En mi escala de preferencias entre libro y adaptación al cine suele ganar el primero -dichosa tendencia a las comparaciones-. Sin embargo, ésta es una de las excepciones más claras que recuerdo. Me surgió por un momento la duda de que pudiera ser que el motivo no fuera otro que la inversión del orden, pues normalmente leo primero el libro y después la película, y en este caso primero fue la película de Coppola, y años después el libro de Stoker. Pero no, creo que tengo argumentos mucho más sólidos que sostendrían la conmutatividad en mi juicio.
Y es que sobre la historia entretenida de Stoker, narrada a través de los diarios personales de los protagonistas enfrentados a Drácula, todos ellos personajes llenos de coherencia, virtud, valor, y tan parecidos unos a otros que sólo se diferencian porque el narrador ha tenido el detalle de titular los diferentes diarios, Coppola consigue contar una historia diferente y extraordinaria. Una historia en la que el ser más malvado y poderoso comete la debilidad de enamorarse. Una historia en la que de nada sirve toda la voluntad de una joven feliz y recientemente casada, ante la disyuntiva de elegir entre el amor finito, humilde y convencional de un buen hombre, y una pasión arrolladora, sobrenatural, al mismo tiempo terrible y maravillosa, que va más allá del tiempo y del espacio, y que la obliga al sacrificio de su propia vida.
Y así, en la cinta de Coppola, podemos escuchar al terrible vampiro, a aquél que ante el mundo se muestra arrogante y orgulloso, orgulloso de su naturaleza macabra confesar «no hay vida en este cuerpo, yo no soy nada, sin vida, sin alma. Soy el monstruo al que los hombres vivos matarían. Soy Drácula«, susurrando un desgarrado «he cruzado océanos de tiempo para encontrarte«, y un «te amo demasiado para condenarte«. Y a una Mina que, más allá de sí misma, de su vida anterior, de su educación, de su matrimonio, de su fe, pronuncia «quiero ser lo que tú eres, ver lo que tú ves, amar lo que tú amas«.
Por todo eso, entre el libro que narra una historia de personajes planos, en la que una serie de héroes virtuosos dan caza a un monstruo terrible en un ambiente cuidadosamente gótico, y la posterior versión cinematográfica en la que, junto a la luz de sus héroes aparecen también sus sombras y debilidades, en la que un vampiro cuya naturaleza le ha destinado a ser el peor asesino es capaz también de albergar un amor puro, en la que la persecución genera conflictos en los deseos del espectador, que ya no sabe quién prefiere que gane en el que se suponía debía ser un duelo entre el bien y el mal, no tengo ninguna duda.
Y, también debo decir que admiro la generosidad de Coppola, que a pesar de ser para mí el gran autor de una de las mejores historias de vampiros de todos los tiempos, tituló su obra «Drácula de Bram Stoker».
Dracula es, para mí, una de las historias de amor mas bellas jamás contadas y una de mis películas pavoritas.
La adaptación de Coppola es muy buena, sin duda, aunque para mi gusto cometió dos errores que casi mandan al garete la totalidad del proyecto. El primero: haber elegido a Keanu Reeves como integrante del reparto. Creo que no está ni mucho menos a la altura del siempre genial Anthony Hopkins y del polifacético Gary Oldman, especialmente este último.
Otro error fue no sacar más tiempo a Monica Belucci. Esto es para los muy frikis… pero Mónica Belucci hace de vampiresa número dos (de las tres o cuatro que entretienen al prometido de Mina en el castillo) y tiene cinco o seis segundos estelares… en pelotas.
Bueno, en realidad no me he centrado nada en la peli como peli, sino en la historia contada en el lirbo versus la que se cuenta en la peli. Estoy de acuerdo contigo en lo de Keanu Reeves. Supongo que debió deberse, valga la redundancia a un reclamo comercial. ¿Quizá como el desnudo de Mónica Belucci? 😉
Un beso
Opino como tu, pocas adaptaciones consiguen ser fieles al libre original. Y este Drácula es una de mis películas preferidas, capta todo el espíritu que creo que Stoker quiso darle a su obra. Gary Oldman está soberbio.
No creo que se trato de ser o no fiel al original, sino de que consigan transmitir o emocionar en la misma medida en que lo hizo en libro. Yo normalmente me quedo más tibia con las pelis. Sin embargo, lo grande del Drácula cinematográfico es que no sólo capta el espíritu, sino que lo supera con creces, porque Coppola hace crecer la historia dándole su propia visión, mucho más intensa y compleja que la del libro. Completamente de acuerdo con lo de Gary Oldman. Jo, me están entrando unas ganas de volver a verla….. Un beso, guapa!
Vaya, no puedo opinar. Ni libro ni película. Otra vez será. Bs.