Lo que quise explicar con aquello de los rituales es que éstos son una forma de dar valor, lo cual no quiere decir que sea la única. Es una de las carencias más típicas de nuestras vidas. La ausencia de valor. Vivimos en un mundo en el que lo queremos todo, lo queremos ya, y lo queremos sin esfuerzo. Solemos decir que los niños de hoy en día lo tienen todo y no valoran nada.
¿Y nosotros?
Exactamente lo mismo que nos pasa a nosotros. Nuestros padres probablemente piensan eso mismo de nosotros. Pero somos tan miopes que sólo somos capaces sentir pena por ellos, por los niños.
Y yo me pregunto si quizás no sería el momento de una desposesión total, un comenzar de cero. O si quizás no sería una forma absurda de volver a cometer los mismos errores, y de comenzar con una espiral de anhelos que no terminan nunca. Los publicistas bien lo saben, y ya no venden cosméticos, coches, perfumes, juguetes o chocolates. Ahora venden amistad, amor, deseo, placer, estatus social, distinción, belleza, felicidad.
Pero empezar dos veces de cero no es posible. No es posible descartar el conocimiento y la experiencia. Pero sí usarlos en nuestro favor.
La otra tarde me sorprendí mirando a unos octogenarios tomando un helado. Muchas veces esa especie de ingenuidad de las personas mayores me parece conmovedora. Son capaces de disfrutar de cosas tan pequeñas –¿pequeñas?-. La mayor parte de ellos han vivido una guerra, una posguerra, han pasado apuros económicos serios, se han destrozado el cuerpo trabajando, lo poco que han tenido se lo han dado a sus hijos, para que pudieran ser más que ellos. Y se ríen de cosas sencillas, y se toman un helado y es un acontecimiento. Y me imagino la conversación que tendrán por la noche con sus hijos, cuando les pregunten que qué tal. Pues muy bien, hemos ido a la playa, después hemos dado un paseo y nos hemos tomado un helado, ¿qué más se puede pedir?
¿Qué más se puede pedir?
Quizás esté en nuestra naturaleza, pero nuestra forma de valorar se basa en la comparación. Quizás una primera forma de conciencia del valor es el apreciarlo por contrarios. No valoramos lo bello si no hemos conocido lo feo, no valoramos los bienes materiales si no hemos padecido escasez, no valoramos la felicidad si no hemos conocido el dolor, no valoramos el tiempo libre si no trabajamos, no valoramos el amor y la amistad si no hemos padecido soledad… Como si la vida no fuera más que una moneda, con su cara y su cruz, y fuera imposible el conocerla sin mirar con perspectiva ambas caras.
Pero otra forma de tomar conciencia del valor es el apreciar por deseos. Es una forma para mi gusto perversa, pues dejamos de fijarnos en lo que tenemos para no ver más que lo que deseamos. Lo que deseamos es el futuro. Y el futuro no existe. De modo que nuestro presente es una mierda, es mediocre, porque no coincide exactamente con nuestros sueños y deseos. Pero no pasa nada porque llegará un día en que el futuro será presente, y tendremos todo aquello que ahora no tenemos. Pero el futuro no existe. Y el presente se convierte siempre en algo mediocre, que deseamos que pase deprisa, sin hacer nada por él, y que ayudamos a tragar y a sobrevivir gracias a la esperanza.
Y dejamos de mirar a nuestro alrededor. Y nos quedamos esperando a que llegue ese futuro, alimentando esos anhelos que hoy por hoy son frustraciones, degradando nuestro presente, lo que nos rodea, y con ello, a nosotros mismos.
Y ya que es nuestro presente lo que al fin y al cabo importa, es el presente al que hay que dotar de valor. Y el tomarse un tiempo para liar un cigarrillo, o el ser consciente de la paz que se siente nadando a solas, no son más que unos pequeños ejemplos. Muy pequeños. Pero el proceso evidentemente no puede quedarse en sacralizar lo banal, o en ritualizar. El proceso incluye el autoconocimiento y el examen crítico. El saber qué actos de nuestras vidas, qué emociones, qué sentimientos, qué personas de las que nos hemos rodeado nos aportan valor y por qué, y conservarlas, aferrarnos a ellas, cuidarlas, amarlas. Saber también qué y quiénes no nos aportan nada y si quizás con algo de esfuerzo podrían hacerlo. Y también qué y quiénes lo destruyen y sería mejor eliminar o reducir en lo posible de nuestro día a día.
Y por último me pregunto si esa consciencia de lo valioso que hay en nuestra vida, y ese esfuerzo personal que implica el dotarla de más valor, esa búsqueda y ese trabajo activo por hacer de ella una experiencia valiosa, sagrada, única e irrepetible (yo café), no nos encamina a ser, nosotros mismos, creadores de valor.
¿Antes o después?
Yo la comparación sí la uso como recurso para recordarme el valorar todo lo que tengo a mi alrededor cuando me despisto, pero no la considero intrínsecamente necesaria para valorar las cosas. El sentimiento de gozo y satisfacción es un sentimiento pleno en sí mismo, yo creo que la comparación va después, no antes.
A veces, comer un emparedado de jamón es mejor que la felicidad eterna. Porque NADA es mejor que la felicidad eterna y, bueno… un emparedado de jamón ES MEJOR QUE NADA…
Desde luego, un comentario estúpido que no está a la altura de un post tan bueno…
César, muchas veces la comparación no es explícita. Viene dada por la experiencia acumulada. Es cierto que hay sentimientos y cualidades que lo son por sí mismas. Pero en función de nuestras experiencias vividas, así como de nuestras circunstancias presentes, que nos sirven como elementos de juicio y de comparación, cambia la forma que tenemos de percibirlas. Cambia la intensidad con la que sentimos la satisfacción (por seguir con tu ejemplo). DEsde ese punto de vista, yo creo que se podría decir que la comparación (el otorgar un valor u otro al sentimiento, o una mayor o menos intensidad, es decir, nuestra percepción del mismo) se realiza inconscientemente durante, y conscientemente, buscando una toma de perspectiva, después. ¿No? ¿Tú qué crees?
Kike, gracias.
>buscando una toma de perspectiva, después.
>¿No? ¿Tú qué crees?
Yo creo que sí, que tienes razón y que se da de ese modo, pero también creo que se puede escapar de esa comparación subconsciente. Y que esa escapatoria, que está más cerca de lo que pareciere, es el auténtico Ser, Vida, Presencia, Libertad, Rendición, Tao, Vida en Cristo, Vacío… o como quiera que se quiera llamar. Eso creo. 🙂
Yo creo que si no creyera que se puede escapar a esa comparación subconsciente, o si no se puede generar valor al margen de ella, se llame como se llame eso, no tendría sentido toda la parrafada que he escrito, ni la búsqueda, ni el esfuerzo.
El cómo esté o no de cerca, no lo sé. Estamos en ello ;-). Un beso, y muchas gracias.
Hola pat, ya hacía tiempo que no te dejaba algún comentario; pero aun sigo tus reflexiones. ¿Cabría la posibilidad de que una determinada educación o un determinado modelo de sociedad, nos haya inculcado aquello de querer más y más? Da la sensación de que el valor que le damos a las cosas, es el referido meramente al esfuerzo por conseguirlo no a la cosa en sí.
Te dejo la reflexión del primer post de un blog reciencreado. A ver que te parece. http://comandalf.blogspot.com/
Saludos.
Muy cierto.. la felicidad en realidad consiste en las pequeñas cosas de la vida, sólo que a veces no lo sabemos ver… Me ha gustado mucho el post ^^
Saludos!
¿Quién determina lo grande o pequeño que es un momento? Sólo nosotros mismos… gracias por tus palabras. Por cierto, me ha encantado tu post del héroe absurdo.
La consciencia de la felicidad y de estar viviendo un buen momento nos hará vivirlos doblemente. Descubrir esa sensación es reciente en mi caso. ¿Nos estamos haciendo felizmente mayores? Cuéntale a Pablo que esta es una ventaja de «envejecer».
Un beso.
Y… a Miguel. Como conozco a Pablo de otras veces…. 🙂