una calma previa a la guerra de los mundos

El niño rubio cada vez es menos niño y su propio mundo cada vez más grande y lejano. Y le gusta, tanto, que cada vez permanece más tiempo en él, y se queda menos en el del resto: el planeta azul. No está, y eso que podría llegar a parecerlo, por su cuerpo en el salón, sus zapatos tirados por el suelo y su lata de refresco vacía, y los envoltorios de galletas.

Es sencillo reconocer cuándo el niño rubio ha dejado este mundo para viajar al suyo. No prepara maletas, ni avisa, sólo acude a la silla que hay frente al ordenador, se sienta, se coloca los auriculares, conecta el micrófono, sujeta el ratón y despega. El viaje es corto porque la nave alcanza velocidades cercanas al ultrasonido. En escasas décimas de segundo se encuentra a años luz, aunque su melena rubia continúe en el salón, bajo los auriculares, aunque los zapatos estén tirados por el suelo. Y aunque es posible escucharle hablar solo, y reírse, incluso a carcajadas, ya ha dejado de responder a estímulos. “Pablo, nos vamos a dar una vuelta, ¿te vienes?, Pablo, está la cena, Pablo recoge los zapatos…” son ejemplos de intentos vanos de respuesta: el pequeño rubio no responde porque no está aunque hubiera podido parecer lo contrario, y es que el sentido de la vista es engañoso, y lo que alumbra son sólo unas sombras en alguna caverna.

El pequeño rubio ha ido encontrando, gracias a la revolución tecnológica, cada vez más recursos en el planeta azul que le permiten abandonarlo y viajar al suyo propio. Y así, cuando no le es posible acceder al ordenador para hacerse un viaje astral, ha logrado encontrar sustitutos eficientes en su pequeño teléfono móvil, o en la tableta. De esta manera, tras sospechar que alguna vez ha pasado la noche fuera de casa, he tomado la decisión de requisar todo dispositivo antes de mandarlo a dormir, y evitar así toda excursión interplanetaria en horas de sueño.

En cualquier caso, la supresión de las barreras tecnológicas no es óbice para los viajes astrales. Es por eso que todos los niños que dejan de ser niños tuvieron su oportunidad de viajar, muy al margen del siglo (incluso del año) que les vio nacer. Y así, el pequeño rubio, incluso desposeído de todo chisme con pantalla, ha desarrollado esa habilidad de vuelo que lo mantiene la mayor parte del día lejos de aquí, de este lugar que hasta hace poco le fascinaba y le gustaba compartir, y que ahora le resulta tedioso, decepcionante y previsible, y lo ha abandonado por el suyo, que es mejor y que no puede entender nadie que no sean él y sus amigos, y allí se queda, aunque podamos ver su cuerpo, aunque lo veamos andar, ducharse, vestirse, salir al colegio, volver, comer, y hacer todas esas cosas que podrían hacer pensar que hay alguien, cuando en realidad no lo hay.

El pequeño rubio que parece que está pero no, necesita algunas ayudas externas que le ayuden a poner los pies en el suelo, al menos en lo imprescindible. Y cada día han de sucederse mensajes recordatorios como recuerda coger las llaves de casa, procura no perder el abono transportes, o un no olvides comer cuando vuelvas.
El niño rubio sale de casa por fin. Yo lo miro y doy gracias al hecho de que la respiración sea un acto automático, pues de lo contrario a estas alturas estaría llorando una pérdida irreparable. Sin embargo hay tantos actos necesarios para la vida que no gozan de automatismo, y que han de realizarse de manera consciente, que me pregunto cómo soy capaz de dejarlo salir solo de casa, así, de cuerpo presente, sin pensamiento, que anda por ahí descubriendo espacios apasionantes, y quedarme tan tranquila.

El niño rubio que está dejando de ser niño ha emprendido un viaje sin retorno hacia la guerra de los mundos. Miro su no estar todavía amable. Y sus zapatos tirados en el salón. Lo llamo. Tengo cientos de excusas para exigir que vuelva. Los zapatos, los envoltorios, los estudios, la ducha, la comida… cientos. Lo llamo y pone fin a mis excusas sin volver. Definitivamente no está. Y eso que podría llegar a parecerlo, por su cuerpo en el salón, sus zapatos tirados por el suelo, su lata de refresco vacía, y los envoltorios de galletas. Queda su mirada perdida, el historial de exploración, mi echarle de menos. Me preparo para acompañar la crisálida.

4 comentarios sobre “una calma previa a la guerra de los mundos

  1. Encapsulados, con un cuerpo y una conciencia por frontera. Pero cuando nos comunicamos la frontera se nos hace más fina, hasta a veces sentimos la ilusión del contacto. Y sentir es una forma de realidad. Puede que la única que está a nuestro alcance, no?

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