No vuelvas a atormentarme así (que mira qué cosas se me ocurren)

La mujer daba vueltas en la cama. Quería dormirse pero no podía. Se había jurado dormir pero no podía. Estaba casi segura de que iba a perder los nervios. Entonces empezarían los picores, tendría que levantarse y podía dar la noche definitivamente por perdida.

Estaba casi convencida de que había hecho bien dando permiso al hijo. No te preocupes, Jesús no va a beber. Casi.

De todas formas en algún momento tenía que haber una primera vez para correr el riesgo de volver a casa de madrugada en un coche. Se preguntaba si hacía falta haber empezado a correrlo esa misma noche.

Es que quiero ir a un concierto de Mägo de Oz. No me jodas, pensó la mujer. ¿Mägo de Oz?Pensó. ¿Pero es que esa gente no lo va a dejar nunca? Pensó. Pero había dicho sí, y ya no tenía remedio. Empezó a picarle la cadera. Se rascó y miró la hora en el teléfono. Las doce y media y un mensaje. «Han terminado los teloneros. Sigo vivo.» Le picó el hombro. Se rascó. Pensó que necesitaba dormirse para dejar de ser consciente de la espera y del riesgo. Le picó la pantorrilla derecha. Pensó que necesitaba que amaneciera, y saber si el hijo estaba vivo o muerto.

Al final, de eso se trataba, de ser capaz de manejar la incertidumbre. O de respetar los motivos que para cada quién tiene el poner la vida en riesgo. La mujer lo estaba intentando, pero no terminaba de conseguirlo. ¡¡¡Mägo de Oz!!!!. Es que no me jodas.

Mientras la mujer se rascaba el cuello decidió enfrentarse palabra por palabra a eso que le estaba recorriendo informe el pensamiento, y palabra por palabra pronunció para sí misma:

«Lo peor que puede ocurrir es que mi hijo muera esta noche en un accidente de tráfico por haber ido a un concierto de Mägo de Oz.»

Una vez hubo pronunciado esas palabras, una detrás de otra, vocalizando bien despacio, el siguiente paso era evaluar sus alternativas para continuar viviendo si se daba el peor desenlace de los que planteaba la noche. La mujer, como asistiendo a una revelación, pensó que si su hijo había muerto por poder ver a Mägo de Oz, quizás Mägo de Oz sí debía ser un grupo merecedor de culto. Y que, una vez muerto el hijo, ella solo podría dar sentido a su existencia ofreciéndola a ese culto.

Definitivamente la idea comenzó a cobrar sentido, y decidió que si esa noche sonaba el teléfono y algún amable policía le comunicaba con consternación el fallecimiento de su hijo, a ella no le quedaría más remedio que entregarse a la mitomanía y consagrar lo que le quedara de vida al culto a Mägo de Oz. Pensó que tendría que renovar su vestuario, comprarse ropa gótica, comenzar a darle al cuero sintético, a las botas con metales y cadenas, a las levitas, al negro riguroso. Decidió también que optaría por algún tinte verde o azul para el cabello. Por último se puso a buscar en su memoria algún rastro de canción que no hubiese conseguido olvidar, y se encontró de pronto canturreando «Ponte en pie alza el puño y ven a la fiesta pagana», y «En Satania estás, es el fin del camino».

Todas estas decisiones le fueron otorgando a la mujer la paz que necesitaba para poder conciliar el sueño. Aunque antes de dormirse aún pensó alguna que otra vez «más te vale volver a salvo dentro de un rato. Mägo de Oz…. Es que no me jodas.»

 

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