Me he propuesto en estos días de semiconfinamiento escribir a diario. No he llegado a tiempo. Hoy no es el primer día sino el segundo. Esto para empezar. Para seguir, he salido de casa por la mañana. A comprar el pan. No sé si estos antecedentes son los mejores.
Ha sido el primer día en el que me he disfrazado. Me he colocado unos guantes de látex y una mascarilla de bricolaje, que es todo lo que había en casa. En las farmacias hace ya muchos días que están agotadas. Esto tiene un motivo. Ayer por la noche, previendo que hoy el confinamiento sería oficial, y sin conocer las dimensiones del mismo, salimos por la tarde a terminar de comprar imprescindibles que nos faltaban para poder afrontar estos días. Mientras la gente llenaba los carros con lo poco que quedaba de carne, pollo y papel higiénico nosotros metíamos refrescos, vino y cervezas. Estuve un buen rato buscando un ribera afrutado. Te pedía ayuda pero ni me escuchabas ni me oías. Mirabas cada cosa que tocaba, cada botella que cogía, cada etiqueta que leía como un posible foco infeccioso que yo estaba tocando con mis manos, que ya dejaban de ser manos para convertirse en amenazas posiblemente infectas con forma de manos, con las que después tocaba mi cara, con las que te tomaba del brazo.
Después de dejar todo eso en casa, salimos a dar lo que bien podría ser nuestro último paseo en dos semanas. Ya era de noche y escogimos calles poco transitadas. Las terrazas ya las habían quitado. En los bares aún quedaba gente que tomaba cerveza, al margen del miedo. Esquivamos a cuantos peatones nos cruzamos, que fueron pocos. Justo antes de entrar en casa me di cuenta de que no habíamos podido comprar huevos en el supermercado, porque no quedaba ni uno, y pasamos junto a un pequeño colmado de barrio que aún estaba abierto. ¿Se puede? Sí, pasad, qué queréis. Huevos. Él nos los dio. Nos mantuvimos a bastante distancia. Le preguntamos al señor si iba a abrir estos días. Nos dijo que no lo sabía. Que dependía de la concreción del estado de alarma -bueno, no usó exactamente esas palabras-. Si cerraban Madrid no podría. Se daba la circunstancia de que vivía en una urbanización que linda con Toledo, y su casa, concretamente, había caído del otro lado de la frontera, en la zona manchega. Y fíjense, si me voy por la mañana a Mercamadrid, y lleno la furgoneta de fruta y verdura, y resulta que luego me para la policía y me dice los papeles, y me hace dar media vuelta, a ver qué hago yo con todo el género. Pensé que si había conseguido atravesar la frontera toledana y llegado a Mercamadrid, qué le iba a impedir llegar hasta su tienda. Y entonces llegamos al meollo del asunto y por fin el tipo dice que además lo más importante es la salud y quedarse en casa. Que él llevaba ya varios días atendiendo con guantes y con mascarillas. Que se ponía cuatro mascarillas, una encima de otra, y que los guantes le daban alergia, pero a ver qué iba a hacer, porque si le llegaban clientes que entraban en su tienda a pelo, como nosotros, pues qué iba a hacer, tendría que protegerse. Después ya comenzó con la soflama política en la que desvelaba abiertamente su apoyo a las medidas del gobierno autónomo y municipal, y su crítica a las del gobierno central, y después también nos contó el caso de la señora de ochenta y muchos años que tiene que estar haciendo la compra para la comida familiar de todos los fines de semana para todos los hijos y nietos, que se juntaban más de treinta personas y que si la iba a contagiar con lo delicada que estaba ya la señora. Y que dónde íbamos a parar. Para comprar una docena de huevos estuvimos en la tienda con el hombre arengando durante más de 15 minutos mientras nosotros nos resignábamos a escucharlo con docilidad, sin osar rebatir nada.
Antes de salir había llamado a mi tía. Tenía una llamada perdida suya desde hacía días. Mi tía me llama un par de veces al año para preguntarme por todos. Es la hermana mayor de mi padre. Me contó que cuando llamé acababa de llegar de la peluquería, y yo le dije, claro que sí tía, que el apocalipsis te pille peinada. Y me dijo pues sí, hija, me he hecho un moldeado, que ya que voy a tener que estar en casa, si me veo en un espejo al menos verme bien. También he estado en el mercao, y estaba desabastecido, hija, que me han puesto las dos últimas pechugas de pollo, pa hacerlas así rebozás, que están muy ricas. Y digo yo que lo primero que tenían que hacer era averiguar quién ha puesto el virus ese en el cielo, porque alguien ha tenío que ser. Yo creo que el Trump ese, que como veía que los chinos se le estaban subiendo a la chepa, pues les ha echao el virus ese y se le ha ido la mano. Pero seguro seguro que alguien ha tenío que ser, que no va a salir eso de la nada, o no? También la escuché sin rebatir absolutamente nada, a todo que sí.
Después fuimos a la tienda de vinos que hay debajo de casa, a mantener el último contacto del día. Nos llevamos uno de Navarra y un Ribera. El de Navarra era atípico pero tenía una etiqueta preciosa, y prometía reminiscencias a cereza madura y frutos azulados. Me pareció tan poético que tuve que cogerla. Está el dependiente joven y dice que cómo es que hemos elegido ese vino. Le contesto que por la etiqueta. Y me dice que a él le encanta, que nos iba a sorprender, que los vinos navarros no tienen ninguna fama pero que este era fantástico. Yo me enorgullecí del buen criterio que tenía mi instinto. Por la noche, al probarlo, me daría cuenta, una vez más, de que me había equivocado.
Y, volviendo al lugar donde comenzó todo esto, a la mañana de hoy, cuando hemos salido a por el pan, he pensado en el señor del colmado, y en entrar a pelo en una tienda, y que el dependiente se pueda sentir como si un desconocido lo estuviera follando sin condón, y me he puesto los guantes y la mascarilla de carpintero, convencida de estar siendo más considerada. Sin embargo, pocos minutos después, delante del panadero, me sentiría obligada a justificarme.
Me gusta leer tus impresiones. A mí me parece todo entre terrorífico y surrealista. Con su punto cómico en medio del horror.
A mí en las pelis de pandemias el virus me daba más miedo. Pero el aire que se respira es parecido. Yo voy a intentar aprovechar y me he hecho tres listas de cosas que quiero hacer. Escribir y leer a diario es una de ellas.
En mi país apenas empieza la contingencia, yo tengo una presentación cantando el próximo viernes en un evento para mujeres que muy probablemente se suspenda. Seguramente como tu me concentrare por unos días en cantar, ver películas y leer. Espero que en efecto sea sólo una jugada económica contra china y que pronto volvamos a la vida normal, brindo por tu salud y la de tu familia, Abrazos.
La teoría conspiratoria es de mi tía, yo no me atrevería a apostar. Puedo dar por buena la versión oficial de comer bichos salvajes con virus, o podría apostar a una rebelión general contra la especie humana. Espero que estéis bien. Cuidaos. Un abrazo
Dile a tu tía que un poco de razón lleva; en realidad el virus somos nosotros mismos. No sé si alguien cenó murciélagos o si otro alguien violó a ese animalejo de nombre diminutivo, el caso es que todos con nuestro comportamiento vamos a hacer que cambiemos el concepto de la palabra Libertad.
Añoraba leerte. Un placer enorme.Gracias por seguir ahí. Abrazos y suerte.