Entró al vagón junto con los demás y su guitarra. Mientras se cerraban las puertas tomó la voz, y yo esperé escuchar ese discurso tan escuchado ya, de tantos músicos que deambulan de tren en tren, de estación en estación, haciendo música, o intentándolo, a cambio de la voluntad. Sin embargo antes de sacar la guitarra abrió la sonrisa. Parecía magia el contraste entre esa piel tan negra y la luz que desprendía. Se presentó, sin dejar de sonreír, con la misma dignidad de quien se presenta en un estudio, en un teatro, frente a un periodista. Y empezó a tocar La Flaca, utilizando una canción española como homenaje a su Habana.
No era especialmente bueno, ni especialmente malo, pero me levantó los pies del suelo, me acercó hasta él, y me puse a cantar sin pensarlo. Cuando terminó volví a mi sitio, con la misma discreción con la que había antes lo había abandonado. Tener el poder de la invisibilidad tiene a veces grandes ventajas para quienes sentimos pudor. Y preparé una voluntad para mi compañero de dúo, y cuando se acercó a mí le sonreí con la complicidad que se establece con los compañeros de lo que quiera que se comparta. Y él me dio las gracias, por la voluntad pero sobre todo por la sonrisa, dijo.
El caso es que cuando terminó su peregrinación por le vagón, volvió a tomar la palabra, con la misma dignidad que en un principio, sin pedir perdón, y sin agredir, con naturalidad. Y dijo que había aprendido mucho desde que vivía en España. Pero que una de las cosas más importantes era el agradecimiento. Que sentía agradecimiento y respeto por todas y cada una de las personas. Que agradecía mucho la ayuda de quienes le habían podido ayudar, que agradecía los gestos de cariño y de apoyo, y que no reprochaba la indiferencia de tantos, que ni le miraban, que hacían como que no escuchaban, y que agachaban sus cabezas. Porque los entendía. Yo los comprendo, dijo, porque son tiempos difíciles para todos, porque yo también lo he pasado mal, porque somos muchos quienes lo hacemos, porque la crisis está siendo muy dura, porque hay mucho dolor, y yo lo comprendo. Pero a pesar de todo, aún cuando todo es tan difícil, háganme caso, una sonrisa marca la diferencia. Y entonces sí se despidió.
Así que es así, por casualidad, sin esperarlos, como se presentan los pequeños milagros. Como el hecho de que sea un hombre que está lejos de su tierra y sus raíces, lejos de su familia, que probablemente no tenga un lugar donde dormir, y subsiste tocando canciones en los vagones de metro, sea quien dé un ejemplo de comprensión, de humanidad, de actitud y de alegría. Y esos milagros mantienen mi fe en el ser humano, por mucho que haya días en que se tambalee.
Y esa alegría, esa esperanza, y esa sonrisa, me sacaron del metro cantando, y me tuvieron la mañana cantando, All of me, una y otra vez. Y mientras cantaba me preguntaba a mí misma si cantaba porque me sentía feliz, o si me sentía feliz por cantar.
«Whoever you are, I have always depended on the kindness of strangers», pone Tennessee Williams en boca de su Blanche DuBois y Marina Rossell canta «trátame bien, te trataré bien y tal vez nos salvará la delicadeza». Me declaro sostenedor de la sonrisa, de desear los buenos días de corazón. Ha habido días en que mi frágil equilibrio ha dependido de eso, del gesto gentil de un desconocido… hacernos bien cuesta muy poco. Y nos entibia.
El caso es que cuando terminó su peregrinación por le vagón, volvió a tomar la palabra, con la misma dignidad que en un principio, sin pedir perdón, y sin agredir, con naturalidad. Y dijo que había aprendido mucho desde que vivía en España. Pero que una de las cosas más importantes era el agradecimiento. Que sentía agradecimiento y respeto por todas y cada una de las personas. Que agradecía mucho la ayuda de quienes le habían podido ayudar, que agradecía los gestos de cariño y de apoyo, y que no reprochaba la indiferencia de tantos, que ni le miraban, que hacían como que no escuchaban, y que agachaban sus cabezas. Porque los entendía. Yo los comprendo, dijo, porque son tiempos difíciles para todos, porque yo también lo he pasado mal, porque somos muchos quienes lo hacemos, porque la crisis está siendo muy dura, porque hay mucho dolor, y yo lo comprendo. Pero a pesar de todo, aún cuando todo es tan difícil, háganme caso, una sonrisa marca la diferencia. Y entonces sí se despidió.
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