Pedro, de quince años, trabaja en su habitación: termina sus deberes de matemáticas para el lunes. Su ordenador reproduce un disco de su grupo de música preferido que ha descargado la víspera. En otra ventana de la misma pantalla, una red social le permite recibir los mensajes de aquellos de sus compañeros que están conectados en ese momento. Al lado del ratón, su teléfono móvil permanece abierto, por si lo llama su compañera. El trabajo clásico, en este caso intelectual, se produce en un punto concreto del espacio físico. Pero no es más que uno de los hilos de la madeja de las conexiones en curso. Cada una de estas conexiones, vitales, está establecida por un aparato que captura una parte de nuestro tiempo, un «cronófago». Pedro no hace absolutamente nada sin disponer alrededor suyo sus conectores, que son a la vez emisores de flujos discursivos y capturadores inflexibles de su propio tiempo, al estilo del explotador. Lo que es nuevo, es que esta forma de comunicación cronófaga es la primera forma de explotación concebida como liberación, y reivindicada como una existencia verdadera. Queremos trabajar, pero con la condición expresa de permanecer conectados. Como si la conexión de nuestro tiempo se hubiera convertido en nuestra condición de existencia.
Nos encontramos en la era de los cronófagos. ¿Qué quiere decir esto? La cronofagia es un sistema que implica una inmensa fractura entre la vida y la existencia, porque propone superar ésta gracias a un nuevo nexo, indisolublemente imaginario y tarificado. Esta nueva utopía, con una accesibilidad inmediata, nos propone dejar de perder el tiempo que dedicamos a vivir: sólo hay que hacer click, imaginar, y pagar para pasar directamente de la rutina a la peripecia, de la vida a la existencia.
El postulado básico de la cronofagia, que aceptamos como una evidencia inmediata, es que la conexión es la única fuente de existencia. Esta principio es susceptible de dos formulaciones: positivamente, que estar conectados es existir; negativamente, que no hay existencia fuera de la cronofagia. Igual que, seguramente, el estado de Max Weber se aseguraba un monopolio de violencia física legítima, la cronofagia se apropia el monopolio de la existencia verdadera…
(Extracto de Jean Paul Galibert, «Hypertravail et Chronophagie, la brujería hipercapitalista como tiempo de trabajo imaginario del consumidor». Extracto publicado aquí. Lo he traducido sobre la marcha, se aceptan correcciones. En cualquier caso, lo que quiere decir se entiende, y a mí me parece que da pie, o debería darlo, a la reflexión. Es cierto que cualquier actividad consume tiempo. Pero creo que en virtud de la conexión permanente, estamos más pendientes del mundo imaginario que del aquí y el ahora. Y que toda esta conectividad es a costa de sacrificar precisamente el tiempo que podríamos dedicar a vivir, en el sentido de existir.)
Clarísimo. Y es que internet nos pone frente a un nuevo paradigma
en que lo virtual casi substituye a lo real o se equivale a él. Yo me había hecho la firme propuesta de seguir escribiendo durante mi último viaje y no pude. Quitando los compromisos: estaba conociendo gente nueva, descubriendo gastronomía, descubriendoMe en otras circunstancias. Y no habría sacrificado un solo momento de mi experiencia real… ni por «compartirla». Viejuno que es uno. También he leído esto que, a su manera, también comenta el argumento que propones. http://shirashaman.wordpress.com/2013/06/08/cada-quien-toma-lo-suyo/
Las redes sociales y la comunicación virtual corren el riesgo de convertirse en un mata tiempos, en un adormecimiento, en algo que entretiene y hace que el tiempo pase volando y que en realidad disfraza la realidad, y otorga un espejismo de «compañía». Como antes lo fue el consumo indiscriminado de tele. Lo peor es cuando absorben hasta tal punto que no sólo matan tiempos muertos, sino que matan tiempos que podrían haber estado vivos, y que se habrían merecido dedicación exclusiva: amigos, pareja, hijos, desconocidos, paisajes, entornos, músicas, experiencias…. vida de la que se toca y se huele y se mira y se siente.
Para mi una cosa bien distinta es sentarme un rato para escribir, casi como terapia introspectiva, o como ejercicio creativo, según de lo que se trate, o bien para leer despacio algo que me interesa, que ponerme frente a una pantalla sin objetivo fijo, y andar mariposeando de aquí a allá, leyendo en diagonal sin verdadero interés, entrando en alguna red social y leyendo y viendo cosas que en realidad no me importan en absoluto sólo para matar el tiempo, para maquillar un aburrimiento, un descontento vital. Cuando comenzó facebook abri cuenta, terminé borrándome, porque me daba cuenta de que lo estaba usando de esa forma, como un mata tiempos, y el tiempo es algo demasiado valioso como para malgastarlo en algo que no interesa lo más mínimo. A veces hay que enfrentarse a la propia vida y preguntarse el por qué de la necesidad de anestesia, y arreglar lo que falla antes que camuflar el descontento con miles de mensajes a distancia, fotos anodinas, o tweets absurdos, o ver programas basura en la tele, o buscando algo para comprar haga falta o no en un monstruoso e impersonal centro comercial, o acudir a cualquier otra forma de «desconexión». A veces, en tiempo de trabajo, sí me sorprendo buscando de cuando en cuando algo de anestesia. Es tan aburrido. En esa faceta de mi vida aún tengo un margen de mejora, aunque en estos tiempos, quejarse de trabajo es una frivolidad.
wow ! Y ahora cómo sigo ??? yo utilizo la conexión para desconectarme de esta realidad que tanto aborrezco, pero atendiendo al texto, eso es justamente no vivir. Soy un no viviente que escribe y lee y mira series para no vivir, o al menos, sobrevivir en el imaginario de otro. Y me fui por las ramas..
Ay Fulca! si es que yo sólo tengo preguntas! pero respuestas ninguna…