Érase una vez un topo sensible que un día abrió una bitácora llamada Memorias Subterráneas. Cada día viajaba en metro para ir a trabajar. Y cada día contaba en sus Memorias la historia que había visto en él. Porque todos los viajes tenían una historia.
Y la gente que las leía le preguntaba, ¿pero cómo puedes ver todo eso en el metro, si yo voy en él cada día y nunca veo nada?
Y él contestaba que para ver hay que saber mirar.
Pero un día, el pequeño topo se cansó, se tomó la jubilación anticipada, y colgó el cartel de «Se cierra» tras bailar un último vals. Siguió yendo a trabajar. Pero dejó de escribir.
Unos meses más tarde, recibí un e-mail. ¿Te apetece tomar una cerveza con un topo? Y yo, que lo echaba de menos, le dije que sí.
Le pregunté entonces que por qué no había vuelto a escribir, y me contestó que no le encontraba sentido. ¿Para qué? A nadie le importa.
El topo sigue viajando en metro cada día. Pero no pudo evitar confesarme que ahora ya no ve nada.
Pues a mí me gustaba leer sus historias, su visión de ese mundo subterráneo. Y me acuerdo cuando cerró, una pena.
Lo peor es que ya no vea nada.
Si el topo sabe mirar debería seguir haciéndolo, ya que eso le hace especial, no el que a la gente la importe o no lo que escribe.
¡Chivata!
Lo que no cuentas es que ahora miro al cielo y veo muchas más cosas.
Besos, guapa.
Karmen, en realidad este cuento es tan sólo un por qué, una moraleja 🙂
Di, supongo que el que sabe mirar siempre sabe mirar. Pero si escribir te ayuda a hacerlo… pues ya es un buen motivo para hacerlo.
Querido topo, por supuesto que no he contado que ves muchas otras cosas, ahora en el cielo. Eso tendrías que hacerlo tú, ¿no crees? ;-). Un beso (por cierto, no se te escapa una, eh?)
Este Topo…