Érase una vez un topo sensible que un día abrió una bitácora llamada Memorias Subterráneas. Cada día viajaba en metro para ir a trabajar. Y cada día contaba en sus Memorias la historia que había visto en él. Porque todos los viajes tenían una historia.
Y la gente que las leía le preguntaba, ¿pero cómo puedes ver todo eso en el metro, si yo voy en él cada día y nunca veo nada?
Y él contestaba que para ver hay que saber mirar.
Pero un día, el pequeño topo se cansó, se tomó la jubilación anticipada, y colgó el cartel de «Se cierra» tras bailar un último vals. Siguió yendo a trabajar. Pero dejó de escribir.
Unos meses más tarde, recibí un e-mail. ¿Te apetece tomar una cerveza con un topo? Y yo, que lo echaba de menos, le dije que sí.
Le pregunté entonces que por qué no había vuelto a escribir, y me contestó que no le encontraba sentido. ¿Para qué? A nadie le importa.
El topo sigue viajando en metro cada día. Pero no pudo evitar confesarme que ahora ya no ve nada.