Por qué es real lo real.

(Por Pablo C., que no tiene cuaderno, y es joven, y no piensa en guardar ni en conservar, solo en vivir. Pero igual que hace poco le dio una obsesión con sus fotos del pasado, y me pedía y yo se las suministraba a miles -cosas del formato digital-, y me siguió pidiendo hasta agotar los 15 gigas del drive, y le gustaba verse y descubrirse, quizás, dentro de unos años también le guste leer esto. Es una redacción que preparó a principio de curso, en una de sus primeras clases de filosofía. )

«Nosotros, las personas, la especie humana, tiene un concepto muy definido sobre lo que es real y lo que, físicamente, no lo es. Nos basamos en nuestra vida para explicar la gran mayoría de sucesos. Mirando a nuestro alrededor podemos observar las mesas de madera con sus no muy altas patas de metal, o las sillas, o las pizarras, o incluso al resto de nosotros. ¿Cómo podemos saber que los demás seres que vemos todos los días son reales? Los vemos, los podemos tocar, oír, oler, y, a algunos, saborear. Sin embargo, pensemos en el aire: ¿se puede tocar el aire? No, pero es la fuerza que te frena al correr. ¿Se puede oír el aire? No, pero lo sentimos cuando sacudimos en él un palo rápidamente. Podemos escuchar el contacto que estos hacen al chocar sabiendo que no es vacío lo que está frente a nosotros.

Y por último, pensemos en los átomos y en sus electrones, en la física cuántica. ¿Nunca habéis oído hablar del experimento de los electrones y las rendijas? Este experimento consiste en dos pistolas de electrones apuntando hacia dos rendijas, por donde, según la lógica, deberían pasar ya que no hay nada que los haga cambiar de dirección. Sin embargo, lo curioso es que cuando se observa de cerca, todos los electrones pasan por una única rendija a pesar de que cada pistola apunta a cada rendija. Y lo más curioso todavía es que, cuando no se observaban las rendijas, los electrones se estrellaban en todas las zonas posibles, como si atravesaran el metal con el que las rendijas estaban hechas, mágicamente.

Entonces, si los electrones, parte de nuestra composición corporal, se comportan así, ¿por qué no todo lo demás? ¿Cómo sabemos que, mientras no miramos, todo lo demás desaparece, y es solo cuando miramos que vuelve a aparecer?

Igual que la luz. Si bajamos todas las persianas de casa y apagamos todas las luces, no veríamos absolutamente nada, ya que es la luz la encargada de entrar en nuestra retina y dar color a lo que vemos.

Imaginaos ser todos daltónicos y , de repente, poder ver los colores perfectamente, ¿cómo os sentiríais? Probablemente raros, como si todo aquello hubiera estado ocultado a vosotros, o incluso, como si os estuvieran engañando ya que ese es el modo en que habíais visto el mundo hasta ahora.

¿Y si el mundo no es realmente como lo vemos?

¿Y si nada es como creemos que es?

¿Por qué es real lo real?»

 

Blade Runner 2049

La miraba. Mientras estuve en el escenario y me temblaban las manos no me di tanta cuenta de que la miraba tanto. Claro que sé que miraba a mi hermana, pero no de una forma tan consciente. Solo de vez en cuando levantaba la vista y ella me sonreía de esa forma tan completa, con la boca y con los ojos, y con los pómulos y con el flequillo y con las manos, y yo pensaba, vale, voy bien. Creo que algunas veces hasta me crecí y gané un poco de confianza. Temía comportarme como un palo cuando tuviera que salir a cantar, pero creo que cuanto más la miraba menos palo era y menos necesitaba mirarla. Cuando acabó y fui a buscarla ya se había ido. Aunque haga tanto tiempo que no vivamos juntas, ni tengamos un trato frecuente, me ha bastado una mirada suya para sostenerme. Qué frágiles somos.

No sabe muy bien Mariana cuánto nos acordamos de ella. Era baterista. Era una fuerza de la naturaleza. Iba a ser grande. Iba a marcar una época. Se fue a Barcelona a buscar un maestro, y al llegar allí dejó la música. Por completo. Estudió medicina oriental y ahora se dedica a sanar mediante técnicas milenarias. Parece todo muy raro, pero es que la vida es muy rara casi siempre, hasta cuando parece normal. Raquel y yo emprendimos el análisis hacia el por qué a veces aquello para lo que has desarrollado tanto talento te hace daño. La presión de tener que ser grande, la presión propia, la presión ajena. Lo fácil o lo difícil que es hacer algo aún sabiendo que ese algo probablemente jamás va a ser bueno en términos absolutos, ni te va a conducir a la posteridad, y la posteridad qué significa para quien pueda alcanzarla, si morimos todos. Lo fácil o lo difícil que puede llegar a ser permitirse la mediocridad, o no pensar en ella y permitirse el disfrute. De lo frágiles que somos ante la crítica ajena, y lo poco acostumbrados que estamos a los juicios y a sobrevivir a ellos, a hacernos fuertes a ellos. De lo frágiles que somos.

El beso del metro escondidos en los pasillos subterráneos de la plaza de Lima. Parecía que nos tocábamos, pero no nos tocábamos. O quizás no éramos sólidos del todo pero quizás sí que nos tocábamos. O quizás no era demasiado sencillo diferenciar si estábamos en estado sólido o líquido, si nos íbamos a caer al suelo en cualquier momento o si íbamos a elevarnos del suelo, de qué materia estábamos hechos, de realidades, de deseos, de imposibles. O quizás éramos hologramas. A veces la materia y la realidad se pierden las primeras veces que ocurre algo, debe ser algún tipo de ley física de la sorpresa. El color no era similar. Ni parecido siquiera. Claro que quizás debido a lo difuso de aquel estado nuestro mientras nos besábamos, que es lo único que sé que ocurrió con bastante seguridad, ya no sé si los colores que recuerdo son los de entonces. A veces el color cambia. Eso me hace sospechar. La memoria es frágil.

Nada. Solo la sucesión de fotogramas de gran belleza. Y esas preguntas. Las de ahí delante. Las de Pablo, en ese escrito suyo. Por qué es real lo real.

Sigue. Sigue hacia delante.

 

Por dónde amanece

Durante muchos años estuvo amaneciendo delante de mi. Yo iba en el coche, casi siempre medio parada por el tráfico, muchas veces enfadada, con este enfado que me producen los conductores prepotentes que pasan por encima de los demás para llegar cinco minutos antes, empeorando el tráfico y creando situaciones de peligro, y que me hacen desear un arma contundente, un hacha, una catana, algo así…. y entonces, de pronto giraba una curva y allí estaba el sol, naciendo entre esas cuatro torres, inundando de luz lo que quedaba de noche, esas briznitas en el campo, las amapolas en primavera, todo aquello que aún faltaba por iluminar, hasta mi cabeza. Y, con luz, ya me daban igual los prepotentes de la carretera, se me quitaban hasta las ganas de decapitar, y la angustia por llegar tarde, y todo, porque solo tenía ojos para el espectáculo de luces entre las cuatro torres. Alguna vez incluso estuve a punto de tener un accidente. Y creo que alguna vez lloré.

Ahora amanece detrás. Recuerdo los primeros días. Ocurría algo extraño pero no terminaba de identificarlo. Los coches, la carretera, el horizonte, los pocos árboles que sobresalían en los márgenes, el asfalto. Todo tenía un color silencioso y quieto, como cuando uno está a punto sentir algo, solo a punto. Tenía color de emoción contenida, tan contenida que ni era. Ocurría algo extraño porque ya no me enfadaba con nadie, ya no veía prepotentes, no sentía ganas de matar, pero tampoco me iluminaba, no pasaba nada. Simplemente conducía quieta y silenciosa, a punto de un algo que no terminaba de pasar, seca. Encontré la explicación cuando miré por el retrovisor. Gracias al espejo vi que el espectáculo de luces naranjas y moradas seguía sucediendo, pero a mi espalda. Si hubiera podido mirarlo un rato un poco más largo me habría emocionado. Me quería emocionar. Tenía nostalgia de emoción. Sabía que el sol estaba ahí, pero solo lo podía ver a ráfagas rápidas y gracias al espejo retrovisor. Incluso con esa cautela de mirar por décimas de segundos alguna vez he estado a punto de provocar un accidente.

Esta mañana delante de mi se había plantado una luna. Una luna muy grande. Creo que ahora les ha dado por llamarla superluna, y hablan de ella en el telediario. Hoy no la habían anunciado, y sin embargo se ha plantado ahí delante. He mirado por el retrovisor. Allí estaba el sol a mi espalda, con su espectáculo de luces. Delante la luna grande. Me he quedado un poco desconcertada con los caprichos astrales y con esa forma que tienen de llamar la atención. He subido la música y he continuado el camino repartiendo mi atención. Delante, detrás. Delante, detrás. Y no distinguía colores, ni de amaneceres, ni de luces, solo sabía que mirara donde mirara había belleza. De verdad que un día de estos voy a tener un accidente, y entonces escucharé algún comentario machista o bien que seguro que fue porque andaba con el puto móvil. Creo que no me molestaré en explicar.

 

Poética de la plaza doble.

Ayer por la noche cambiaste el coche de sitio. Ya sabías que por la mañana te ibas a quedar en casa.

Esta mañana, en lugar de bajar al garaje por las escaleras he ido directamente por la rampa. Delante de mí bajaba una chica joven y guapa. Habíamos cruzado juntas, pero pronto me adelantó porque caminaba dando zancadas. Yo esta mañana iba dando pasos, así sin más. Vestía unos vaqueros estrechos y un jersey azul marino. Llevaba unos zapatos de charol planos de aire británico, y un bolso naranja. Caminaba derecha y un poco masculina. Me ha parecido guapa.

Al bajar he visto el coche preparado. He mirado el tuyo detrás y estaba vacío. Eso era algo evidente, porque me acababa de despedir de ti en casa. Sin embargo, a pesar de la evidencia, al verlo, antes que el color, o la forma, lo primero que he visto de tu coche ha sido el vacío. Me he acordado de alguna vez que te he encontrado allí por sorpresa porque tú te has quedado dentro del coche esperando a que yo llegara. A lo mejor primero me he acordado de eso.  Y por eso primero he visto el vacío y después tu coche. Quizás si no lo hubiera recordado, habría visto tu coche primero, su blanco por fuera y negro por dentro y los retrovisores cerrados. Y nada más.

No, creo que no podría ver tu coche primero, con su blanco por fuera, su negro por dentro y sus retrovisores abiertos o cerrados, y nada más. Por un montón de motivos.  Eso me gusta.

 

Domingo por la noche

Como me estaba aburriendo con el partido, me empezó a hacer preguntas del tipo a que no sabes cómo se llama ese jugador. Yo no sé cómo se llama ninguno, ni siquiera los de mi equipo. Y, en el hipotético caso de que lo supiera, jamás podría distinguirlos en el campo. Intentaba que yo leyera los nombres en los dorsales, sin lupa ni material de aumento alguno, y entonces tuve que explicarle que con los jugadores me ocurría un extraño fenómeno, y es que para mí, cuando salen al campo, pierden su condición de seres individuales y únicos, y se transforman en un ser único, un ser colectivo -equipo- pero dividido en once cuerpos iguales, once vestidos de un color y otros once de otro. Y salvo el color, a mis ojos, nada hace que se diferencien unos de otros, porque son seres exactamente iguales. Como las figuras de un futbolín en versión autómata. Sólo cuando salen del campo y abandonan su condición de futbolistas vuelven a cobrar rasgos y personalidad propios, y a resultarme seres completos. O casi. A él le hizo mucha gracia. Pensaba quizás que estaba bromeando.

Agotado el tema, y creo que para evitar que volviera a aburrirme -tengo la sensación de que para él aburrirse es de las peores cosas que le puede suceder a nadie-, me propuso hacer un juego de preguntas y respuestas. Estuve concentrándome bastante mientras duró el juego para poder memorizar las cuestiones que me iba planteando y así citar ahora algunas de ellas:

  • Qué prefieres, ¿ser millonario pero que todo el mundo pueda entrar en tu casa o ser pobre pero amigo del presidente?
  • Qué prefieres, ¿tener una trompa de elefante o un cuello de jirafa?
  • Qué prefieres, ¿tener sexo una vez a la semana pero no poder masturbarte o tener sexo una vez cada dos años pero poder masturbarte cuando quieras?
  • Qué prefieres, ¿vivir sin electricidad o vivir sin tu pareja?
  • Qué prefieres, ¿llevar a Cenicienta al baile o una alfombra voladora?
  • Qué prefieres, ¿tener una vagina en la frente o una hilera de pollas en la espalda?
  • Qué prefieres, ¿beber un vaso de vómito un día o tener las manos manchadas de riskettos para siempre?
  • Qué prefieres, ¿saber cuándo van a morir todos tus seres queridos y no poder decírselo o que todos tus seres queridos sepan cuándo vas a morir tú y que no te lo puedan decir?
  • Qué prefieres, ¿morir la semana que viene o ser inmortal?
  • Qué prefieres, ¿que todo el mundo pueda leer tus pensamientos o tener que estar desnud@ el resto de tu vida?

Algunas cuestiones eran realmente sencillas de contestar. Por ejemplo, entre la Cenicienta y la alfombra voladora la ganadora absoluta es la alfombra. En esta ocasión ambos estuvimos de acuerdo. Si la elección hubiera estado entre la alfombra y un genio, no lo sé, posiblemente la alfombra igualmente. También para mí fue claro preferir un cuello de jirafa a una trompa. Él, sin embargo, prefirió la trompa.

Otras cuestiones nos dejaron pensando largo rato. Yo no terminé de tener claro si preferiría saber la fecha de la muerte de mis familiares y amigos o que ellos supieran la mía. Normalmente entre ignorancia y conocimiento me suelo quedar con lo segundo, pero también creo que he subestimado a lo largo de mi vida las bondades que una buena ignorancia a tiempo puede llegar a ofrecer. En cualquier caso, creo que, aún consciente de eso,  insistiría en el error de querer saber.

En cuanto al tema de morir la semana que viene o ser inmortal ambos lo tuvimos claro. Él pidió la inmortalidad, yo la mortalidad. Tuve que explicarle mi postura. Fácil. Si yo soy inmortal pero todos los que me rodean no, y me paso mi existencia viendo morir a los míos, prefiero no vivir. Se quedó pensando un rato corto, y se reafirmó en su decisión. Me gustó saberlo.

Entre una vagina en la frente o la hilera de pollas en la espalda me costó tanto decidir que me terminó ofreciendo consejo. Que mejor la vagina en la frente. Acepté su sugerencia sin demasiado convencimiento.

Después de un rato también nos cansamos del test. Vimos el final de Kill Bill Vol.1. Se quedó dormido en el sillón antes de que terminara.