El alzador del extraterrestre

A veces llevábamos también a Pepe y a Gonzalo. Como yo era el más bajo usaba el alzador, pero ellos no lo necesitaban. Bueno, a mí tampoco me debía faltar tanto, uno o dos centímetros, y si alguna vez me subía a un coche que no llevara alzador no lo usaba, pero en el coche de mi madre sí. Pepe y Gonzalo podrían sentarse ya delante, en el asiento del copiloto, pero preferíamos ir los tres detrás. Éramos flacos. Los tres. Pepe me gustaba cuando le gastaba bromas a Gonzalo. Como Gonzalo era el último al que recogíamos, las iba perpetrando por el camino, y me decía: ¿te has terminado las pipas? Pues cuando llegue Gonzalo le dices que si quiere y cuando vaya a meter la mano en la bolsa y vea que no quedan nos reímos. También se le ocurrían bromas como bajar las ventanillas en los semáforos en rojo y ponerse a hacerles preguntas a los conductores detenidos en paralelo, como de qué equipo eran, o cuál era su color preferido. Nos reíamos. Y después volvía con las bromas a Gonzalo. Gon era mi mejor amigo, y cuando yo participaba en las bromas de Pepe no le gustaba mucho. A veces seguía las gracias, supongo que para sentir que nos reíamos con él. Pero un día en que yo debí ponerme especialmente pesado me dijo tú no eres así, te conozco muy bien. En ese momento no lo entendí pero paré. Y me sentí mal, pero no supe ponerle nombre.

Otras veces, cuando estábamos los dos solos, Pepe se ponía a fanfarronear acerca de cuántas niñas le iban detrás. Y me preguntaba, y a mí no me gusta hablar de eso, y menos aún con mi madre delante, pero tenía que contestar que sí había niñas que me iban detrás aunque no hablara de eso porque no me gustaba hablar de eso, para que Pepe no me mirara como si fuera un extraterrestre, como me miraba cuando me preguntaba a qué curso iba mi hermano y yo le contestaba que a segundo de secundaria, y entonces me preguntaba ¡¡¡¡¿en serio?!!!!! Y seguía, pues no lo parece, parece que va a primaria, no es normal que sea tan bajo. Y me miraba como a un extraterrestre, como si yo, por ser el hermano del niño de estatura anormal fuera también anormal. Y yo le contestaba que lo que le pasaba es que tenía dos años de retraso en el crecimiento, y era verdad, porque yo había acompañado a mi madre y a mi hermano al médico, y el médico había dicho, mirando la radiografía, que él iba a crecer hasta dos años más que los niños que tienen un crecimiento normal. Y que no iba a ser muy alto pero que alcanzaría una talla normal, como un metro setenta o un metro setenta y dos. Y ellos salieron de la consulta contentos, porque mi hermano iba a ser normal. Pero Pepe seguía con las preguntas, ¿y por eso tú también eres bajo? Pero como a mí el médico no me había dicho nada ni me había mirado ninguna radiografía, no tenía ningún argumento para explicarle mi anormalidad, así que le dije, no lo sé, a lo mejor mi madre me lleva al médico y me lo dice, cuando tenga doce años, o doce años y cuatro meses. Y entonces ya dejaba de mirarme como a un extraterrestre, o como si hubiera decidido aceptarme a pesar de ser un poco extraterrestre, y una vez aceptada mi procedencia interestelar hubiera dejado de producirle extrañeza. A mí no me gustaba que me mirara raro. Hubiera dado cualquier cosa para que mi hermano midiera diez centímetros más, y yo cinco, o cuatro y medio, con tal de que mi amigo Pepe no me hiciera esas preguntas con cara de asombro. Pepe era muy alto y sus padre no, y eso tampoco es normal. A lo mejor él tenía un adelanto en el crecimiento y dejaba de crecer dos años antes que el resto de los niños, y terminaba siendo tan anormal en su crecimiento como mi hermano o como yo. Pero, incluso en la anormalidad, suena mejor adelanto que retraso. Y a mí, o al menos a mi hermano, nos había tocado retraso.

Tampoco me gustaba cuando estaba en casa de mi padre, porque eso a Pepe también le producía curiosidad. ¿Por qué dices que hoy vas a casa de tu padre? Porque esta semana me toca con mi padre. ¿Es que tenéis dos casas? Si, una donde vive mi madre y otra donde vive mi padre, pero las dos están muy cerca, casi al lado. ¿Y por qué tenéis dos casas? Porque mis padres no viven juntos. ¡¡¡¡¿No?!!!! Otra vez me mira como a un extraterrestre. Y otra vez yo tampoco sé darle una respuesta que le saque de su asombro, así que sigue con su batería de preguntas. ¿Y tú tienes un cuarto en las dos? Sí, y una semana duermo en casa de mi madre y otra duermo en casa de mi padre. A mí me parecía de lo más normal, nunca hablaba de eso, igual que los niños que viven con su padre y con su madre no cuentan que viven con su padre y con su madre, pero la sorpresa de Pepe no me gustó. También tengo la casa de mis abuelos, seguí, y a veces me quedo a dormir el fin de semana. Y yo también tengo la casa de mis abuelos, y me quedo a dormir, y los amigos de allí me llaman chiquilín. Pero si eres alto. Sí, pero allí me llaman chiquilín, y a uno lo llamamos tripas, allí a todos los llamamos de otra forma. Y como los dos teníamos una casa de los abuelos, y a veces dormíamos allí, seguimos hablando de eso, y ese día ya no hubo más miradas extrañas. Pero a partir de entonces, procuraba evitar sacar el tema de que yo tenía dos casas, o que mi hermano tuviera trece años aunque aparentara tener once, u once y dos meses, pues aprendí que eran dos temas anormales que podía llevarle a la sorpresa, y a mirarme como si yo fuera un ser de otro planeta, o casi.

Del asedio al inmigrante

Nilda nació en Bolivia hace 32 años, donde tiene dos hijos a los que no ve desde hace cuatro, y a los que mensualmente envía el dinero que gana cuidando a hijos de otros. Los fines de semana a veces también ayuda en un restaurante, sólo si hay suerte.

Nilda entró en España con una visa de turismo, y cuando intentó regularizar su situación le dijeron que debía volver a Bolivia y esperar la resolución, que sería negativa como penalización por haber entrado ilegalmente.

Nilda en septiembre puede pedir permiso de residencia por arrraigo y ya está preparando ilusionada sus papeles. Para poder viajar a Bolivia y ver a sus hijos, y la casa que allí se está haciendo. Para poder volver dentro de un tiempo con una oportunidad en una cuenta corriente para ellos . Para poder andar por la ciudad en la que vive y trabaja sin miedo a ser detenida. Porque a Nilda la han detenido ya tres veces. Ayer por la tarde, cuando salió de trabajar,  la última de ellas. Utilizó la llamada que le permiten para avisarme. Ahora sigue detenida. No sé dónde. No sé hasta cuándo. Mínimo 24 horas, máximo 60 días. Me pregunto si a la tercera va la vencida, si a dos meses de poder regularizar su situación la enviarán a Bolivia.

Amin es tanzano. Lleva en España un tiempo y ahora mismo no tiene trabajo, de modo que emplea su tiempo libre en echar una mano en algunas ONG. A Amin lo detuvieron hace 40 días. De nada han servido los informes que las ONG’s donde colabora han emitido a su favor para evitar que le obligaran a pasar los 40 días (con la nueva Ley de Extranjería serán 60, pero podría llegar a ser peor, Bruselas apoya leyes que incluyan periodos de internamientos de hasta 18 meses) que por ley pueden obligarle a pasar hacinado en centros de internamiento. El motivo de la detención fue llevar copia y no original de sus papeles de solicitud de permiso de residencia por arraigo. Con Tanzania no existe acuerdo, de modo que no lo pueden deportar. Pero sí le pueden llevar al aeropuerto de noche, y preguntarle si quiere meterse en un avión con destino desconocido. Si dice que sí, se lo llevan. Amín dijo no. Amín decía estar animado.

Amín ya salió de la cárcel.  Y  el semidios que atravesó África y sus mil peligros, y cruzó el estrecho en patera, reconoció que verse esposado ante una juez le hizo llorar de vergüenza.

En los últimos meses, el asedio al inmigrante a las salidas del metro es incesante, por las calles, con furgones. Policía municipal, nacional. En los últimos meses ha habido comisarías con objetivos de un determinado número de detenciones de inmigrantes a la semana. Me pregunto si no podrían poner antes que eso un objetivo semanal de traficantes de drogas, de pederastas, de ladrones, de tipos que trabajan en B y se benefician sin pudor del subsidio de desempleo, violadores o políticos corruptos. Por ejemplo. Pero bueno, yo después de todo, soy una ciudadana de a pie, y no un sesudo órgano decisorio. Lo que sí sé es que yo preferiría pagar  con mis impuestos la reclusión de cualquiera de ellos antes que la de Nilda o Amin o tantos otros como quiera que se llamen.

Pero es mucho más sencillo cumplir el objetivo del inmigrante ilegal, que al fin y al cabo, tampoco paga impuestos. No les dejan.

Eso sí, que la detención del inmigrante sea aparatosa, con muchos aspavientos, con un cacheo intenso en plena calle y muchos gritos y malas palabras, como si fueran peligrosos delincuentes.  Para que no parezca que están deteniendo a una persona que ha cruzado medio mundo y trabaja para mantener a su familia, que no ha opuesto resistencia, que no tiene abogado, que no tiene papeles, que no tiene nada. Para que no parezca lo que es.

Entiendo que la solución pasa por que en los países de origen no falten las oportunidades. Entiendo que bastante tenemos con nuestros propios índices de paro como para dar trabajo a todo aquel que venga del tercer mundo muriéndose de hambre. Entiendo que no es fácil. Entiendo que es necesaria una política de inmigración. Lo que no entiendo, y lo que no callo, es que estemos consintiendo la que tenemos ahora.

Camiseta escudo

En la piscina éramos pocos hasta que llegó un vecino de unos quince años con su pandilla. Si yo pensaba que los niños pequeños son gritones era porque no había tenido en cuenta que todo puede ser directamente proporcional a la edad. No es lo mismo que un niño de veinte kilos se tire al agua gritando bomba a que lo hagan una vez y otra y otra, diez adolescentes de setenta. No es lo mismo.

Tras las zambullidas, tras irse tirando unos a otros, con camisetas puestas, quitadas, con rugidos, con risas, risotadas, diez o doce adolescentes y sus kilos de testosterona invadieron la piscina. Y fuera de ella todos los demás. (Lo reconozco, los pocos que estábamos huimos del agua despavoridos). Todos menos uno, un intruso. Un adolescente más de la pandilla que no estaba con los demás. Uno al que les habría sido del todo imposible tirar a la fuerza. Uno al que era imposible no ver. El único que no dejaba ver la marca de sus calzoncillos por debajo del bañador, ni de los pantalones. Pues a pesar de la moda, su camiseta lo cubría todo muy bien.

Los demás le gritaron. Venga tío, si estamos solos, qué más te da, báñate hombre. Pero hombre y tío se negaron. Me lo imaginé en ese momento lamentando todos aquellos momentos en que no hizo caso a la mirada de reproche de su madre al verle llenar una y otra vez su plato. Y me lo imaginé esa misma noche consolándose a escondidas con más comida. Quién cojones le mandaría a él decir que sí.

El chico gordo se mantuvo en sus trece en un gesto tan absurdo como su complejo.  Absurda la ingenuidad de pensar que, oculto tras esa enorme camiseta -que a pesar de todo rellenaba-,y de aquellos pantalones, no se adivinarían sus cincuenta kilos de más. Y yo pensaba ¿de veras crees que una camiseta es un buen escondite? ¡quítatela, chaval! Salta ahí y grita bomba. Que no vas a vaciar la piscina. Estás gordo. Tú lo sabes, y quien puede verte lo sabe. Con camiseta o sin ella. ¿Qué más te da? Si no te da igual, adelgaza. Y si no quieres adelgazar, quítate esa estúpido complejo, y con él la estúpida camiseta, y diviértete haciendo el burro con los demás.

Pero no me oyó. Y se quedó él solo. Mirándolos. Rogando en silencio que sus compañeros dejaran de insistirle en voz alta. Porque él sí sabía que no estaban solos. Y sólo rogaba que nadie hubiera reparado en los gritos de sus compañeros, que explicaban los motivos por los cuales él se había quedado allí solo. Y entonces, a pesar de su camiseta, todo el mundo sabría que está gordo. Y lo peor de todo, que se avergonzaba de ello.

A mí me dio mucha pena. Pero quiero pensar que los complejos, como el exceso de testosterona, como la adolescencia, como la ingenuidad, pueden llegar a ser pasajeros.