La línea de fuego y su fanzine

Yo soy un poco lerda con esto del fanzine. Nunca he sabido muy bien qué es un fanzine. Es una revista pequeña, ¿no? Es que tiene ese nombre y esa envoltura tan chic, tan de colección, tan de objeto de culto… Quizá sea eso. Que la revista tiene una vocación más efímera y el fanzine está hecho para ser amado.

La primera vez que oí hablar de La línea de fuego fue gracias a Carmen Berasategui. Habíamos publicado su poemario hacía relativamente poco. Carmen es una fuerza de la naturaleza, le mueve la pasión en todo lo que hace. Me la imagino huracanada hasta poniendo una lavadora, entre risas, movimiento, y mechones de su melena moviéndose. Cómo no iba a ser apasionada con sus versos, su criatura, su primogénito. Como es editora también, y como tiene ese carácter tan expansivo que ya quisiera yo para mí, contemplaba desesperada mi falta de destreza con las labores de promoción. Se arremangó y se puso ella a echarme un cable con ello. Me escribió un día para pedirme que enviara un ejemplar a La línea del fuego. Poco después, una tal Carmen Sánchez publicaría una entrevista, un mano a mano de Cármenes.

Estuve hurgando en el sitio. Me encontré con una revista digital limpia y sin publicidad. La alimentan un grupo de periodistas jóvenes, y escriben sobre cultura, feminismos, política, varios, pero se ha convertido para mí en un referente, en una guía. Además, me ha terminado enganchando también el cariño. Mantengo una relación de amor-odio con las redes. Odio perder el tiempo con ellas, odio que me hagan sentir tan pequeña, odio la dependencia, odio que me lleven del exhibicionismo al pudor de una forma tan brusca. Lo odio casi todo. Pero sin embargo, a veces también tienen cosas buenas, como estrechar un poco algún contacto. Y con Carmen (Sánchez) me ha pasado un poco eso. Apenas nos conocemos, pero la sigo, la tengo cariño, leo los artículos que va publicando, nos escribimos alguna línea de vez en cuando.

Hace poco, las autoras de esta revista digital decidieron sacar un fanzine. Sí, esa cosa que no sé muy bien qué es pero envuelta en un halo de belleza. ¿Y por qué saltar de lo digital a lo físico? Cada uno tiene sus motivos. Los de ellas: celebrar su quinto aniversario y también conseguir financiación (tener ese espacio tan limpio, sin publi que ensucie ni te llene la página de pop ups, etc… cuesta dinero. Ellas escriben gratis, porque no pueden no hacerlo, pero claro, al menos que no les cueste dinero. Pues lo que me pasa a mí con Piezas Azules). Sí, claro, yo quiero un fanzine (sea lo que sea).

Ya lo tengo y lo he leído. Siete autoras, cinco ilustradores y siete artículos. En cuanto a la parte gráfica, me sorprende y encanta que, a pesar de que haya varias manos dibujando, y, por tanto, varios estilos, existe una coherencia en el color y la forma que provoca una sensación de unidad, un sentido de conjunto. Y en cuanto a los artículos, he descubierto quiénes eran y la historia de Sofía Behrs, Elsa Plötz, y las yanomamis, y he reflexionado sobre temas como el aborto, el odio en redes y su signo, el ecofeminismo y la gordofobia.

Está claro que este fanzine está hecho para ser amado. Me gusta especialmente cuando las autoras parten de lo personal. Comienzo a leer: Mi abuela se llama Leandra y tiene 88 años. Ha vivido una república, una guerra civil, una dictadura, una transición y una democracia y no conoce la palabra ecofeminismo, pero lleva 88 años detrás de ella., o bien: Ninguna gorda es feliz. Es una de las frases que se me ha quedado clavada a lo largo de mi vida. La decía mi madre cada vez que me ponía a dieta, y sé que ya no voy a poder detenerme. Pero lo que me ha conquistado ha sido que, tras la lectura de cada artículo, me ha sobrevenido el impulso de la reflexión, la réplica, las ganas de volver a escribir. Leer un artículo y que te entren ganas de escribir cuando llevas tanto tiempo sin hacerlo significa algo. Que una lectura impulse a la acción significa algo. Quizás una de las esencias del periodismo sea esa. Queridas autoras de La línea de fuego, gracias.

Las maldiciones contadas por quien no sabe hacer stories.

El último día del año me acercas tu teléfono y me dices que tengo que ver la story entera. Es del vecino, el guionista. Al vecino lo conocemos de cruzarnos con él en el portal y en conciertos. En realidad lo reconoces tú, que eres buen fisionomista. A mí las caras no me dicen nada hasta que las he hablado. Como mínimo dos veces. Sabes que es guionista porque lo sigues en Instagram. En la story cuenta su periplo por los chinos del barrio buscando unas gafas horteras con el número 2021. Por lo visto, existe una maldición que se cernirá sobre todos nosotros en el caso de que él no encuentre esas gafas, y que durará lo que dure el año. En ningún momento aclara en qué consiste la maldición, pero al final él encuentra esas gafas y salva al mundo. Y, de paso, muestra el modelo de los años anteriores. No recuerdo si había de 2020. Para contar todo eso emplea pantallas narrativas, memes, vídeos de archivo, vídeos grabados por él mismo, inserta bandas sonoras… Me pregunto cuánto tiempo le lleva al vecino hacer esta story tan elaborada. Debo preguntármelo en voz alta porque tú me contestas que es guionista, es su trabajo. Supongo que una cosa es escribir un guion para lo que quiera que te hayan contratado y otra hacerlo para tu Instagram. Pero imagino que la profesión le dará agilidad y soltura y ahorro de tiempo. A mí me llevaría tres días.

Otros años cenamos solos el día 24, pero este año nos ha tocado el 31. Por la falta de costumbre he estado a punto de olvidar comprar uvas. Cuando hablo con mi madre antes de cenar se lo cuento. Imagina, mamá, que no las compro, que nos olvidamos, que no encendemos la tele a las 23:55, que no vemos a Igartiburu, ni a Pedroche, ni a nadie, ni escuchamos las campanadas, ni pedimos un deseo, y nos quedamos tan tranquilos, bebiendo vino y cantando villancicos. Imagina. Eso podría haber dado lugar a un puente Einstein-Rosen; quizá, podríamos haber saltado en el tiempo y haber resuelto la aporía de los agujeros de gusano, o haber destruido el mundo arrugando la línea espacio-tiempo. Pero, por suerte, mamá, era casi imposible no ver la uvas en cualquier supermercado. Sin embargo, el turrón de chocolate se había acabado en todas partes. Mis padres también van a cenar solos. Tienen uvas y champan francés y van a pedir un deseo.

Desde que pasamos solos la noche del 24, tenemos la costumbre de cantar villancicos. Concretamente yo preparo alguna canción que te canto, y después seguimos cantando. Como no creemos en ningún dios, ni en ningún advenimiento, ni en vidas más allá de la muerte, ni en agujeros de gusano, ni en extraterrestres ni abducciones, nuestros villancicos no son villancicos, pero nos hace gracia llamarlos así. Este año, aunque vayamos a pasar solos el día 31 he preparado uno. Just breathe de Pearl Jam. Tenía otros candidatos: Lo último que se pierda de Viva Suecia y Colors de Black Pumas. Elegí el que elegí porque era el único que iba a ser capaz de preparar.

Las uvas fueron atropelladas. Nos grabamos un vídeo. Odiamos vernos pero nos vimos después al menos dos veces. Incluso sin el efecto del vino nos reímos. Lo vemos en el salón o en la cama. Y nos seguimos riendo. Nos besamos. Feliz año. Llamamos a nuestros hijos, llamamos a nuestros padres, te doy un regalo. Después cojo la guitarra. Tengo que empezar dos veces, porque de pronto se me ha olvidado cómo hacía el fraseo habiendo cambiado el ritmo de cuatro por cuatro a seis por ocho. Pero canto. Cuando termino te miro y veo que estás llorando y eso significa que lo he hecho bien. Después intentamos las versiones que se habían quedado solo como candidatas, y tocamos los dos, y después, de alguna manera, nos ponemos a hablar del britpop, y todo comienza con Blur, tampoco sé muy bien por qué, y entonces ya dejamos las guitarras y te pones a pinchar. Suenan los Smiths, y pones el tema que versionó Mikel Erentxun. ¿Fue el año pasado cuando estuvimos tocando y escuchando no sé cuánto tiempo Duncan Dhu? No, eso fue hace dos. ¿Qué villancico fue el del año pasado? El año pasado no hubo villancico. ¿No? ¿Qué pasó el año pasado? El año pasado no fue bien, me dijiste que habías preparado un tema de Ricardo Vicente pero no lo cantaste. Pasó algo. ¿Qué pasó? No lo sé, nos pusimos sombríos, no hubo villancico, no pusimos música, nos fuimos directamente a dormir. Vaya, no me acordaba de nada. Mejor.

Crónica del aislamiento. Día 15.

Dos semanas aislados y nadie ha presentado síntomas. Estamos a punto de creernos a salvo. Normalmente no tengo miedo. A veces sí, como cuando esta mañana he leído la noticia de una mujer en Francia a la que se le ha muerto una hija, Julie, de 16 años y sin patologías previas. He dejado de leerlo. Un rato después he escuchado toser a Pablo y he entrado corriendo a su cuarto, ¿estás bien? sí, me he atragantado bebiendo agua, tranquila. Creo que es mejor no leer. Es mejor no ver noticias. Veo las noticias y me parece que lo que muestran es otro mundo. Un mundo de encapuchados, enmascarillas, enguantados, de camillas, de ataúdes. Mi mundo ahora es muy pequeño. Es todo aquello que hay dentro de las paredes de mi casa. Ya casi ni miro por la ventana. Hoy me ha llamado la comercial de la imprenta para decirme que han saco un nuevo servicio de presentación on – line. Yo le dado las gracias, pero para dos o tres títulos que sacamos al año podemos esperar a que termine todo esto y hacer una presentación cara a cara. El caso es que la mujer, que es la mar de amable, me dice que cómo lo llevamos en Madrid, que es horrible lo que ve en las noticias. Yo le contesto que para mí es igual que para ella. Yo veo los pabellones de IFEMA y me parece algo tan lejano como cuando veía las imágenes de los hospitales de Wuhan.

Todos los días procuro llamar a alguien. Hago un esfuerzo por mantener un contacto que no sea de redes, escuchar una voz, entablar una conversación, aunque siempre verse sobre lo mismo. Mientras hablo camino por el pasillo, después entro al salón y después vuelvo a recorrer el pasillo. Un día, hablando con mi madre, me hice 3.000 pasos.

El miércoles tuve un día muy malo. Me irritaba todo. Que me ayudarais, que me hablarais, que no lo hicierais, los deberes de mi hijo. Dios, los deberes de mi hijo son uno de mis mayores motivos de enfado. Por la tarde me dediqué a escribir a sus profesores. Hoy he escrito al de religión. Les mandan tareas con la idea de que estén en casa el mismo tiempo con su asignatura de lo que estarían en clase. Es decir, si de lengua tienen cuatro horas a la semana, pues tareas para cuatro horas. Y así de cada materia. Y piensan que chavales de secundaria van a estar durante seis o siete horas seguidas practicando el autodidactismo: leyendo por su cuenta temas, haciendo por su cuenta los trabajos y ejercicios, etcétera. Si todo fuera tan sencillo como «y esta semana te estudias por tu cuenta el tema de la representación gráfica de funciones y me haces los ejercicios» los profesores no haríamos ninguna falta. Y además, tengamos en cuenta que las circunstancias son las que son. Llevan ya dos semanas de confinamiento y algunos chavales estarán bien, otros regular, y otros fatal como para amargarlos con tantos trabajos y entregas. Después le mandas a los profes un tutorial de cómo se usa Skype y cortocircuitan, pero con los alumnos son implacables. Su profesor de religión me acaba de contestar con un «pues tu hijo no trabaja nada en clase», como si se tratara de una revelación divina, como si no lo supiera ya. En fin, que si no hace nada con profe cómo pretende que lo haga solo. Es posible que mi condescendencia no le haya sentado del todo bien, o que, constatando lo limitado de su retórica, se haya sentido intimidado, o que se lo ha tomado como algo personal, el típico complejo de profe de reli en plan «seguro que esto me lo ha dicho a mí porque piensa que mi asignatura es una mierda, y mucho menos importante que mates o lengua». Pues no, porque a pesar de que lo pienso, no le he discriminado y he escrito mi email protesta a la de lengua, al de mates, a la de tecnología, a la de biología… aún me faltan unos cuantos: hay que dosificar, que seguro que me quedan más días malos.

Por mi parte, procuro aplicarme mis propias reflexiones. Pregunto a mis alumnos cómo están, cómo lo llevan, cómo se organizan, qué tipo de actividades les ayudan más. Para poder estar en contacto con ellos les he dado mi teléfono y me han metido en su grupo de whatsapp. Llevo notándoles hartazgo desde hace unos días. Al principio estaban de buen humor, ahora ya entregan cada vez más tarde. He decidido darles hoy y mañana libre, y estoy preparando unos vídeos, en uno explicándoles la guerra de los Treinta Años y en otro los Austrias menores. Por cierto, les gustó el relato de Millás.

Voy a saltar.

Crónica del aislamiento. Día 12.

El fin de semana fue de vacaciones. No puse despertador, al abrir los ojos era de día, quedaba pan rico para desayunar, y naranjas para hacer zumo, y café. Qué más se puede pedir. Me quité de las espalda la necesidad de cumplir con obligaciones que yo misma me había impuesto. Corregir, preparar el tema 13, editar, hacer una serie de ejercicios, escribir este diario. Y pasamos tiempo juntos y tranquilos en la habitación blanca, y después me dio por cantar y grabar una canción, Moon River, que me viene a la cabeza en momentos en los que de alguna forma siento la necesidad de arropar, o consolar, o ponerme un poco cerca. Un poco más cerca. Y además, que utilice Huckleberry como adjetivo de friend, me parece maravilloso.

Ayer no digo que fuera mal día, pero me encerré a trabajar a las 8 de la mañana y a las nueve de la noche, con un descanso de una hora y media para hacer la comida y comer, entraste y me dijiste. Te vas a poner enferma. Enferma de qué, te contesté sin dejar de mirar la pantalla. De la cabeza, del cuerpo, de todo, ponte un horario, sal de ahí. Creo que en realidad es culpa mía, que me voy buscando obligaciones y ampliaciones y además me da la sensación de que tardo mucho en hacer cualquier cosa. Así que tomé la determinación de ocuparme de temas de mis clases de 8 a 15. Por las tardes a otra cosa. Después de cenar me tomé una copa de vino. Empezamos a ver Hunters. Se desarrolla en los años 70, en USA. Pot lo visto, nazis huídos después de perder la guerra, y camuflados como buenos americanos más, se organizan y comienzan una guerra de guerrillas para dar caza al judío. Eso supongo que obligará a su vez a un aguerrido grupo de judíos a aliarse para dar caza al nazi encubierto. Pero solo lo supongo. Hasta ahora solo han aparecido nazis matando judíos, muy rubios, muy arios, muy extremos en sus planeamientos y en su maldad, muy retorcidos en sus formas de matar, y ciertamente nostálgicos (a una abuela se la cargan instalando un sofisticado sistema de gas en la ducha de la casa y la gasean mientras la pobre canta en la ducha con el gorro de plástico puesto protegiéndola el pelo). En fin. Hoy por la mañana un compañero me enviaba un twitter de un abuelo americano Trumpista que decía que él se sacrificaba por sus nietos, que no se merecían una recesión por salvar a los viejos. Y me acordé de la serie.

Hoy el día ha sido un poco más equilibrado, aunque me reconozco llena de ruido y evadida. Con muro.

Estar en casa todo el día, sin embargo, no me genera ansiedad. A veces pienso si no me iré a encariñar demasiado.

Hoy les he pedido a mis alumnos de tercero que como actividad del día me enviaran un audio en el que me contaran qué les gustaba de estar en casa, qué echaban de menos y qué era lo primero que querían hacer cuando salieran. Los animé a compartir sus audios, porque si a mí me hacía ilusión escucharlos, a ellos también les gustaría oírse. Pero les puede la vergüenza, y, hasta ahora, los que lo han hecho me lo han enviado a mí sola. Una de ellas dice que lo primero que va a hacer en cuanto salga, que es lo que además lleva deseando desde el primer día de aislamiento, es ir al Burguer King. Me he reído mucho. Lo que más les gusta de estar en casa es unánime, y ninguno ha mencionado la consola. Poder pasar tiempo con su familia. Teniendo todos entre 15 y 16 años me ha parecido bastante tierno. Pero aún faltan muchos. El Fornite tendrá que aparecer en algún momento… Mañana tienen un cuento de Juanjo Millás. A ver si les gusta.

Crónica del aislamiento. Día 5.

Hoy me he levantado tan despejada como ayer. Solo hemos retrasado media hora la alarma del despertador, que antes de la pandemia sonaba a las 6:20. Ahora estoy despierta antes de que suene. Me levantaba hoy con la esperanza de que me cundiera más el día que ayer. Parece mentira la cantidad de horas en casa para que no me diera tiempo a hacer ni la mitad de lo que quería, y todo eso con la lengua fuera. Ayer le echaba la culpa a que me había tocado ir a hacer la compra. Me puse la mascarilla y los guantes y me fui al supermercado. Pensaba que me iba a aliviar, pero no, paseo recelosa. Las personas con las que me cruzo me resultan amenazadoras. busco la distancia. Si alguien se acerca a menos de un metro me siento agredida. Hoy no tengo que hacer la compra. Eso se tiene que notar. También voy a pedirles a mis alumnos tareas que se corrijan más deprisa ya solo me quedan tres comentarios de bachillerato para corregir.

Hoy suena el despertador y ya estoy despierta. Me da la sensación de que me cuesta respirar. Pero me levanto de la cama y todo va bien. Ya estás con el desayuno. Me peso y he adelgazado 200 gramos. De puta madre. Para las tostadas sigue quedando pan de hogaza del sábado. La mía es integral. Zumo de naranja recién hecho, café y tostada con tomate y aceite. Eso desayunamos todas las mañanas. Como si siempre fuera domingo. Fuera llueve. Hemos pasado de la primavera al invierno enun día y medio. Ese es un hecho que creo que acompaña a a perfección al clima apocalíptico reinante. Hace juego.

Me pongo también aceite en el cuero cabelludo porque tengo un brote psoriasis y me escuece, y se me está extendiendo a la piel de la cara. Me ducho para quitarme el emplaste antes de empezar a trabajar. A las 8:30 ya estoy empezando a trabajar. Hoy te pones los auriculares. Ayer a la hora de comer me preguntaste si estaba bien. Sí, pero antes estaba un poco irritada porque haces ruido. ¿Cuándo he hecho ruido? Haces ruido todo el tiempo: o hablas por teléfono, o explicas deberes, o hablas en alto, o pones música. Y he intentado no decir nada pero lo cierto es que estoy irritada. Hoy te has puesto los auriculares y has pedido disculpas por una llamada de trabajo. Una cosa es hacer ruido todo el tiempo y otra no hacer ruido nunca. Hoy no has hecho ruido nunca.

Hasta las 9:30 no he terminado de preparar las tareas para enviar hoy a mis alumnos y ya tengo emails y mensajes de profesores, alumnos y grupos de whatsapp. Me pongo a corregir comentarios, tareas de ayer, a contestar mensajes… Tengo la sensación de que el día se me pasa contestando mensajes, que no hago más que contestar mensajes. Casi se me pasa la hora de despertar a hijos e hijastros. De hecho voy con media hora de retraso. Como no están muy mentalizados a lo que significan estos días, y les funciona mejor la cabeza si saben a qué atenerse, ayer me entretuve preparándoles un Horario pandemia, con las horas de despertarse, de estudiar y de tocarse los huevos -que a pesar de que las destinadas al estudio siempre les parecen demasiadas, las de tocarse los huevos siguen siendo mayoría-, y la hora de despertarse eran las 10 y ya eran las 10:30 y ellos todavía ahí, durmiendo.

Hoy es mi santo.

Miguel me pide ayuda para las tareas de lengua. Que cómo se escribe una carta a un amigo, y para qué querría él hacer algo así, y que cómo se escribe una carta a un director para pedirle un trabajo. Le preparo dos plantillas con la estructura y la pinta que más o menos deben tener -los millennials no han visto una carta en su vida- y entonces se entera de que hoy era su fecha límite para entregar unas taras de física y química, y me paso una hora intentando ver qué tareas tiene de cada asignatura para tratar de ayudarlo a planificarse, y tienen allí un cacao que no hay quien descifre, y la página se cae constantemente, así que, ni corta ni perezosa le escribo una tremenda carta -electrónica- a la jefa de estudios para hacerle partícipe de mi experiencia.

Voy a ver a pablo y está jugando en horas de estudio así que le quito el cable y le digo lo que tiene que hacer para que se lo devuelva. Al cabo de un momento viene Miguel a mi mesa y me dice que me ha traído un regalo por mi cumple. Es un dibujo de una gran polla con sus correspondientes huevos peludos. Recortada y todo. Le doy las gracias y la pego en mi pantalla. En ese momento pienso en ponerme a hacer videoconferencias solo para enseñarla.

Antes de comer he conseguido corregir dos comentarios y he contestado unos treinta mensajes. ASí en limpio se puede decir que no he hecho nada. Me voy a ver a Pablo y le obligo a que me cuente el tema 7 de historia de españa: desde la restauración borbónica hasta el desastre del 98. Aún se tiene que apoyar en el resumen que ha hecho, pero lo entiende. Y de literatura ha resumido con buena expresión el teatro de antes de la guerra.

En la comida Pablo se entera de que es mi santo. Miguel le cuenta que me ha hecho un regalo. Y Pablo seguro que es una polla. Sí, cómo lo sabes. Joder, porque conociéndote solo hay que pensar un poco, que eres más simple… ¿Y tú qué le has regalado, eh? Yo mejor espero a su cumpleaños. Pablo qué poco comes. Es que las cosillas tienen mucha grasa y además no tengo hambre. Ya estamos, con las quejitas. Ayer dije que el pescado estaba de puta madre.

Vemos dos episodios de Jojo’s. Estoy irritada porque me han pedido opinión para un asunto del trabajo, y han decidido algo diferente. Le digo a pablo que odio los trabajos en grupo porque siempre pienso que mi opinión es mejor que la de los demás. Y pablo me dice que a él le pasa lo mismo. Después me entero de que no es no me tuvieran en cuenta, que ni siquiera habían leído mi email. Pablo, dale a otro episodio. Después de leer mi email y de un millón de mensajes entre medias, mis sugerencias son aceptadas. Y yo me quedo más contenta. Eso me calma y me permite comedirme en otro trabajo que hago en grupo, que tengo que revisar y que reharía entero, hago un ejercicio de respeto, les doy la enhorabuena y presento aunque no esté hecho a mi manera. Es lo bueno de ser consciente de ser tan insoportable, que, dándome cuenta a tiempo puedo contenerme y dismularlo.

Hoy son las 20 de la noche y aún no he escrito mi crónica. Hoy no he leído, no he cantado, no he tocado la guitarra, no he editado, no he saltado, no he bailado y no he estirado. Los días no duran nada. Con suerte pueda escribir mi memoria diaria. Y después me voy a tomar una cerveza. Quedan dos Dunkel en la nevera y, aunque no es fin de semana, voy a beber alcohol.