lunes 7 de noviembre, on the road again.

Lo bonito que tienen las etapas vitales en las que eso que ahora se ha dado en llamar zonas de confort se resquebrajan, es que te permiten ser un llanero, y que, además, te permiten escribir la palabra llanero. Y te empujan a caminar por la calle con botas y blue jeans un lunes por la mañana, y unas buenas gafas de sol. Y a fumar picadura sin filtro, y para encenderlos usar una cerilla, y con un escorzo decidido la prendo mediante el rozamiento con la suela.

Puedo hacer cualquier cosa ahora que camino sobre arenas movedizas, puedo hacer cualquier cosa ahora que de fondo suena un blues del delta del mississipi, puedo hacer cualquier cosa mientras un slide se vaya deslizando al límite, sin llegar a caer nunca al abismo y sin llegar a pisar jamás tierra firme.

Saberme en peligro me hace osada, a veces me empuja incluso a la temeridad. Y se da la contradictoria circunstancia de que justo cuando todo puede saltar en mil pedazos, o precisamente porque todo puede saltar en mil pedazos, mi cuerpo se mueve y avanza sabiéndose invencible.

El camino del corazón

Últimamente escribo poco y leo mucho. Sigo teniendo cosas que decir, pero no estos días. Esta mañana he leído un artículo del profesor -al que considero amigo- José Carlos García Fajardo, y me ha encantado. Sus palabras son un regalo. Así que, mientras vienen otros días, lo copio aquí, en mi cuaderno de reflexiones, para poder releerlo cuando sea necesario.

El camino del corazón

Es el camino del coraje, palabra que proviene de cor, corazón. Valentía y cobardía son las dos caras de una misma moneda: el cobarde se deja llevar por sus miedos y se refugia en la aparente seguridad de la razón; el valiente reconoce sus temores y se adentra en lo desconocido. Apuesta por vivir en la inseguridad, con amor, en la confianza; es renunciar al pasado y acoger el futuro. Son las personas que han optado por instalarse en la frontera. Más allá, no porque todavía no conocemos las leyes que gobiernan el caos.
La inocencia perdida no puede recuperarse, pero es posible crear una nueva inocencia. (In noccere: no hacer daño). Se evitan los peligros y se asumen los riesgos afrontándolos. Aunque la vida no tuviera sentido, tiene que tener sentido vivir.
El corazón siempre está dispuesto a arriesgarse, a asumir los desafíos, no a provocarlos; pues nadie puede ser probado más allá de sus fuerzas. Ni nadie sabe de qué es capaz hasta que llega el momento. La mente no es más que memoria. El camino del corazón es creatividad, es ingenio y sentimiento a la vez.
La esperanza no es de futuro sino de lo invisible porque el futuro no consiste en lo porvenir, si no en lo que nos arriesgamos a buscar. No es una realidad, es una hipótesis.
Cada instante debe ser una celebración, sin cálculos ni prejuicios. Es preciso asumir la vida como un juego, ya que nadie nos pidió permiso para nacer. Jugar significa hacer algo por sí mismo, descubrir la luz interna de las cosas. La vida es un don, un quehacer que apuesta por la justicia, por la bondad y por la verdad como experiencia, no como creencia. Es absurdo apegarse a las cosas, como si hubiéramos de llevarnos algo más de lo que trajimos. La única forma de poseer es compartir con alegría.
Hay que vivir apasionadamente, vivir con coherencia, en la frontera del caos. Sugiere Nietzsche que es preciso llevar un caos dentro de uno si queremos alumbrar una estrella. Las instituciones fomentan el ansia de seguridad, para poder someternos. Quisieran ahogar la rebeldía para que no descubramos sus racionalizaciones contra nuestras legítimas ansias de saber y de sentirnos responsables; no los bueyes en que quisieran convertirnos.
La belleza de la vida es su misterio, que siempre nos coge de sorpresa. Una persona se vuelve humana cuando se hace responsable de lo que es. El mayor coraje es ser dichoso, ser libres y vulnerables para que puedan atravesarnos los vientos.

José Carlos Gª Fajardo

Acerca del valor.

Lo que quise explicar con aquello de los rituales es que éstos son una forma de dar valor, lo cual no quiere decir que sea la única. Es una de las carencias más típicas de nuestras vidas. La ausencia de valor. Vivimos en un mundo en el que lo queremos todo, lo queremos ya, y lo queremos sin esfuerzo. Solemos decir que los niños de hoy en día lo tienen todo y no valoran nada.

¿Y nosotros?

Exactamente lo mismo que nos pasa a nosotros. Nuestros padres probablemente piensan eso mismo de nosotros. Pero somos tan miopes que sólo somos capaces sentir pena por ellos, por los niños.

Y yo me pregunto si quizás no sería el momento de una desposesión total, un comenzar de cero. O si quizás no sería una forma absurda de volver a cometer los mismos errores, y de comenzar con una espiral de anhelos que no terminan nunca. Los publicistas bien lo saben, y ya no venden cosméticos, coches, perfumes, juguetes o chocolates. Ahora venden amistad, amor, deseo, placer, estatus social, distinción, belleza, felicidad.

Pero empezar dos veces de cero no es posible. No es posible descartar el conocimiento y la experiencia. Pero sí usarlos en nuestro favor.

La otra tarde me sorprendí  mirando a unos octogenarios tomando un helado. Muchas veces esa especie de ingenuidad de las personas mayores me parece conmovedora. Son capaces de disfrutar de cosas tan pequeñas –¿pequeñas?-. La mayor parte de ellos han vivido una guerra, una posguerra, han pasado apuros económicos serios, se han destrozado el cuerpo trabajando, lo poco que han tenido se lo han dado a sus hijos, para que pudieran ser más que ellos. Y se ríen de cosas sencillas, y se toman un helado y es un acontecimiento. Y me imagino la conversación que tendrán por la noche con sus hijos, cuando les pregunten que qué tal. Pues muy bien, hemos ido a la playa, después hemos dado un paseo y nos hemos tomado un helado, ¿qué más se puede pedir?

¿Qué más se puede pedir?

Quizás esté en nuestra naturaleza, pero nuestra forma de valorar se basa en la comparación. Quizás una primera forma de conciencia del valor es el apreciarlo por contrarios. No valoramos lo bello si no hemos conocido lo feo, no valoramos los bienes materiales si no hemos padecido escasez, no valoramos la felicidad si no hemos conocido el dolor, no valoramos el tiempo libre si no trabajamos, no valoramos el amor y la amistad si no hemos padecido soledad… Como si la vida no fuera más que una moneda, con su cara y su cruz, y fuera imposible el conocerla sin mirar con perspectiva ambas caras.

Pero otra forma de tomar conciencia del valor es el apreciar por deseos. Es una forma para mi gusto perversa, pues dejamos de fijarnos en lo que tenemos para no ver más que lo que deseamos. Lo que deseamos es el futuro. Y el futuro no existe. De modo que nuestro presente es una mierda, es mediocre, porque no coincide exactamente con nuestros sueños y deseos. Pero no pasa nada porque llegará un día en que el futuro será presente, y tendremos todo aquello que ahora no tenemos.  Pero el futuro no existe. Y el presente se convierte siempre en algo mediocre, que deseamos que pase deprisa, sin hacer nada por él, y  que ayudamos a tragar y a sobrevivir gracias a la esperanza.

Y dejamos de mirar a nuestro alrededor. Y nos quedamos esperando a que llegue ese futuro, alimentando esos anhelos que hoy por hoy son frustraciones, degradando nuestro presente, lo que nos rodea, y con ello, a nosotros mismos.

Y ya que es nuestro presente lo que al fin y al cabo importa, es el presente al que hay que dotar de valor. Y el tomarse un tiempo para liar un cigarrillo, o el ser consciente de la paz que se siente nadando a solas, no son más que  unos pequeños ejemplos. Muy pequeños.   Pero el proceso evidentemente no puede quedarse en sacralizar lo banal, o en ritualizar. El proceso incluye el autoconocimiento y el examen crítico. El saber qué actos de nuestras vidas, qué emociones, qué sentimientos, qué personas de las que nos hemos rodeado  nos aportan valor y por qué, y conservarlas, aferrarnos a ellas, cuidarlas,  amarlas. Saber también qué y quiénes  no nos aportan nada y si quizás con algo de esfuerzo podrían hacerlo. Y  también  qué y quiénes lo destruyen y sería mejor eliminar o reducir en lo posible de nuestro día a día.

Y por último me pregunto si esa consciencia de lo valioso que hay en nuestra vida, y ese esfuerzo personal que implica el dotarla de más valor, esa búsqueda y ese trabajo activo por hacer de ella una experiencia  valiosa, sagrada, única e irrepetible  (yo café), no nos encamina a ser, nosotros mismos, creadores de valor.

Relato: From guillestation91

From: guillestation91@gmail.com
To:
eljosete69@yahoo.es
Subject: Mariquita
Date: Mon, 30 Apr 2008 09:35:42 +0200

Hola gay, qué es de tu vida.

Supongo que andarás como siempre, inflándote a tercios mientras le das al billar, qué cabrón. Hace mucho que no voy por el pueblo, tío, ya lo sé, pero seguro que no me pierdo mucho, que seguirás teniendo la misma cara de mariconazo de siempre. Y mientras la recuerde todo está bien. Por aquí todo sigue igual, ya sabes. Menos mal que tengo este trasto. Internet es la hostia. Y con los estudios también me entretengo, cualquiera que me oiga… esto no se lo cuentes a nadie. Y menos al Pelos. Ya ves, ahora que ya da igual, de pronto leo los apuntes y me centro. Y comprendo lo que leo, y me interesa, y tengo ganas de seguir y seguir. Y guardo los apuntes, y recuerdo lo que he leído. Hasta algún problema de mates me he puesto a hacer. Cuando salga de aquí voy a necesitar un programa de rehabilitación. Te voy a meter una paliza al billar que te vas a cagar. Aprovecha a ser el rey de la mesa mientras ande por aquí, porque cuando salga, va a volver el puto amo. Bueno… si es que salgo. Este comentario me habrá costado una colleja, pero no me regañes. No se lo digas a nadie, tío, pero es que esto es muy largo. Es que parece que no va a acabar nunca. Que a veces lo que quiero es que acabe. A ser posible bien, pero que acabe. Me pongo súper filosófico, tío, que igual ni me estás reconociendo, que ya lo sé. Pero es que pienso en el final y tengo miedo. Cómo iba yo a saber que en mi 1’80, hubiera sitio para un tatoo, para el piercing y para el miedo. Todos estamos raros. Hasta mis padres, que intentan disimular, pero no parecen los mismos. Es que no los conozco, tío. Mi madre es más pesada incluso, que ya es decir. Y no me conozco a mí tampoco, porque ahora ya no le digo que no sea pesada, que deje de darme la brasa con tanto abrazo y tanto beso, ya no le digo que me va a amariconar. Ahora me callo, no vaya a ser que por una vez en la vida me tome en serio y deje de hacerlo. Que es que ahora de pronto les ha dado por tomarme muy en serio. Pensarás que soy una nenaza, pero es que mientras me acaricia mi madre la cabeza, y me remueve el pelo, se me olvida el miedo. No se lo digas a nadie, tío. Lo del miedo. Y menos a Sandra. A la Sandra ni media palabra. ¿Cómo está, por cierto? Sigue tan buenorra? Seguro que ya está morena, y pasea su piercing. Me cago en la puta, y yo aquí, perdiéndomelo. A veces me parece mentira que me espere. Que me lo puedes decir, eh? Que si estuviera con otro yo lo entendería. Dile que la escribiré. Que no me llame, y que no venga pa Madrid. Que alguien le dio el teléfono, tío, no te lo conté. Seguro que fue el Pelos, joder, que fallé el mote, que le tendría que haber puesto el Bocas. Me llamó, tío, así, de improviso. Que eso no se hace. Y me quedé mudo. Qué coño mudo, me quedé gilipollas. Y la recordé riendo el día que Santi nos dejó el coche, cómo se tiró el rollo, eso no se me olvida. Y fumamos. Y se reía y se reía. Parece mentira, pero es lo que se me ha quedado a fuego. Más que el polvo. Manda huevos. Y, no me regañes, pero pensé que igual no la volvía a ver reír. Y lloré. Sin control. Me acordé de mi hermano Rodri, que aún se mea por las noches, que no controla. Pues igual yo. Y la tuve que colgar. Y ahora recuerdo tu cara de mariconazo y se mezcla con la risa de la Sandra, y lloro también, pero no se lo digas a nadie, tío, esto entre tú y yo.
Ya te dejo, que hoy tengo ciclo. Estaré unos días sin escribir, ya sabes, me quedo jodido.

Un abrazo,

Guille.