Al margen de los sindicatos, de su convocatoria de huelga que ha llegado tarde y mal, de sus motivos y sus discursos trasnochados, yo sí tengo los míos para manifestar mi descontento y hacer huelga en el día de hoy no en nombre de ningún sindicato, sino en el mío propio.
Aunque yo no me haya quedado sin trabajo, no me hayan rebajado el sueldo, no me hayan ejecutado una hipoteca, no me hayan denegado un préstamo, no hayan reducido las horas en que me ayudan con la asistencia domiciliaria, etc…. y porque a pesar de todas estas medidas, más la de la reforma del mercado laboral tan de libre mercado con probada eficiencia en el glorioso modelo capitalista americano, aún no se haya legislado nada en materia de regulación de ciertas prácticas financieras que ponen en riesgo la estabilidad de los países, ni en materia de especulación inmobiliaria, práctica que pone en riesgo la estabilidad del nuestro -además de imposibilitar el acceso a la vivienda a tantas personas… he decidido que me siento moralmente obligada a manifestarme de forma pacífica, quedándome en casa y renunciando a un día de sueldo. De forma que, si no cambia nada, al menos sentiré que, de alguna forma, he expresado mi disconformidad con la realidad en la que vivo.
El actuar siempre pensando en la utilidad de nuestros actos nos lleva a la inacción. ¿Sirve de algo guardar un minuto de silencio después de un atentado? ¿Va a hacer eso que los muertos resuciten? ¿Va a eliminar el hambre en el mundo aportar unos euros al año a una ONG? ¿Va a conseguir una manifestación que en ciertos países se dejen de vulnerar los derechos humanos?
Podemos no hacer nada nunca, podemos caer en la abulia más absoluta, en el desencanto y en la falta de fe. Pero creo que ciertos actos sí que tienen utilidad. Puede que no inmediata. Pero tienen un efecto de contagio y de esperanza, de solidaridad y de apoyo. Y nos hacen más humanos.
Se pueden buscar muchos motivos para callar y para dejarse llevar por el derrotismo ante realidades injustas. No se trata sólo de un día de huega, ni de sucia política, ni de vociferaciones sindicales. Por supuesto no se trata de arrojar piedras, ni de violencia, ni de vulnerar los derechos de otras personas.
Se trata sobretodo de una toma de conciencia, de responsabilidad y de sensibilidad. Lo que hacemos y el cómo lo hacemos sí importa.
Amén hermana…yo ni siquiera tengo derecho a huelga, pero estoy contigo.
Amiga Pat: Lo dices muy bien y actúas mucho mejor.
Estas o parecidas son también mis razones.
Un abrazo, compañera
Muchas gracias a los dos. Reconforta encontrar personas con una forma semejante de enfocar las cosas.
A eso se le llama coherencia. Y visión de futuro, ya no el tuyo, sino el de los tuyos, el de la próxima generación, que lo tiene fracamente mal. Y tienes razón, lo peor es el desencanto, el no creer en que cada acto individual si sirve.
Un beso.
Pues sí.
Recuerdo un extraordinario episodio de The Simpsons, donde Homer consigue ser elegido para un puesto público con el lema electoral «¿Es que no puede hacerlo otro?» No se refería a su gestión… si no a todo lo demás. Y así es, más allá de la ironía, renunciamos a afrontar los problemas escudándonos en la inutilidad de nuestro esfuerzo frente a la marea de apatía. Preferimos ser parte de la marea. Eso sí, no renunciamos nunca a quejarnos de lo mal que está el mundo…
En fin, gracias por una reflexión tan incómoda como certera. Y por hacer. Y por cómo lo haces.
Suscribo casi toda tu reflexión. Yo hice huelga básicamente por tus mismas razones.
Hay que luchar y protestar aunque estas dos palabras suenen muy sindicales, que, por cierto, tampoco es tan malo.
José, a mí la palabra lucha no me gusta mucho. Me siento más cómoda en términos de justicia o solidaridad.
En cuanto al sindicalismo, aunque todos conocemos a personas que constituyen honrosas excepciones, son un buen número de sindicatos y representantes sindicales los que han convertido este término en peyorativo. Pues su forma de actuar es cobarde, servil y partidista, y la defensa del trabajador se ha convertido en el último de sus intereses y en la primera de sus excusas. Yo no me siento representada por ellos. Ni por la clase política actual. Hablo en mi propio nombre.