El seguro y la apuesta

Hacerse una tarjeta de crédito de esas que son gratuítas de por vida, y que además te regalan dos vuelos, noches de hotel, o una bonificación de 100 euros, puede salir muy caro. No me refiero al uso irresponsable. Me refiero a que si efectivamente el tiempo es oro, a mí las llamadas que tan frecuentemente me hacen sus emisores, me han hecho perder ya unos cuantos kilates.

La otra mañana, en el trabajo, me llaman al móvil de parte de uno de los bancos emisores. El comercial muy amable me preguntó si era un buen momento para informarme de un seguro que ofrecían con mi tarjeta. Y yo muy amablemente le dije que no.

Dos horas más tardes, me pasa una llamada la recepcionista de mi oficina. Otro comercial de otro banco. Este comercial que sabe que está llamando a un trabajo, no sólo no tiene la poca consideración de no preguntar también por si era un buen momento, sino que, sin darme opción a replicar, comienza a ofrecerme otro seguro asociado a mi visa (¿es que es el mes del seguro o qué?). Que si fallecemos mi pareja o yo en accidente me pagan tanto. Que si fallezco, pero no es en un accidente cuanto. Que si enfermo en el extranjero me pagan la hospitalización. Que si la diño en el extranjero se encargan de repatriar mi cuerpo. Y todo esto por nueve euros al mes. Joder, yo sigo sin entender por qué se les llama seguros de vida. Si lo que aseguran es mi muerte. Escucho calladita pero rabiosa toda la perorata. El tipejo este que no para de hablar de mi muerte, y en horas de trabajo. Y encima le pone precio. Será cabrón.

– ¿Le interesa?

– No, muchas gracias.

– ¿Me puede decir por qué? Si sólo son nueve euros al mes!

– Porque a pesar de eso, he decidido arriesgar, y he apostado por mi suerte.

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