Cómo acabar con la escritura de las mujeres

He empezado varios borradores desde la última vez que escribí. Desde entonces, de hecho, me han cambiado el procesador de wordpress y ahora no sé cómo justificar el texto. Y hoy, antes de ponerme a escribir he tenido que hacer varias cosas urgentes. Urgentes de una urgencia con un tremendo parecido a excusa. La última de ellas ha sido comprarme unos auriculares. La compra ha sido rápida, no creas, desde el mismo lugar desde donde estoy escribiendo ahora, sin mojarme ni ponerme el abrigo. Me he entretenido un poco más con el asunto de la elección. ¿De los pequeños, de los grandes, con cable, con bluetooth? He sopesado bastante las opciones, no se puede decidir algo así a la ligera. Finalmente he decidido los pequeños y con cable. Mis criterios han sido prácticos. Para algunas cosas soy práctica. Para otras no. Casi nunca sigo un patrón en todo. Será por lo de tender al caos. Pero con el asunto de los auriculares he sido práctica. Desde que voy en metro a trabajar he dejado de escuchar música a diario. Al principio no me daba cuenta. Pero después de tres meses empiezo a echarlo de menos. Creo que de la misma forma que alguien a quien le han amputado un brazo o una pierna, que en situación de reposo no sienten la pérdida, les parece que lo siguen teniendo. Pero no. Yo he estado como el recién amputado en esa situación de reposo. Sin embargo, poco a poco, comienzo a notar esa ausencia. Creo que en la sensibilidad. Y eso que cuando la escuchaba conduciendo la música solo hacía efecto a medias, con atención incompleta, escuchar música y conducir es multitarea. Por eso cuando vamos en el coche y conduces tú, y yo puedo dedicarme en exclusiva a escuchar, como si me hubiera metido en una bañera de música, pero con ventanas y paisaje en movimiento, me abandono al trance. 

Es bonito abandonarse al trance. Y recuperar la sensibilidad perdida. Como volver a dar instrucciones por inercia a una mano que creías perdida, y darte cuenta con asombro de que esa mano existe, y que responde. Por eso he decidido comprarme unos auriculares para poder escuchar música en el metro, o cuando voy andando por la calle.

Es cierto que ahora en el metro leo. Cuando conducía no podía leer por motivos evidentes, y ahora sí. Y que no puedo escuchar música y leer al mismo tiempo. Para mí son dos actividades incompatibles. Tampoco puedo escuchar música y estudiar. O escuchar música y trabajar, o escuchar música y realizar cualquier tarea que exija una mínima concentración. La música lo acapara todo. Ahora estoy leyendo «Cómo acabar con la escritura de las mujeres», de Joana Russ. Es pedagógico. Quizás demasiado. Quiero decir, que pone nombre a todos esos factores que hacen que la literatura femenina haya sido y siga siendo silenciada. (Negación de la autoría, contaminación de la autoría, doble rasero del contenido, falsa categorización, exclusión, el mito del logro aislado… ahora mismo estoy en la falta de modelos a seguir). Y está bien transformar la intuición en una serie de causas con un  nombre y una explicación concretas, y que vengan sustentadas con ejemplos. Pero me pasa que tengo poca paciencia. Y cuando entiendo lo que me han querido explicar no necesito un segundo ejemplo, ni un tercero, ni un cuarto. Que quizás sean expuestos para fundamentar las tesis de la autora, para que resulten más rigurosas, para evitar la tentación de pensar que aquello que expone es anecdótico. Pero yo no tengo paciencia. Y me desespero y voy pensando, venga, ya, esto me quedó claro hace veinte páginas, sigue contándome algo que no sepa, dame una revelación. Me encanta esa sensación de haber descubierto algo realmente importante, algo que de pronto va a hacer que tu vida cambie. No ocurre tanto. Ocurre con más frecuencia esa sensación de que ya no hay nada que pueda sacudirme con esa fuerza, que me vaya a dejar agotada del descubrimiento, de la emoción, de la sorpresa. Por suerte es solo una sensación. La vida se las arregla para demostrarme lo falso de la misma. Para mantenerme atenta. 

Con la música a veces me pasa también, me refiero a esa terrible sensación de que ya he escuchado todas las canciones que me iban a sacudir. Pero no. Sigo descubriendo música emocionante. La emoción es una droga. La ausencia de emoción me desespera, me cansa, me aburre, me desespera, me languidece. Prefiero estar triste que no estar nada. Estar nada es como no estar. Mientras escribo esto me doy cuenta de que el ensayo me interesa pero no me emociona. Y que el interés es moderado. El interés moderado es insuficiente. Mientras escribo esto también me acuerdo de la recomendación de Paloma y con el teclado me compro Apegos feroces de Vivian Gornick. Mientras escribo esto me pregunto si cuando tenga en mi mano auriculares y libro elegiré lo primero o lo segundo. O si quizás opte por no renunciar, que ya sabes que nunca me ha gustado, y a ratos lea y a ratos escuche. 

Y por ese motivo, porque quiero tenerlos siempre a mano, junto a mi libro, mis carpetas, mi bolso, sin añadir más peso ni bulto, y que en cualquier momento pueda usarlos sin tener que estar pendiente de cargar una batería, por todo esto, y por todo lo que he escrito antes, he decidido ser práctica y comprar unos auriculares pequeños de cable. 

Una vez resuelto este punto, puedo empezar a escribir. 

Permanent holiday

Tengo la sensación de que en enero las cosas se han ralentizado, incluida yo. Ya desde por la mañana salgo de casa para llevar a Miguel al cole diez minutos más tarde que el trimestre anterior, y además sin prisas, como si de fondo sonara Bob Marley, como si los tiempos reglamentarios de empezar las clases o el trabajo hubieran tomado el carácter de orientativos, o, simplemente, como si nos diera lo mismo. Miguel ha dejado de meterme prisa y avisarme de los minutos que van pasando, y espera tranquilamente, despidiéndose del móvil. Continúa preguntándome antes de salir si he cogido mi comida y si llevo las llaves del coche. Él también se ha ralentizado. Y el tráfico. Porque el trimestre pasado, salir con diez minutos de retraso habría supuesto una absoluta debacle horaria a causa del infierno circulatorio en la cuesta de san vicente. Pero no ha habido debacle. Quizás no la habría habido nunca, en realidad.

En mi trabajo, hasta la semana pasada he estado en un modo de eficiencia cero, con la desmotivación añadida de que dentro de mi nutridas y variopintas tareas a desempeñar, se acumulan las tediosas. El viernes pasado mi cuerpo ralentizado entró en rebeldía ante la urgencia y el tedio de aquello que tenía que terminar, y grité.

Estoy experimentando nuevas músicas. No quiero escapar a mi naturaleza obsesiva y poco descubridora. De vez en cuando descubro algo o a alguien que me gusta, y me quedo enganchada a esa música y la pongo una y otra vez, y otra, durante horas y días y años. Hasta que dejo esa adicción por otra. Sé que así soy, y que mi exploración durará lo que tarde en engancharme de nuevo, pero, no obstante, ahora estoy explorando sendas más luminosas, con la excepción de Modelo de respuesta polar. Necesito dosis de La guerra y las faltas, y El cariño diarias.

Tanto Pablo como Miguel siguen ralentizados en sus estudios. En esto no ha habido diferencias este mes, es tendencia.  Las primeras semanas lo dejé pasar, es tan fácil, tan cómodo y tan maravilloso dejarse arrastrar por la inconsciencia y la ralentización… pero ya estoy empezando a acercarme al barro, me he descalzado, y he metido los pies. El recurso de ordenar estudiar desde la distancia es tan sencillo como estéril. Por otra parte, cuando empieza una evaluación bajarse al barro tiene su gracia. Cuando aún no estamos cansados y nos queda humor, reestudiar, reexplicar, y repreguntar se amplía a un espacio de debate y humor. Muchas veces nos divertimos. Dejo anotado que mientras Pablo me contaba de qué iba el Cantar de Mio Cid (por cierto, empiezo a pensar que el oscurantismo medieval no va a terminar nunca, en cuatro años no hemos llegado al siglo XVI, es como revivirlo en tiempo real) y me cuenta cómo el Cid le ofrece al rey que lo ha desterrado para obtener su perdón. ¿Y lo perdona? Todavía no, me dice. Intervengo diciendo que el rey era un vengativo y un rencoroso de mierda. Y Pablo contesta que eso es lo que en la época llamaban honor.

Con Miguel todo es fácil aún, para mí al menos. Con Pablo cada vez menos. Si tengo que ponerme a estudiar la regla de ruffini, o el modelo atómico de bohr y rutherford, de entrada me cago en la puta, y mentalmente empieza el argumentario ese de que yo ya pasé por ésto, y por qué demonios me tengo que poner a estudiarlo todo con él cuando la responsabilidad es suya. Pero en esos momentos se me olvida que, últimamente, los pocos momentos que compartimos y, por ello, las pocas oportunidades que tenemos para divertirnos juntos, son esas, y cada vez irán a menos. No obstante, si el año que viene que ya puede elegir, se quiere quitar todas las asignaturas de ciencias, no seré yo quien trate de convencerle de lo contrario. Esta noche he conseguido seducirle para compartir un tiempo mucho más lúdico. Gracias, Tarantino.

Ayer por fin conseguimos diagnóstico para Miguel, que lleva lesionado desde noviembre, y tiene una calcificación en el ligamento deltoideo, así que va para largo, quizás para el resto de la temporada, y posiblemente con un final de artroscopia. ¿Estás muy disgustado? Sí. No te preocupes, esto se cura. (Por un momento llegué a tener mis dudas. Una mañana  lo miré mientras entraba en el cole, cojeando y triste, y lo imaginé en un futuro sin deporte, que es lo que más feliz le hace en el mundo, y en esa imagen seguía cabizabajo y triste, y fui llorando todo el camino hasta el trabajo. Así que mientras todos se disgustaban con el diagnóstico yo respiré. Se cura. Ahora nos queda el futbolín y la canasta de su cuarto.)

También ayer mi madre cumplió 60. Mientras la acompañaba a comprar una tarta y velas le dije que lo llevaba muy bien, bueno, tú nunca has tenido problemas con cumplir años. Y me miró con una sonrisa de esas suyas, con esa chispa pícara heredada de su padre, mi abuelo, y me dijo, no, que me quiten lo bailao, que ni ha sido poco, ni ha estado mal.  Hoy han llegado las fotos que la hice. Tendrían que haber llegado el lunes para habérselas podido dar ayer, pero no llegaron. Tengo ganas de verlas, a ver si lo he conseguido. Mi madre es de esas personas que siempre están mejor al natural que en una foto. Creo que se merece una foto que refleje todo lo que es. O que al menos se le arrime un poco. El listón es tan alto.

Si me preguntas que cómo lo vi te diría que contento.

Y no contento por estar unos días en Madrid, o no solo, me pareció que era feliz en general… no sé cómo explicarlo,  llevaba una amplia sonrisa, como la de los niños, con esa forma diferente que tienen ellos de sonreír, como si no hubieran estado tristes nunca, con una especie de alegría limpia y total. Y eso que, por lo que contó, en Berlín las cosas no son fáciles. De hecho quiere mudarse a Barcelona…

Le estuve preguntando en qué grupos estaba tocando ahora, y me dijo que en muchos. En muchísimos. En todos los que puede. Que apenas pagan por tocar en ningún sitio. Que el trabajo mejor pagado era el de músico de estudio, pero que siempre llaman a músicos alemanes, y que sólo tenía dos alumnos, como si ahora nadie estuviera interesado en aprender, o en pagar dinero por aprender. Contó que al menos la vivienda era barata, y que podías permitirte el lujo de malvivir como músico en un piso en una buena zona de Berlín. Nos tachó de idealizar la vida en Alemania, pero que allí la realidad era otra, que sufre mucha gente. Contaba esas cosas, se quejaba de lo cerrados que eran los alemanes, de lo difícil de la integración, de lo difícil de sobrevivir de la música, y acto seguido, volvía a sonreír, como si eso en realidad no fuera con él, como si estuviera por encima, como si en cualquier caso y a pesar de todo, estuviera encantado y entusiasmado con la vida….

Pero esto en realidad no es lo que me marcó. Fue la conversación que mantuvimos después, a raíz de que me preguntara que qué tal con la batera. A mí me pareció una pregunta de cortesía… imagina, qué puedo aportarle yo de mis experiencias de autoaprendiza a él que es profesional y toca con profesionales, y convive con profesionales. Pero como preguntó yo contesté, y le dije que bien, que técnicamente era muy mala, pero que me divertía. E igual esperaba que me detuviera ahí, con esa respuesta cortés tras una pregunta cortés, y más teniendo en cuenta que él y yo no habíamos hablado en la vida. Es decir, saludarnos, coincidir alguna vez en algún concierto, o después de un ensayo, eso sí. Pero yo creo que hablar nunca. Sin embargo no me detuve. Le conté lo que cuento siempre, que ya empiezo a aburrirme a mí misma, pero es que es lo que me pasa, y es también lógico que me aburra a mí misma porque yo me estoy oyendo siempre, pero él no, a él hacía muchos años que no lo veía, y además, era la primera conversación de tú a tú que manteníamos. Le solté eso de que yo no sé hacer nada, pero cuando suena la música, cuando la siento, entonces empiezo a moverme y se mueven las baquetas, y empieza a marcarse el ritmo y a pasar cosas. Le conté el ejemplo de las pruebas de sonido. Dios, qué mal lo paso en las pruebas de sonido en el estudio, me siento como una completa estafadora cuando en silencio y yo sola escucho por auriculares “ahora toca la caja, ahora el bombo, ahora el charles, ahora toca todo un poco”, y al otro lado de la pecera están los técnicos mirándome, y mis compañeros, y yo me quedo con cara de imbécil, y pienso y qué toco, si no sé tocar nada. O como cuando tocamos con Víctor, que es pura improvisación, la versión en música del sexo sin compromiso. Simplemente quedamos cada quince días nos desahogamos y nos largamos. No hay un proyecto de banda, no hay temas, no va a haber bolos, apenas nos conocemos y llevamos cuatro o cinco años tocando juntos, justo desde que empecé… hay lo que ocurre en la sala esas dos horas, como un fin en sí mismo.  Él empieza con un riff de guitarra, y lo seguimos. Yo cierro los ojos y lo único que hago es sentir y hacer lo que me pide el cuerpo. No pienso lo que hago, no soy muy consciente de lo que hago, sólo lo siento. Alguna vez me ha parado y me ha dicho, ¿puedes tocar lo que estabas haciendo? Y es como si hubieran encendido la luz, me hubiera despertado y no recordara nada. Y le he tenido que decir, lo siento, no puedo. Y cuando algunas veces tengo que tocar algo diferente de lo que intuitivamente me sale, me bloqueo, me descoordino, y vuelve esa sensación de estafadora.  De hecho, alguna vez me ha pedido que hiciera un ritmo determinado y me ha sentado hasta mal.

Entonces se rió y me dijo que, efectivamente, eso era exactamente igual que el sexo sin compromiso. Si no quieres compromiso no me impongas condiciones.

Exacto (en realidad si lo piensas, las condiciones son regulares también con compromisos, pero ese ya es otro tema, y por suerte reprimí el impulso de analizar y filosofar y desviarme del tema). Porque aún no he llegado al momento para mí más significativo de esa conversación. Que fue cuando le dije que una de las cosas que más me gusta de tocar, a pesar de mis limitaciones técnicas, es que además de esa emoción personal, estaba la magia colectiva. Al principio me parecía increíble, no sé cómo puede ocurrir, pero ocurre. Si yo estoy metida en el tema los demás también lo están, si estoy sintiendo, los demás también sienten. Pero no por mí, sino por todos, es decir, yo no podría sentir si los demás no lo hicieran. En una sala con varios músicos hay una única emoción, es imprescindible que todos y cada uno de los que están ahí dentro participando la sientan. Si estoy desconcentrada, si está siendo un mero ejercicio, si estoy fuera de la música, los demás también están fuera. O estamos todos dentro, o nos quedamos todos fuera. Y a mí, esa energía que se forma en el grupo, incluso aunque no nos miremos y estemos con los ojos cerrados, me parece completamente mágica, y amplifica la emoción.  Y entonces me dijo que estaba de acuerdo, y que esa emoción era el motivo por el cual él había decidido ser músico. Y me dijo otra cosa.  Me dijo que le estaba dando cierta envidia porque echaba de menos esa emoción. ¡¡¡La echaba de menos!!! ¿Te das cuenta de lo trágico de esa declaración? Él, que dedica su vida a la música porque se emocionaba tocando, ¡echa de menos emocionarse tocando!

A partir de ahí anduvimos disertando acerca de los pros y los contras de la profesionalización del arte, de las dificultades del artista que necesita vender su trabajo, de las consecuencias en su sensibilidad, mencionó la palabra prostitución, hablamos de libertad, y de la falta de ella, bueno, una conversación interesante pero algo larga y densa, que interrumpió para pedir más cerveza. Al volver tenía en la cara de nuevo su sonrisa despreocupada y feliz. Como si a pesar de los sacrificios y de lo que ha ido perdiendo por el camino continuara muy seguro de su camino, que es la música, y aún la amara. Incluso si algunas veces se emociona menos, incluso si a veces se le olvida lo importante porque tiene que comer, incluso si la vida es fría en Berlín, incluso. Eso sí, es posible que la próxima vez que nos veamos pase de preguntas de cortesía ahora que sabe que las contesto…

Tocar en directo: la primera vez

(crónica de la tarde del  14 de abril de 2013, madrid, sala costello, intheautumnroad band)

La prueba de sonido es a las cinco. A pesar de que los músicos por definición siempre llegan tarde y que además nosotros probamos los segundos, Manu y yo estamos en la puerta a las cinco menos diez, y Eme y Rod muy poco después, es decir, antes que los técnicos de sonido, y por supuesto antes que los chicos de la Bonguis Crew, que prueban los primeros. Nos sentamos en la acera para fumar, yo creo que con esa imagen contrarrestamos un poco ese defecto nuestro de puntualidad. Estamos tensos todos, incluso Eme, que llega pletórico con una sonrisa enorme y una camisa 100% nylon. Manu suspira de vez en cuando, como si los nervios tuvieran materia y le fuera creciendo dentro, y la boca fuera la vía de salida para evitar el colapso. Desde que supe que la prueba de sonido era a las 17 temo esas 5 horas entre prueba y escenario. Para distraer mis nervios saco el móvil y  me dedico a hacer fotos:  ocupada, la cabeza es mucho menos dañina.

Mientras terminamos el cigarro levantan el cierre de la sala y decidimos dar un paseo y tomar un café, cuestión más complicada de lo que pudiera parecer, porque hasta llegar a Montera todos los bares están cerrados.  Volvemos a la Costello y escuchamos la prueba de los Bonguis. Yo nunca había escuchado rap en directo, y gana. Y además me parece que tienen fuerza.  Y además, ocupan la cabeza.

Nuestro turno. Entramos en el backstage, un cuartucho enano con pintadas en todas partes donde apenas caben cuatro personas sin acabar con el oxígeno, y un montón de instrumentos en los rincones. Muy garajero. Me encanta.  Click. Yo no sé muy bien en qué va a consistir la prueba de sonido. Para mí consiste en que Eme me ayuda a montar los platos –me promete un taller del tipo Conoce tu batería-, que el técnico de sonido César me instala unos micros, y que el técnico de sonido Fernando me da instrucciones desde la cabina “empezamos con el charles” “ahora los toms” “ahora el crash” “la caja” “ahora todo”. Yo obedezco y me siento ridícula, y al terminar escucho las palabras del técnico “¿Siempre tocas así de bajo?” “No sé” “No es una crítica, no hay por qué tocar alto, es sólo por saber…” Interviene Eme “con todos toca más alto” y apostillo yo “es que sola me da vergüenza”.
Levanto la cabeza y veo que están los Bonguis escuchando nuestra prueba al fondo de la sala. Cuando terminamos de probar, primero cada instrumento individual y después todos juntos, vuelvo a mirar al fondo de la sala. La Bonguis ya no está y pienso que los raperos no han podido soportarnos.  Están, sin embargo, Javier Ríos y su socio el Lolas, fotógrafo, los responsables del documental y de que estemos allí. Nos presentan, nos dicen que sonamos bien, un poco baja la voz de Eme. Salimos de nuevo a fumar, en la acera.

Son las 19, ya hemos terminado con los preparativos, quedan aún tres horas por delante y la cabeza empieza a ponerse cabrona (del tipo creo que no me acuerdo cómo era la parada en Johnny, si no veo bien a eme voy a entrar mal en Change y voy a terminar mal en September, ¿y si no lo veo? Las baquetas… las he dejado en el backstage ¿y si cuando vuelva no están?, las tendría que haber llevado conmigo…..) De pronto aparecen las caras conocidas (Nuria, Carlos, Víctor, y muchos más nombres con los que no me quedé), nos sacan de la acera, nos llevan a tomar algo, nos dan ánimos y nos distraen la cabeza, y cada vez llegan más. Flora, Florita, Ana y su amiga, la hermana de Rod… Las caras conocidas resultan balsámicas. Gracias.

Entramos en la sala Costello para ver la proyección del teaser de Reset y la sala está hasta arriba, no cabe un alma. Tanta gente da corporeidad a los nervios, que dejan de ser una abstracción psicológica para convertirse en algo denso y pesado, con masa y volúmen que dificulta la respiración. Concentrarse en el teaser y entretener la cabeza. El entretenimiento dura poco, unos cuantos segundos, la idea del director era dejar con la miel en los labios y lo consigue. Y empiezan a tocar los Espirituosos, y lo hacen bien, y ante el riesgo de sentirnos intimidados nos vamos fuera, mejor no escuchar.. Y allí está la Bonguis, y nos dan mucho ánimo, y llegan más caras conocidas -y tanto, ¡mis padres!- y salen más amigos que nos entretienen un poco la cabeza, y voy al baño y la puerta me regala unas pintadas bonitas en francés, y se acerca la hora, y bajamos, y terminan los Espirituosos y subimos al escenario, y mis baquetas están donde las había dejado, y todos estamos allí colocados ajustando instrumentos, y si levanto la vista veo las caras conocidas cerca, y me sonríen, y eso arropa. Gracias. Y eso me confirma que sin duda es mejor avisar y dejarse arropar, mejor al principio rodearse de los incondicionales. De los que sólo te quieren por tu música mejor para más adelante…

Y entonces Eme empieza a hablar, le dedica las canciones a Chema, y comienza su speach de cambiar el mundo, de actuar, y de hacerlo empezando por uno mismo, que de eso va Change our minds, nuestro primer tema, y empieza la armónica, y los demás, a tiempo. Y todo va bien. Y después It’s you, y el solo va a tiempo y funciona, y  September rain queda dudosa. Yo tengo suelto el pedal del bombo y no lo controlo, me siento insegura, estoy nerviosa, me tiembla una pierna. Y Eme se detiene a presentarnos. Y entonces consigo colocar el pedal, y venga, que es la última, arriba, y empieza Eme, y esta vez no vacilo con la entrada, ni nadie, y todo suena, y me atrevo a mirar un poco al fondo y la gente baila y tiene cara de estar contenta, y me equivoco pero sigo, y ya no me tiembla la pierna, bueno, o casi nada, y nos lo estamos pasando bien, y terminamos arriba. Y al terminar me levanto y me escondo en el backstage garajero mientras se van desmaterializando los nervios, y los Bonguis nos chocan las manos y nos dan la enhorabuena, chicos cariñosos, y bajamos y las caras conocidas nos abrazan, gracias, y no sabemos muy bien cómo se ha oído, si nuestros fallos se han notado mucho, los nuestros nos dicen no, y, aunque no les creemos, estamos contentos. Y queremos más.

 

A hat, Russian Red

aha, aha
The point is still the silence of your words
I listen to you more, I listen to you hiding far from the crowd,
in the middle of the cold.
aha, aha
The point is still the silence for your voice,
I listen to you more, I listen to you crawling right from the door,
you don’t even make a noise.
Take for the falling rain a hat.
Find another story to be told to your ears at night.
Oh, my my…
I pray every night, I was never this scared before,
I wonder where the dark keeps you awake for someone new.
Time is a friend of mine, but we always get into a fight
whenever your name is brought up, even for good.
Take for the falling rain a hat.
Find another story to be told to your ears at night.
Oh, my my…