el día en que me caí de un taburete porque aún vivíamos en Aluche. Tendría dos, o tres, o cuatro. Fue el día en que aprendí la palabra chichón y su significado. No recuerdo cómo aprendí el resto de las palabras de mi primera infancia. Sólo esa. No recuerdo cómo me caí del taburete, ni tampoco cómo llegó mi padre, aunque teniendo en cuenta cómo va ahora cuando se cae un nieto imagino que corriendo con cara de pánico, pero sólo lo imagino. En mi recuerdo yo ya estoy llorando y mi padre me tiene en brazos, y está tranquilo y no tiene cara de pánico porque ya ha comprobado que no ha sido nada grave, y me dice con su voz tranquila y tranquilizadora que no pasa nada y que solo es un chichón. Y después me pregunta, con su tono de voz de contar historias misterioso y fantástico y con un poco de sorna, que si sé cómo se curan los chichones, y le contesto que no, y me dice con su tono de eureka que comiendo pan con foie gras. Así que me preparó una tostada y me senté a comerla en el sillón acurrucada a su lado.
Recuerdo que en la tele había fútbol, porque recuerdo que era domingo por la tarde. Recuerdo también que al empezar a comer el pan con foie gras el chichón dejó de doler de una manera fulminante. Lo que no recuerdo es cómo quedó el partido, pero como esta parte no altera lo esencial del recuerdo, y no pudiendo apelar a una justicia universal por miedo a que una vez más no exista, voy a tomármela por mi cuenta, y ya que mi padre me quitó el dolor, me enseñó el poder curativo del foie gras, y que gracias a él aprendí la palabra chichón, su significado y su cura, diré que esa tarde jugaba el Atleti y que ganaba.
Qué menos.
Qué bonito recuerdo. Ahora chichón siempre te sonará a otras muchas cosas, todas buenas.
Ahora no, desde siempre 🙂