La miraba. Mientras estuve en el escenario y me temblaban las manos no me di tanta cuenta de que la miraba tanto. Claro que sé que miraba a mi hermana, pero no de una forma tan consciente. Solo de vez en cuando levantaba la vista y ella me sonreía de esa forma tan completa, con la boca y con los ojos, y con los pómulos y con el flequillo y con las manos, y yo pensaba, vale, voy bien. Creo que algunas veces hasta me crecí y gané un poco de confianza. Temía comportarme como un palo cuando tuviera que salir a cantar, pero creo que cuanto más la miraba menos palo era y menos necesitaba mirarla. Cuando acabó y fui a buscarla ya se había ido. Aunque haga tanto tiempo que no vivamos juntas, ni tengamos un trato frecuente, me ha bastado una mirada suya para sostenerme. Qué frágiles somos.
No sabe muy bien Mariana cuánto nos acordamos de ella. Era baterista. Era una fuerza de la naturaleza. Iba a ser grande. Iba a marcar una época. Se fue a Barcelona a buscar un maestro, y al llegar allí dejó la música. Por completo. Estudió medicina oriental y ahora se dedica a sanar mediante técnicas milenarias. Parece todo muy raro, pero es que la vida es muy rara casi siempre, hasta cuando parece normal. Raquel y yo emprendimos el análisis hacia el por qué a veces aquello para lo que has desarrollado tanto talento te hace daño. La presión de tener que ser grande, la presión propia, la presión ajena. Lo fácil o lo difícil que es hacer algo aún sabiendo que ese algo probablemente jamás va a ser bueno en términos absolutos, ni te va a conducir a la posteridad, y la posteridad qué significa para quien pueda alcanzarla, si morimos todos. Lo fácil o lo difícil que puede llegar a ser permitirse la mediocridad, o no pensar en ella y permitirse el disfrute. De lo frágiles que somos ante la crítica ajena, y lo poco acostumbrados que estamos a los juicios y a sobrevivir a ellos, a hacernos fuertes a ellos. De lo frágiles que somos.
El beso del metro escondidos en los pasillos subterráneos de la plaza de Lima. Parecía que nos tocábamos, pero no nos tocábamos. O quizás no éramos sólidos del todo pero quizás sí que nos tocábamos. O quizás no era demasiado sencillo diferenciar si estábamos en estado sólido o líquido, si nos íbamos a caer al suelo en cualquier momento o si íbamos a elevarnos del suelo, de qué materia estábamos hechos, de realidades, de deseos, de imposibles. O quizás éramos hologramas. A veces la materia y la realidad se pierden las primeras veces que ocurre algo, debe ser algún tipo de ley física de la sorpresa. El color no era similar. Ni parecido siquiera. Claro que quizás debido a lo difuso de aquel estado nuestro mientras nos besábamos, que es lo único que sé que ocurrió con bastante seguridad, ya no sé si los colores que recuerdo son los de entonces. A veces el color cambia. Eso me hace sospechar. La memoria es frágil.
Nada. Solo la sucesión de fotogramas de gran belleza. Y esas preguntas. Las de ahí delante. Las de Pablo, en ese escrito suyo. Por qué es real lo real.
Sigue. Sigue hacia delante.