Mi adicción a las drogas

Llevo dos días saliendo a correr. Con la cantidad de veces que me he descojonado yo de los runners.

Me lo había propuesto para el nuevo año, y me ha costado una mentalización de tres meses, y que empezara la primavera.

Todo empezó por culpa del sedentarismo. No es que yo haya sido nunca un paradigma de actividad física, pero hace unos años mis rutinas diarias me obligaban a desplazarme andando y a mantener una cierta actividad. Eso me gusta. Me gusta andar o montar en bici para desplazarme, correr para llegar a tiempo, saltar porque estoy contenta o para cruzar pisando las líneas blancas del paso de cebra, bailar para expresarme, pero no andar sólo por andar, o por correr, o por montar en bici. El caso es que últimamente mis cambios vitales me han llevado a pasarme el día sentada en una silla, o sentada en el asiento del conductor del coche, o sentada en un sillón o tumbada en la cama. Esto no sería tan malo si no fuera porque, curiosamente, según transcurren los meses de apoltrone, cada vez tengo menos energías. Cuanto menos me muevo menos ganas tengo de moverme, y me estoy empezando a transformar en un ser apático y perezoso. Mierda de estilo de vida. Lo ideal sería que la propia vida implicara movimiento. Estamos diseñados para eso. Correr para cazar o para huir del león, caminar para buscar agua, saltar para recolectar… Veía el otro día Náufrago y pensaba en la suerte que tenía el tipo. Unos meses en la isla y ya era un salvaje en toda regla, con un cuerpo y una energía envidiables. Lo que daría yo por ser un salvaje.

Como ser analítico y observador que soy, he correlacionado mi ausencia de actividad física con ese estado de ánimo de apatía, aburrimiento y falta de energía. El problema es que el deporte como fin en sí mismo me aburre, y he desarrollado una gran resistencia a ocupar el poco tiempo libre que tengo con actividades con las que no disfruto, y más todavía a autoimponérmelas, porque a mí lo que me mueve es el placer (uno de los valores que más detesto es el aclamado «espíritu de sacrificio»). Así que pensé, ya que tengo poco tiempo, y quiero invertir en esto lo menos posible, voy a hacer aquello que me de más resultados en menos tiempo y que me requiera logística e inversión económica cero. Lo que los economistas llamamos un análisis coste-beneficio, en aras de resultar eficientes. Y lo que se me ocurre es correr. Correr es cardiovascular y aeróbico, que son las condiciones idóneas para que el cuerpo segregue los compuestos químicos que mejoran el ánimo, y solo tengo que ponerme unas zapatillas y bajar a la calle. En diez minutos como mucho ya he conseguido romper el círculo vicioso de la silla. No voy a disfrutar nada, pero al fin y al cabo son solo diez minutos. A ver qué obtengo.

Lo comenté en el trabajo, que tengo varios compañeros runners -es imposible no tener a ningún conocido que no se haya infectado-, de los que entrenan a diario, y corren medias maratones, y maratones completas, y conocen sus tiempos y los controlan, y saben también si son supinadores o pronadores… de esos. Y entonces hice mi anuncio, casi como quien claudica. Ah, sí? Y por dónde vas a correr? -me preguntaban triunfales- ¿Vas a buscar terreno duro o blando? ¿Vas a salir al campo o a un parque? No me va a dar tiempo a llegar mucho más allá de dos o tres manzanas en los diez minutos que pienso correr, cinco minutos de ida y cinco de vuelta. ¿Sólo diez minutos? Eso no es nada! AL menos tienes que correr media hora para que tu cuerpo empiece a notarlo y los músculos comiencen a trabajar. ¿Los músculos? Yo es que esto no lo voy a hacer porque piense competir con un keniata en Nueva York o porque aspire a convertirme en top model. Yo solo quiero mis endorfinas, voy a correr lo justo para recibir el chute químico -que no piensen ni por un instante que soy de los suyos-.

Tres meses más tarde de mi anuncio me he puesto por fin unas zapatillas y he salido a darme unas carreras. Tal y como preveía, he tardado alrededor de un minuto y medio en alcanzar la extenuación. He odiado correr desde que con doce años me obligaron a someterme al test de Cooper y para mí fue lo más parecido a una experiencia cercana a la muerte. Así que con calma, que no tengo espíritu de sacrificio y deseo mantenerlo lejos de mí. Tres o cuatro minutitos, paseo y otros tres o cuatro minutitos. Me siento como una completa imbécil cuando miro detrás y no veo ningún león, ni voy a perder un tren ni nada. Pero bueno, estoy aguantando el ridículo y las agujetas. Parece que después me siento frente al ordenador con más energías, aunque también podría deberse al sol. Las cosas que se pueden hacer por una dosis.

el cuento de la ofrenda de facturas, el sacerdote y las sacerdotisas

La diosa AEAT había requerido una gran ofrenda de facturas. Otros dioses ruegan vagamente, utilizando un mensaje ambiguo y críptico que necesita de chamanes, profetas u otro tipo de intercesores con el don de saber interpretar las órdenes del más allá, pero AEAT era clara y precisa en sus instrucciones, exigente, caprichosa. Dice qué, dice cuánto, dice cuándo y dice cómo. Por escrito y mediante correo certificado.

Las tres sacerdotisas erigieron un altar donde colocar las ofrendas, que se apilarían en siete montículos siguiendo el estricto orden divino, y comenzaron con la colecta de facturas, y con ellas, los siete pilares su lento ascenso.

El trabajo era laborioso, suerte que los dos días sagrados en que el trabajo está prohibido, les proporcionó a las mujeres el gozo y la energía necesarios para poder cumplir con la ofrenda en tiempo y forma. Al tercer día, poco después del amanecer, las tres se reunieron de nuevo alrededor del altar, invocaron la alegría de sus dos días de ocio y se regocijaron en los placeres recientes antes de continuar con su misión.  En ese momento apareció el sacerdote.

¿Qué hacéis alrededor de esta mesa? preguntó él.

Pues adorar a la diosa AEAT y urdir un conjuro para ver si así las facturas se buscan solas… pero nada. Igual, si le ofreciéramos otro tipo de sacrificio, uno humano, a ti, por ejemplo…. (el sacerdote ignoraba que hay momentos en los que el silencio es el mejor aliado)

¿A mí? No me haréis eso, que soy el único sacerdote de la oficina del lugar.  A mí me tendríais que cuidar, con lo solo que estoy….

Las sacerdotisas, clementes y piadosas, conscientes de estar cediendo a un chantaje emocional, cedieron no obstante. Abandonaron la invocación de la alegría y los placeres recientes, y se enfrentaron a su destino. Buscaron y buscaron las facturas, las fotocopiaron, las apilaron, y las ordenaron siguiendo el caprichoso designio divino, sacrificándose ellas mismas, sus espaldas, -hay tres tareas incompatibles con una espalda sana que todo mortal, sacerdotisa o no, debería evitar, o al menos, practicar con moderación: fregar platos, planchar y hacer fotocopias-, las yemas de sus dedos, su sentido del humor con lo tedioso del trabajo requerido, sin reparar ni concentrarse en otra cosa que no fuera acabar a tiempo.

El último día, cinco minutos antes de que finalizara el plazo concedido por la diosa AEAT, el sacerdote se acercó al altar, interesándose por la ofrenda (el sacerdote continuaba ignorando que hay momentos en los que el silencio es el mejor aliado)

¿Cómo lo lleváis? ¿Os puedo ayudar?

Sí, ya, a buenas horas, contestaron ellas con la acritud propia de quien lleva varios días sin descansar.

Bueno, bueno, pues si no queréis estas dos manitas….

Las tres mujeres consiguieron reunir la ofrenda tal y como había la solicitado la AEAT, que estaría disfrutando ya de la revisión de sus facturas, perfectamente alineadas y ordenadas, examinando satisfecha la pulcritud del trabajo bien hecho, ensanchando su ego al comprobar el respeto y la obediencia que la gran mayoría de los mortales aún le profesan.

Terminado todo, las sacerdotisas se prepararon para abandonarse a su merecido descanso. Pero antes de hacerlo aún tuvieron tiempo de arrepentirse de su clemencia, y gozar recreando libre y mentalmente las imágenes de un sacrificio humano, el del único sacerdote masculino, cuya muerte, lenta y dolorosa, jamás llegaron a consumar.

Qué hay entre el yin y el yang

El último día de mis últimas vacaciones quise despedirme del mar, con la intención de conectar por última vez, hasta dentro de un año al menos, con él. Bautizamos esa conexión como la conexión con el universo. Lo llamo conexión porque no se trata de ir a la playa para tomar el sol, para leer, para hacer un crucigrama, para dar un paseo ni siquiera para pensar en mis cosas. Es decir, no se trata de buscar un decorado ni un entorno. Se trata de ese momento en el que consigo no pensar en nada. Sólo sentir. Sentir la brisa, escuchar la arena que habla, bajito, casi susurrando a esas horas, el rumor periódico de las olas, formar parte. Hasta lograr una semi inconsciencia. Sentir y ser. Es mágico.

Por eso, el último de día de las últimas vacaciones, fuimos a la playa con una toalla a última hora de la tarde, cuando los bañistas están saliendo de forma masiva y la playa se queda a medio habitar, y el entorno es espacioso y calmo. A pesar de todo lo que tenía en la cabeza: las maletas, recoger la casa, acordarme de cerrar agua y luz, del viaje de mañana, buscar ruta, de mi adicción a La casa verde, que ne ce si to seguir leyendo, y otra serie de pensamientos de poca hondura que habitaban mi cabeza, a pesar de todo ese barullo, la última tarde de las vacaciones me había empeñado en conectar, y estábamos cumpliendo con las pautas propiciatorias.

Sin embargo, y quizás para demostrar que no siempre se puede planear todo, al llegar a la playa encontramos un imprevisto que amenazaba muy seriamente la tranquilidad necesaria para mis fines. Había instalado un pequeño atril cubierto por una estructura de madera y telas blancas ondeantes, un montón de sillas, una alfombra roja, flores, y una multitud personas, todas ellas vestidas de blanco, así como algún otro detalle que, de forma inequívoca, indicaba que, en la playa, la última tarde de mis últimas vacaciones,  donde yo acudía en busca de un ambiente calmo para conectar por última vez con el universo, se iba a celebrar una boda.

Nos alejamos cuanto pudimos de allí y los pocos bañistas que quedaban se habían arremolinado alrededor de la carpa ceremonial para curiosear, de modo que la playa se había quedado casi en exclusiva para nosotros. Aún había esperanzas. Sólo tenía que tumbarme y empezar a dejarme llevar, y sacarme de la cabeza la boda, a Lituma y Bonifacia, lo que no podía olvidar preparar antes del viaje de vuelta y todo lo demás.

Es posible que lo hubiera conseguido si no hubiera sido por el uso de la microfonía en la ceremonia y la buena acústica del lugar gracias al fuerte viento de levante. Yo no tenía ningún interés en seguir el acto, pero los altavoces no me dieron opción. Fue corto, eso sí, a lo sumo quince minutos. Hablaron varias mujeres, imagino que amigas del novio o la novia. Todas ellas nombraron a dios al más puro estilo católico, con comentarios de tipo dios es amor, y demás. Me irrité. Y por qué te irritas, deja a la gente que se case como quiera. Si se pueden casar como quieran, pero no entiendo por qué, dado que los novios son religiosos, no se han casado en una iglesia en lugar de montar una boda civil de estilo ibicenco -sin ser esto Ibiza-, en la playa, y además, y precisamente, esta última tarde. En ese momento asumí que la conexión sería imposible, de modo que saqué La casa verde y me dispuse a una lectura voraz, para conseguir llegar al encaje de historias, personajes y espacios temporales y geográficos, brutales todos ellos, que ya vislumbraba en ese libro puzzle.

En eso estuve hasta que de la carpa llegó un sonido de tambores. Los novios habían contratado una batucada, y la verdad es que eso sí no lo había oído nunca en nupcias. De los discursos acerca del amor de dios y los hombres me puedo abstraer fácilmente, pero de la música no. Los tambores me atraen. Me pregunté qué demonios tendría que ver la batucada con los novios, porque a juzgar por el acento, eran locales y no de Salvador de Bahía. Quizás algún interviniete tocara en un grupo. Tampoco es tan raro, el rubio toca en uno. Pero si tuviera que apostar, lo haría a que la elección se basó en la sugerencia de su agencia de bodas únicas y diferentes, que les diría que se olvidaran de la salve rociera por ordinaria, de Puccini ni hablamos que la ópera era de hacía dos temporadas, y que lo vintage ya estaba muy manido así que el jazz imposible: lo que de verdad marcaba tendencia en el mundo de las bodas únicas y especiales, claramente, era la percusión brasileña.  Y ahí estaban, sin repiques, pero ahí estaban. Nada. Olvídate también de leer.

Tratando de controlar mi irritación en aumento me dispuse a contemplar el atardecer. Y eso hice, hasta que, entre el crepúsculo y yo misma, se interpusieron los novios para su sesión de fotos de ensueño. La novia, entrada en carnes, siguiendo las indicaciones del fotógrafo, se sostenía en los brazos del novio inclinando el cuerpo hacia abajo hasta dar con la cabeza en la arena mientras levantaba una de sus piernas, en un equilibrio dudoso que no evitaba que el novio mirara, siempre muy intenso, ora la punta del pie estirado, ora la cabeza de su amada,  en la que sería la primera de una larga serie de posturas todas igual de naturales y espontáneas. Posiblemente hoy alguno de los dos recién casados necesite estar llevando un collarín para sostener las cervicales después de semejante sesión. Para terminar, al novio, alto, apuesto y azul, le dedicaron una sesión individual, mientras corría por la playa sujetando por sus correas a tres o cuatro canes, seguramente cedidos por la agencia, si es que no cedieron también al novio, que posaba corriendo y saltando de vez en cuando mientras miraba y sonría al fotógrafo.

Eso fue más de lo que pude soportar y di por terminada mi despedida. Mientras sacudía la arena de la toalla me hacía preguntas. Por qué me irrita tanto la falta de autenticidad de la gente, me hacen algún daño sus ridiculeces? no, físico al menos. ¿A alguien? a sí mismos nada más, pero no creo que sean conscientes. ¿No tengo yo mis contradicciones e incoherencias? cada día. No tengo ningún motivo para que cosas así me irriten tanto, pero lo hacen. Pensé en la Guerra de los mundos. Me pregunté qué pensaría el hombre de Putney Hill acerca de los esnobs. Y pensando en marcianos asesinos asolando la tierra se me dibujó una sonrisa.

corrientes circulares en el tiempo

  • Que me da igual si se llama Martín el Humano o Fernando décimo!
  • Dices que te da igual, pero luego no te da igual.
  • A mí sí pero a tu profesor no, así que también te lo tienes que saber, a mí lo que me importa es que sepas el qué y el por qué, no su nombre, la historia al fin y al cabo. Te lo has leído una vez en diagonal y a duras penas recuerdas unos nombres sueltos que no significan nada porque sabes que después voy a llegar yo, me lo voy a leer, y te lo voy a contar, lo que viene siendo que yo te voy a estudiar el examen, ¿sí o sí?

El niño rubio resopla, está tan aburrido del curso que no sabe si podrá sobrevivir a la última tarde de estudio, ni siquiera al último sermón materno, por mucho que sea consciente de que es el peaje por aliviar un poco la tortura medieval. La madre resopla, se infunde ánimos en voz baja, se propone no perder la paciencia con el último examen del curso y se resigna a bajarse al barro y a estudiarle al hijo el dichoso reino de Aragón en la primera mitad del siglo XV. Coge el libro, lee en voz baja y en diagonal, y tras un suspiro, se lanza con la dinastía de los Trastámara:

  • Cuando muere el rey Martín el Humano que no tiene hijos, surge un problema. Hay dos candidatos, Fernando de Antequera (el Trastámara), y un tal Conde de Urgel.
  • Sí, pero aquí se resuelve bien el problema, porque llegan a un acuerdo y no estalla una guerra por la sucesión como pasó en Castilla.
  • Pues sí, no hubo guerra, pero tanto como acuerdo no diría yo. Por lo visto Aragón y Valencia apoyaban a Fernando y Cataluña al conde de Urgel. Y ya sabes lo que pasa con el dos contra uno, de ahí las tensiones después entre Fernando y las cortes catalanas, que no estaban del todo conformes, no lo reconocían, y boicoteaban todas las propuestas del rey. La cosa es que Fernando muere pronto, y hereda el trono su hijo, Alfonso el Magnánimo, y las tensiones fueron a más. Incluso fueron motivo de disputa las expansiones territoriales por el mediterráneo, que favorecían la economía catalana.
  • ¿Por qué lo llaman magnánimo si tiene tensiones con las cortes catalanas y con la nobleza?
  • Pues no sé, habrá que saber por qué eran esas tensiones…. Aquí llegamos a la época de crisis. Claro, estamos a principios del XV, la población había sido diezmada por la peste y las guerras, había menos cosechas porque había menos gente para trabajarlas –es lo que tiene morirse en masa-, y los nobles en Cataluña –al igual que en Castilla- habían decidido que la crisis no iba con ellos, y que si disminuían sus ingresos porque se les habían muerto los campesinos, los que quedaban vivos iban a compensar las pérdidas pagando más impuestos.
  • Vamos, como ahora.
  • ¿Lo ves? Si no es tan complicado…, ¿y qué eran los campesinos de remensa?
  • Payeses de remensa, mamá. Pues los campesinos libres teóricamente podían ir a trabajar donde quisieran, pero para abandonar las tierras de un noble tenían que pagar un impuesto. Cuando la cosa se puso fea con la crisis, para evitar que los campesinos huyeran en busca de condiciones mejores, los nobles subieron los impuestos que debían pagar por abandonarlos hasta un límite imposible, así que los campesinos se quedaban adscritos en la práctica a un señor, y a merced de las condiciones que quisiera imponerles. Y esos campesinos que no podían abandonar sus tierras eran los de remensa.
  • Eso es, y a esto hay que sumarle los malos usos, que eran las condiciones abusivas que imponían los nobles a los payeses que no podían marcharse. Bueno, pues la cosa es que el tal Alfonso el magnánimo, que igual por eso lo llamaron así, quiso acabar con las remensas y los malos usos, e impuso una ley a los nobles que las prohibían. Pero los nobles se negaron a acatarla, y entonces se produjo una revuelta campesina.  Al final, el rey, harto de las tensiones con los nobles  y mucho más satisfecho con sus conquistas por el Mediterráneo, se termina largando a Nápoles. Y la cosa, con el rey fuera,  se termina de desestabilizar. Con su sucesor, su hermano Juan II, estalla la guerra civil.
  • ¿Y por qué los campesinos no protestaron antes con las condiciones que les imponían?
  • Pues porque en general las personas somos muy de aguantar, tenemos una cuerda muy larga. Y porque además, los campesinos estaban acostumbrados a obedecer y a respetar las normas que les imponían. Consideraban que no tenían ninguna fuerza ni poder de negociación, algo así como “y yo qué voy a hacer si soy un simple campesino, contra el señor, que tiene castillos, y caballos, y armas, y perros”. Es la cultura de la resignación y el sometimiento. Sin embargo, en número, eran muchos más campesinos que nobles.
  • Bueno venga, la guerra civil, a ver si de esto te sabes algo.
  • Pues que lucharon y al final ganó Juan….. ¿segundo?.
  • Y dale, que sólo te has mirado los nombres en negrita, ni te lo has leído…

(El niño rubio se despanzurra en la silla, con la cabeza hacia atrás y cara de dolor, temiéndose un nuevo sermón, y piensa que es injusto que a una persona sólo se le pueda juzgar y condenar una vez por un mismo delito, mientras que una madre no tenga fijado un límite legal de juicios y sermones para sus descendientes. Carta blanca para el reproche ilimitado. Si ya sabe que no se lo ha estudiado, ¿para qué insiste? La madre lo mira y se contiene, y piensa que si ya sabe que no lo ha estudiado, para qué insiste? Así que suspira y se lee la pregunta llamada “La guerra civil”.

  • Bueno, pues así las cosas en el campo resulta que mientras, en la ciudad, había dos partidos. Por un lado estaba la Biga, formado por la alta burguesía y la oligarquía catalana, un grupo reducido formado por las personas de mayor poder económico, que eran las que ostentaban todos los cargos municipales. Se hacían llamar “los honrados”. Por otro lado estaba la Busca, que era la agrupación de pequeños artesanos y comerciantes, asfixiados por la crisis, que querían acceder a los puestos de poder municipal para tratar así de recortar los privilegios con los que los oligarcas preservaban sus riquezas.
  • Vamos, como el PP y Podemos ahora, no?

La madre se cuestiona si no debería dejar de poner el Intermedio por las noches.

  • Es un tanto reduccionista, pero si a ti te sirve….
  • ¿Y entonces?
  • Entonces estalla la guerra civil, que por lo que dice en tu libro tiene dos bandos: por un lado está el rey que se alía con los payeses de remensa y con el partido de la Busca. Y por otro la nobleza, el clero, y el partido de la Biga. Al final, efectivamente, gana el rey Juan II y termina doblegando a la nobleza. Pero jamás solucionó los problemas de los remensas.
  • ¿Por qué? ¿El rey no hizo nada? Pero si le habían ayudado a ganar la guerra. Los campesinos lo habían apoyado luchando durante diez años!
  • Sí, pero ya ves, una vez recuperado el poder, se le olvidaron las promesas.
  • Vamos, como ahora, no?
  • Oye, si tienes curiosidad, esto continúa con el hijo del rey Juan II, Fernando el Católico….podemos investigar cómo acaba…

El niño rubio ve su oportunidad, se arrima de nuevo al teclado, se pone sus auriculares, y antes de irse para el resto de la tarde, replica:

  • No te lo tomes a mal, pero puedo esperar al curso que viene…
  • Yo también.

extracto de estudio acerca del desconcertante universo femenino.

Lo que bien podría haber parecido una amistad entre colegas no era otra cosa que un interés común por avanzar en la investigación acerca de la naturaleza femenina. El legislador y el cuestionador gozaban de la complementariedad necesaria para para poder desarrollar con éxito esa misión de marcado carácter científico que ya habían emprendido, aún sin saberlo, desde el mismo día que nacieron. El destino fue el responsable de que un día sus caminos se cruzaran en el mismo departamento de una empresa de consultoría informática que prestaba servicios a grandes bancos como el Banco Rojo y el Banco Azul. Allí, juntos, comenzaron a elaborar teorías, compatibilizando el estudio de la mujer con la consultoría. Y ellos que, ingenuos, habían pensado que esa era su profesión, única y exclusivamente por el hecho de ser retribuidos, descubrieron juntos su vocación científica por el estudio del desconcertante universo femenino en laboratorios con gin tónics.

La última vez que quedaron para hacer ciencia fue el pasado lunes, después del reciente despido del legislador, cuyo motivo según él mismo explicó, se hallaba en su esmerado cuidado del cliente –en su caso el Banco Azul-, su pro actividad, su dedicación y su profesionalidad. Si se hubiera dedicado en mayor medida a sus estudios científicos en detrimento de su trabajo remunerado, aún continuaría con financiación a fin de mes. Ese día, y aunque ya había comenzado Septiembre, y a pesar de tratarse de la gran ciudad, la soledad y el desierto de las calles en pleno centro histórico, recordaban a los de un pueblo castellano un domingo de agosto a la hora de la siesta, o uno americano del lejano oeste, polvoriento. Sólo faltarían los remolinos de paja invadiendo las calles.

Quizás por eso, y a pesar de que la calle del Nuncio es bonita, a pesar del moderno sistema de vapor de agua instalado en esa terraza-laboratorio, a pesar del turismo, a pesar de que ya había comenzado el horario comercial, sólo estaban ellos. Y quizás porque sólo estaban ellos, y porque el resto de la ciudad pareciera haber sido abandonada, dejaron de lado las normas básicas de buen gusto y discreción a la hora de poner en común sus avances, y lo hicieron como si sólo estuvieran ellos.

– Ninguna mujer, ninguna, se hace cincuenta kilómetros en coche para tomarse un café con un tío si no es porque le quiere comer el rabo –sentenció el legislador como resultado de sus muestreos.
– ¿Tú crees? –espetó el cuestionador.
– Seguro
– Pues yo me he hecho unos cuantos kilómetros en coche para tomarme un café contigo y no te quiero comer el rabo.
– Yo a ti tampoco te quiero comer el rabo. Pero es que tú eres un tío, y yo también. Tú hazme caso, eso es así, tú ni preguntes. Si ella está dispuesta a tomar café contigo y recorrer para ello cincuenta kilómetros es que te lo quiere comer. Además, con las mujeres es imposible hablar.
– Ya. Las relaciones son muy complicadas.
– Complicadísimas. Y ya cuando tienes suegra mucho más. Las mujeres te enredan y te ves en situaciones inexplicables en las que pierdes siempre. Así que tú, de momento, disfruta. Mira, por ejemplo, las mujeres suegras, la mía. El otro día voy a comer a su casa. ¿Cómo está la tortilla, hijo? Muy buena, gracias. ¿No crees que admite un poco más de sal? Bueno, es posible que un poco más de sal admita, sí. Ay!, otra vez, si es que siempre me hace un feo, siempre poniéndole pegas a todo lo que hago en lugar de agradecérmelo, hija, podías decirle algo a tu marido…. Y yo mira que he intentado hacerle ver a mi mujer lo absurdo de la situación, pero es que a ella le parece normal. Está acostumbrada. ¿Ves?
En ese momento suena el móvil del legislador. Sí, cariño. No, vuelvo en seguida, no, sí, sí, sí, te quiero.
– ¿Ves? Llamada de control. Que dónde estoy, que si voy a volver pronto, que a qué hora… Las mujeres son controladoras. Ya te lo digo yo, aprovecha ahora….

Exhausto después de enunciar la tercera ley sobre el género femenino, y para celebrar lo fructífera que estaba resultando la tarde, el legislador llamó a la camarera y le pidió otros dos gin tónics. El resto del tiempo del que disponían se lo concedieron de recreo, y lo agotaron conversando acerca del bosón de higgs.