Hoy he estado en la calle Alcalá, haciendo un curso. A la hora de comer he visto esa sala de exposiciones donde estuve hace más o menos un año. Estaba La realidad abstracta, de Juan Manuel Ballester, así que decidí comer algo deprisa, y aprovechar para verla. Dudé entre una franquicia nueva y Starbucks, pero me pudo la nostalgia. Me senté frente a la ventana, a mirar a quienes pasaban por la calle, que a su vez miraban a quienes comíamos, o sea, a mí, separadas las miradas por un cristal, que me pareció como de pecera, o de acuario, solo que para mí ellos eran los peces, y viceversa. Me fastidió que me interrumpiera otra asistente al curso, que me abordó con un “¡hemos elegido el mismo sitio para comer!” Pidió el mismo sándwich que yo, pero cuando vino a sentarse a mi lado casi había terminado. Estuve dudando si abandonar la exposición para acompañarla por compromiso o terminar de comer y largarme. Decidí darle una oportunidad, porque a veces los desconocidos te sorprenden, y lo que temía una aburrida conversación trivial quizá podría resultar un descubrimiento personal mucho más intenso que cualquier fotografía. Es cierto que la oportunidad que le di fue corta, pero creo que lo suficiente como para saber que no habría sorpresas, de modo que tras un breve intercambio en el que me dijo que venía de Valencia, algo de trabajo, y algún que otro silencio, le dije que me disculpara pero que iba a aprovechar para ver una exposición.
Cuando entré vi un cartel “Exposición cerrada”. Aunque no tengo problemas de comprensión lectora, decidí asegurarme confirmando este punto con el vigilante, por compartir mi frustración, supongo. Me dijo que efectivamente había entendido bien, que los lunes cerraban. Vaya por dios. “Pero mañana abrimos”, ya, pero yo el curso lo tengo hoy, han elegido muy mal día.
Decidí cruzar al Círculo de Bellas Artes. Pero también cerraban las exposiciones los lunes, así que me tomé un café en una mesa junto a la ventana, y tomé también algunas notas, pensando en los Stooges.
Al salir fui a ver a mi amiga Raquel, que suele tener siempre algún contratiempo y me tiene acostumbrada a esperarla. Me di un paseo, pero los puestos del mercado también estaban cerrados. Los lunes no hay exposiciones ni pescado. Después de un paseo bajo la lluvia, y de una caña en un bar sórdido, decidí ir a su portal. Dudé entre esperar o fumar, apelando a la ley de Murphy, y decidí esperar. Pero cuando me cansé de esperar me replanteé la ley y me lié un cigarrillo que no pude llegar a encender. Y es que no falla esa ley. Pero a Raquel merece la pena esperarla.
Una vez en casa me he sentido rara. Creo que la sensación de “Cerrado por lunes” me ha acompañado hasta aquí.
Qué tonta, si es que es lunes.
Tienes un poder asombroso. Ayer mismo anunciaban en un telediario que a partir de enero los museos en Madrid abrirán los lunes. Para que no vuelvas a tener esa sensación.
Me has hecho reir así desde primera hora, qué bien. Voy a desear más cosas, por probar el poder …. 😉 Un beso.
Bueno, parece que no soy la única a la que se le ocurre ir a alguna exposición en lunes olvidándose de ese dato tan importante, que los lunes cierran. Y es el día que antes acabo de trabajar y más tiempo tengo.
Aunque parece que estais de suerte. Bs.