Proceso de desintoxicación del league of legends

Lo que más odio de tener que reconocer que me he equivocado es haberme equivocado. Porque normalmente no me formo opiniones ni actúo, ni adopto una filosofía de vida al azar. No he tirado una puñetera moneda al aire y esperado al cara o cruz. Si pienso de una determinada forma sobre algo es porque, después de haber analizado y estudiado con mucha profundidad, creo que es la mejor forma de pensar. Hasta que llega el método del prueba y error y me demuestra lo segundo, mi puto error. Y más aún cuando se trataba de una apuesta importante. Como el estilo educativo con un hijo de catorce. Y más aún cuando lo que yo quería que fuese la realidad era algo bonito, y había coleccionado cientos de discursos, tan bonitos como mi fé, de grandes pedagogos, psicólogos, sociólogos, filósofos, y adoptado sus argumentos y sus nubes rosas. Y me he empapado de un discurso victimista acerca de lo mucho que sufren los niños de hoy en día, que si un sistema educativo desmotivador, que si una metodología mediocre, que si no se tiene en cuenta sus sentimientos, bla bla bla. Que si la empatía, el diálogo, y el consenso. Y he empatizado, hablado, comprendido, respetado, argumentado, ayudado, motivado, dialogado, preguntado, criticado, reconvenido, explicado, advertido, argumentado, solicitado opinión, re-advertido, amenazado. Una vez que no queda ya un resquicio de autoengaño al que acudir, ni victimismo con que exculpar, ni confianza que otorgar, queda oficialmente inaugurado el imperio del terror.

Cerrado

Hoy he estado en la calle Alcalá, haciendo un curso. A la hora de comer he visto esa sala de exposiciones donde estuve hace más o menos un año. Estaba La realidad abstracta, de Juan Manuel Ballester, así que decidí comer algo deprisa, y aprovechar para verla. Dudé entre una franquicia nueva y Starbucks, pero me pudo la nostalgia. Me senté frente a la ventana, a mirar a quienes pasaban por la calle, que a su vez miraban a quienes comíamos, o sea, a mí, separadas las miradas por un cristal, que me pareció como de pecera, o de acuario, solo que para mí ellos eran los peces, y viceversa. Me fastidió que me interrumpiera otra asistente al curso, que me abordó con un “¡hemos elegido el mismo sitio para comer!” Pidió el mismo sándwich que yo, pero cuando vino a sentarse a mi lado casi había terminado. Estuve dudando si abandonar la exposición para acompañarla por compromiso o terminar de comer y largarme. Decidí darle una oportunidad, porque a veces los desconocidos te sorprenden, y lo que temía una aburrida conversación trivial quizá podría resultar un descubrimiento personal mucho más intenso que cualquier fotografía. Es cierto que la oportunidad que le di fue corta, pero creo que lo suficiente como para saber que no habría sorpresas, de modo que tras un breve intercambio en el que me dijo que venía de Valencia, algo de trabajo, y algún que otro silencio, le dije que me disculpara pero que iba a aprovechar para ver una exposición.

Cuando entré vi un cartel “Exposición cerrada”. Aunque no tengo problemas de comprensión lectora, decidí asegurarme confirmando este punto con el vigilante, por compartir mi frustración, supongo. Me dijo que efectivamente había entendido bien, que los lunes cerraban. Vaya por dios. “Pero mañana abrimos”, ya, pero yo el curso lo tengo hoy, han elegido muy mal día.

Decidí cruzar al Círculo de Bellas Artes. Pero también cerraban las exposiciones los lunes, así que me tomé un café en una mesa junto a la ventana, y tomé también algunas notas, pensando en los Stooges.

Al salir fui a ver a mi amiga Raquel, que suele tener siempre algún contratiempo y me tiene acostumbrada a esperarla. Me di un paseo, pero los puestos del mercado también estaban cerrados. Los lunes no hay exposiciones ni pescado. Después de un paseo bajo la lluvia, y de una caña en un bar sórdido, decidí ir a su portal. Dudé entre esperar o fumar, apelando a la ley de Murphy, y decidí esperar. Pero cuando me cansé de esperar me replanteé la ley y me lié un cigarrillo que no pude llegar a encender. Y es que no falla esa ley. Pero a Raquel merece la pena esperarla.

Una vez en casa me he sentido rara. Creo que la sensación de “Cerrado por lunes” me ha acompañado hasta aquí.

Qué tonta, si es que es lunes.