El último habitante del planeta

De vez en cuando miro el programa del Café Central. Aunque el jazz me gusta por los pelos tengo  inexplicables ganas de ir. Del programa me llama la atención Mastretta, y además ese mismo día, un rato después, leo la recomendación de Raquel. Busco su página web, leo su discografía, me gusta el nombre del grupo y sus portadas,  y me envío un link por correo con el título «para escuchar», porque en el trabajo puedo curiosear pero no escuchar música, ni siquiera con auriculares porque algo me he cargado y no lo he sabido arreglar y es terrible. Echo de menos la música.

Por la tarde pongo a Mastretta, y se me queda enganchada El último habitante del planeta. Y yo, que a veces me pienso tan filósofa y tan lírica, escucho el último habitante del planeta y lo que se me pasa por la cabeza es una frase hecha. Muy cinematográfica, eso sí. Como la canción. «No follaría contigo aunque fueras el único hombre en el mundo». Las cosas se dicen muy a la ligera, no se debería jugar tan alegremente con la grandilocuencia. Salvo que la grandilocuencia sea un intento de doblegar la voluntad propia, como si pensarlo bajito no fuera suficiente porque la que piensa bajito es ella normalmente, y para poder negarla hubiera que emitir sonidos, pronunciar palabras. Y me pongo cinematográfica también. Y visualizo una pareja. Y ella le dice a él, en blanco y negro, no estaría contigo aunque fueras el único hombre sobre la faz de la tierra. Quizás también le diría te odio. No sé aún si antes o después de la frase. Lo que sí sé es que la voz sonaría alterada, vehemente. Si hay bofetón el beso llegaría de inmediato, de lo contrario quizás habría que esperar más. También para el sexo. Pero es seguro que llega, y que después fuman cigarrillos, sin besarse. Y les queda ceniza en las encías y bajo la lengua. Gana la voluntad y pierden ellos. Cuando alguien pierde se queda la ceniza, no se le vaya a echar la culpa al tabaco también de eso. Podríamos adaptar la escena al color. Sólo habría que cambiar vehemencia y bofetada por desprecio e indiferencia. «Creo que ya no voy a venir más» «No follaría contigo aunque fueras el único» dicho despacio y en voz queda, «me voy ya» y no hay ni un adiós, no se miran y no dejan de hacer lo que quiera que estén haciendo mientras, uno vivir quedándose y el otro vivir yéndose.  Y una vez pasada la solemnidad, una vez interpretado el papel, llega la noche y llega un whatsapp (nadie osaría llamar al timbre sin antes enviar un whatsapp) «estoy en la puerta de tu casa, ¿duermes?» y el otro abriría la puerta no sin antes contestar «hasta hace un momento sí». Y entonces sexo. Y después desprecio, indiferencia y por supuesto cigarrillos. El último habitante del planeta. ¿Y si de verdad fueran la única pareja sobre la faz de la tierra? Si fueran los últimos habitantes del planeta, tras haber conjurado esas palabras muchas veces, incluso en el muy improbable caso de que hasta el momento de ser los únicos las hubieran cumplido, aunque yo no pudiera dejar constancia porque, a pesar de ser ellos una imagen en mi cerebro ya he dicho que sólo quedan ellos, los últimos, ahora que son los últimos y no queda nadie, y casi no queda nada, ellos, se despreciarían y odiarían durante el día, pero seguirían follando por las noches. En realidad, qué importancia tiene.

El último habitante del planeta

Miró al espejo y vio su propia cara

Palpó la superficie con los dedos

Y le pareció brillar.

Batman, la leyenda renace…

Ante el escalofriante suceso acaecido hace escasos días en Colorado, donde un joven que acudía al estreno de Batman cargado de armas de fuego y un disfraz de villano la emprendió a tiros asesinando a doce personas, el servicio de inteligencia estadounidense ha decidido tomar medidas contundentes para evitar que sucesos como éste vuelvan a repetirse: a partir de ahora estará prohibido acudir al cine con disfraz. El resto del mundo, impresionado ante semajante despliegue de ingenio -que por algo EEUU es el paradigma del desarrollo y way of live- ha comenzado a imitar su estrategia por miedo ante otras posibles matanzas incrementando incluso las medidas, y es que en países como México no sólo se han prohibido los disfraces sino también el estreno de la cinta. Ahora los ciudadanos pueden llevar sus armas de fuego en paz, a salvo al fin de disfraces asesinos.

Disecciones materno filiales

En esta ocasión realizaremos un experimento, o un ensayo –que dicen en literatura- acerca de las relaciones materno-filiales. Pero dada la complejidad del tema a abordar, comenzaremos a enfocar tomando una escena en concreto, una cualquiera. Ésta, por ejemplo, en la que vemos a una madre junto a su hijo sentados frente a una mesa. Para realizar el experimento o ensayo tendremos a mano una lupa, que nos permitirá realizar aumentos en la escena a fin de captar detalles que a simple vista podrían pasar inadvertidos, y aportar datos útiles acerca de la escena a fin de poder extraer concusiones. Asimismo, realizaremos disecciones en el pensamiento de los protagonistas, para poder aproximarnos con la profundidad que requiere todo estudio de aspiraciones mínimamente científicas.

Bien, realizadas dichas precisiones, volvamos a nuestra escena. Recordemos: una madre y un hijo sentados frente a una mesa. Sobre la mesa, un cuaderno escolar de cuadrícula, y unos folios con algo impreso en ellos. La madre, de mediana edad,  se sujeta la cabeza con ambas manos, como si le pesara, y reposa los codos sobre la mesa. El hijo, de unos ocho o nueve años, se encuentra derrengado en la silla, con la cabeza gacha, como si quisiera tocarse el pecho con la barbilla pero no terminara de hacerlo por resultar forzado.

La madre suspira. “Venga,  ya has terminado un problema, sólo te quedan tres, pero a este ritmo vamos a estar aquí toda la tarde”.

El niño replica algo emitiendo gruñidos, por lo que no terminamos de entenderlo, de modo que aunque podríamos imaginarlo, evitaremos aquí toda suposición. El niño tapa el bolígrafo, vuelve a destaparlo, tira la goma al suelo, la recoge. Al recogerla se mira las manos y gracias a la lupa de aumento podemos ver que cae en la cuenta de que tiene algo sucio en un uña por lo que comienza a limpiarse con deleite y detenimiento. Pero no retoma la tarea. Nos preguntamos el por qué. Quizá tiene facilidad para la distracción, pero para evitar suposiciones en este punto hacemos uso del bisturí y nos adentramos en el pensamiento del menor.

Nos llenamos de sorpresa al constatar que el niño está retrasando su tarea escolar no porque se distrae sino precisamente para no distraerse.

Tres problemas pendientes, de los cuales debe copiar el enunciado de las hojas impresas al cuaderno escolar. Se trata de una tarea rutinaria donde las haya, utilizando las manos en plena era de la tecnología. Se pregunta por qué su profesora no emplea las TIC en su metodología pedagógica, y si debería denunciarla al Ministerio de Educación por contravenir el espíritu de la LOE.

Asimismo se pregunta también por qué para resolver un problema con una simple suma, además de copiar el enunciado (manualmente y sin procesador de textos), debe explicitar los datos proporcionados por el mismo, escribiendo encima “datos”, escribir “operaciones” sobre las operaciones y escribir “solución” sobre la solución. Y por qué debe saltar cuatro cuadrículas, y no tres ni cinco, entre problema y problema. Piensa que su profesora debe estar empeñada en que realicen aprendizajes para la vida, donde tantas veces tendrán que realizar tareas absurdas simple y llanamente porque se lo exige un superior.

El niño tampoco entiende por qué tiene que hacer deberes en vacaciones si ha sacado buenas notas durante el curso, y si va a tener que trabajar durante el verano apruebe o suspenda, qué ventaja tiene el sacar esas buenas notas tan alabadas por todos.

El niño entonces encuentra otra vía para aferrarse a su fin, el de no distraerse de su no hacer la tarea, para distraer a su madre. Realizamos puntos de sutura, y tomamos  de nuevo distancia.

– Mamá, ¿cuántas asignaturas tengo que suspender para repetir curso?

– No lo sé. Por favor, ¿puedes empezar a copiar el enunciado del segundo problema?

– Pues me han dicho que si suspendo una misma asignatura las tres evaluaciones, repites.

– Bueno, creo que ahora mismo no corres ese riesgo, ¿te puedes poner a copiar de una vez?

– De todas formas en cuarto no se puede repetir.

– Si lo tienes tan claro, ¿para qué preguntas?

– Pero, si suspendes y no repites, ¿qué pasa?

– Lo preocupante no es suspender o aprobar, sino aprender o no.

La madre muerde el anzuelo a la perfección, y comienza a disertar acerca de las virtudes del conocimiento al margen de los resultados académicos, y de los procesos de construcción del mismo que no reproduciremos aquí en su totalidad para no producir en el lector el mismo sopor que produjo, como por otra parte resulta comprensible, en el niño.

Por favor, el bisturí. Esta vez realizaremos un corte en la línea de pensamiento materno.

La mujer, a posteriori, se ha dado cuenta de que, con su alocución, su hijo ha ganado diez minutos más antes de enfrentarse al suplicio de los problemas, y no entiende cómo puede preferir dedicar la tarde a discurrir maniobras de evasión antes que a resolver en el menor tiempo posible tres problemas para poder irse a jugar. Claro, razona, que como jugar es lo que hace el resto del día, quizá las maniobras evasivas presenten mayor distracción que la tele, la consola, la piscina o los amigos. El exceso de tiempo libre nos convierte en seres retorcidos, sentencia.

Pero la madre se ha propuesto no tirar la toalla, y presionar al niño hasta ver la tarea resuelta. Y se basa para tomar esa decisión en su experiencia reciente, cuando cedió ante un  “mamá, te prometo que mañana hago los deberes de hoy y mañana en cuanto me levante”, sabiendo de antemano que el viento iba disolviendo cada palabra según era pronunciada. Pero no era la estafa lo que le hacía desistir. Sino el pensar en lo que podría ser un día con ocho problemas en lugar de cuatro. En ese momento dejó de razonar y odió a la profesora del niño.  La odió con palabras gruesas.

Después del odio retomó su misión, y se propuso ser creativa, ofreciendo a su hijo un reto. Tomemos distancia de nuevo:

– Venga, hijo, para que veas que no es tan horrible voy a hacer los problemas también. Me llevas uno de ventaja. A ver quién termina primero. Y sí, yo también copio los enunciados, y escribo “datos”, “operaciones” y “solución”.

El niño es tentado, y la tentación le aparta de su objetivo, porque se pone a escribir. El reto dura poco. Justo el tiempo que tarda el niño en darse cuenta de que no lo va a ganar: en el intervalo en el que él ha copiado y resuelto el segundo problema, la madre ya ha terminado los cuatro.

– Mamá, no vale, es que tú escribes más deprisa.

–  Porque yo he copiado muchos enunciados en mi vida.

– Así que la finalidad era ésta… ¿y merece la pena?

El niño abandona el reto y retoma su propósito de triunfo por exasperación. Tira el boli al suelo.

La madre se intenta animar. Ya sólo quedan dos.

– Venga hijo, ponte con el tercero…

– Mamá, no puedo hacerlo.

-¿Por qué?

– Porque es demasiado aburrido.

– ¿Pero no te das cuenta de que llevas más de una hora para hacer dos problemas y que tardas mucho más en lamentarte que en hacerlo?

Claro que se da cuenta. Se da perfecta cuenta. Ambos se dan cuenta. La madre se levanta de la silla y se va, y mientras va diciendo:

“Tarda lo que te de la gana, pero yo no pienso perder mi tarde también. Y no te vas a mover de ahí hasta que termines.” Ha perdido la paciencia.

El niño protesta, gruñe, se balancea en la silla con una fuerza suficiente como para que al golpear el suelo lo haga con cierta violencia. Con la lupa observamos que con las manos está desmenuzando la goma, y que le asoma una lágrima. Abramos de nuevo, con cuidado, no vayamos a dejar marcas.

Parece que las maniobras evasivas no producen el mismo entretenimiento si el sujeto a evadir –y exasperar- se ha marchado. Sabe que puede seguir en su empeño, sabe que puede ir a mayores, que puede seguir con los golpes en la silla, puede incrementar el nivel de violencia que manifieste su disconformidad, puede permanecer con esa actitud lo que queda de día, y lo que le queda de vida. Pero comienza a plantearse si la victoria le compensa todo aquello. Al mismo tiempo, y por la actitud y el tono de voz de su madre se da cuenta de que ya no queda mucha cuerda de la que tirar, y que la situación amenaza castigo. Y claro, permanecer enfadado de por vida sin tele y sin consola, definitivamente resulta un precio muy caro. Quizá vaya siendo hora de claudicar. Pero hasta para eso hace falta esperar al momento oportuno.

Por favor, el bisturí para la madre. La madre está en su dormitorio. Piensa que es posible que el hijo se plante y no haga sus tareas. Ella está cansada y no quiere sacrificar toda la tarde, ni su salud mental por dos putos problemas de matemáticas, eso sí, el niño se va a enterar, y piensa en posibles castigos. Nada de tele, o nada de consola. Ni tele ni consola. ¿Cuánto tiempo? ¿Esa noche? ¿Durante una semana? ¿El resto de la vida?

Pero no es más que revancha. Es sólo revancha. Antes de darse por vencida vuelve a intentar encontrar una solución. El verdadero problema era copiar el enunciado y no el resolver el problema… ¿y dictándoselo?

– Hijo, ¿y si te dicto los enunciados?

– Vaaaale

La madre comienza a dictar. Tomamos la lupa de aumento. El niño escribe el enunciado antes de escuchar la voz de la madre.

Cinco minutos después la tarea está terminada y el conflicto resuelto.

El niño se aleja pensando que ha ganado las batallas pero ha perdido la guerra.

La madre piensa que ha ganado una batalla, pero que la guerra es otra cosa. También piensa que no existen las victorias absolutas. Ni las derrotas tampoco. Y piensa que el pensar en términos como batallas o guerras, cuando se trata de los conflictos con su hijo, ya es una señal de derrota. Aunque no absoluta.

Nosotros constatamos los enormes esfuerzos de diplomacia que exige el llevar a buen término un conflicto, incluso si el conflicto tiene carácter materno-filial.

Que el paciente lector extraiga, a su vez, sus propias conclusiones.

Conversaciones de oficina

Nos vamos a comer, ¿no vienes?

– No.

– Oye, pero ¿tú no comes nunca?

– No. (Pausa valorativa. Por fin me decido.) Lo sé, parezco humana, pero soy un replicante.

– ¡Ah, un replicante! Entonces… te enchufas por las noches y ¿listo?

– Algo así.

– Pues… el resultado es excelente.

– Felicitaré a mis programadores de tu parte.

Aprovecho este espacio para realizar esa felicitación. Ahora, si me disculpan, es hora de enchufarme.

Caracol manzana

Abrir la prensa es a veces una tortura de titulares que tienen que ver con la crisis del euro, la corrupción política, las primas de riesgo, y el apocalipsis en general. Pero el pasado lunes sí encontré una noticia interesante que me mereció la pena leer al completo y que captó todo mi interés. En ella hablaban de un animalillo, el caracol manzana, que bajo su inocente nombre, y su inocente apariencia, con su concha, sus colores, y sus cuernos al sol, esconde una hasta ahora desconocida pero malvada plaga de devoradores insaciables que están asolando el valle del Ebro, y otras partes del planeta.

Uno de los mayores poderes de la plaga, además de comerse las cosechas de arroz, es su indestructibilidad.  Según el artículo, el gobierno ha destinado tres millones y medio de euros en inventar formas para destruir al entrañable caracol manzana y su prole, fracasando con todas ellas. Los expertos han probado a secar los márgenes afectados del río, llenar los desagües con cal viva, regar los arrozales con saponina tóxica, y rociar a los caracoles con un aceite que les impide respirar,  pero todos esos esfuerzos han sido en vano. Hasta ahora, el malvado caracol manzana ha demostrado una inmortalidad sin fisuras. Cito textualmente las declaraciones del biólogo indio, un tal Joshi, experto en  caracoles manzana: “Ningún país ha logrado erradicar esta plaga”, cuya intención supongo que es consolar a los valerosos ciudadanos que han sido derrotados por el bichito con el clásico sistema del mal de muchos.

Sigue con su consuelo, pues afirma el biólogo que, si bien no han conseguido erradicar la plaga, el mero hecho de que no se haya extendido al resto del país ni del continente, es ya una gran victoria. La humanidad entera está en grave riesgo (esto último lo digo yo por deducción.)

La cosa es que, y vuelvo a citar el artículo, “no existe una solución industrial para erradicarlos, sólo queda zambullirse en el agua y destrozarlos con las manos”.  Eso rápidamente me lleva a pensar que quizá podría ser una gran oportunidad para reinventarnos, y hacer de nuestra larga lista de parados un ejército de valerosos guerreros que podrían salvar el delta del Ebro, y crecidos con dicha victoria, podrían extender la salvación al resto del continente, y por último a la humanidad al completo. Porque, con semejante poder de destrucción del poderoso y maléfico caracol manzana –y prole-, no me extrañaría nada que todo el tema de la crisis fuera en realidad una cortina de humo que han utilizado los políticos para no alarmar a la población civil con esta plaga que nos amenaza, y evitar así las terribles consecuencias del pánico.

De hecho, y ahora que lo pienso de una forma más global, y tomando perspectiva espacio-temporal, quién no nos dice que todos los desastres ecológicos de autoría humana no pudieran ser  daños colaterales de esa encomiable y nunca suficientemente valorada lucha por terminar con el malvado caracol manzana…

Y no puedo evitar sentirme en deuda con ese animalillo baboso, porque desde que lo he descubierto, todo parece tener algún sentido. Gracias, gracias de verdad, querido caracol manzana.