Una pizarra

Hace unas semanas al salir del metro en La Latina, colgada en una placa metálica de obra me encontré una pizarra colgada. En la pizarra estaba escrito de manera indeleble lo siguiente «antes de morir quiero….» un espacio. Y se repetía de arriba abajo en dos columnas. Y estaba rellena con tiza por gente que supongo se encontró también con esa pizarra, y con esa pregunta.

Me detuve para leer las respuestas. Había de todo:

antes de morir quiero…. viajar                    antes de morir quiero…. follar mucho
antes de morir quiero…. ser feliz                 antes de morir quiero…. una tarde más                    aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaacontigo
antes de morir quiero…el FIFA 2011          antes de morir quiero….entender el mundo (léase con trazo infantil)
antes de morir quiero… amar                       antes de morir quiero: follar (este se repetía)

Yo no llevaba tiza, y de haberla tenido, tampoco habría borrado ninguna declaración de nadie. Pero al preguntarme qué quería hacer antes de morir la respuesta llegó de forma instantánea: vivir. Quiero decir, VIVIR.

Pero por si no quedaba claro, porque parece que uno sólo desea lo que no tiene, me hice una pequeña rectificación: seguir viviendo. VIVIENDO.

Asumiendo riesgos (I): los vengadores del parque

Sé que no resulta muy intelectual, pero no me gusta leer la prensa. Me encabrona. Es uno de esos actos diarios que me hacen ser peor persona, así que procuro evitarlos. Hoy sin embargo he caído en la tentación, por aquello de tener una cierta idea acerca del cambio de ministros, etc… pero tras leer  algún que otro nombramiento he pasado página pues de puro obsceno,  me ha herido la sensibilidad. Claro que no tanto el nombramiento como la aceptación del cargo. Sí, me refiero a Valeriano Gómez.

De ahí he pasado a informarme acerca de la nueva ley antitabaco, y de las declaraciones de los defensores de la salud pública. No se trata sólo de defender los derechos del no fumador, creo que hasta ahí es todo de lo más razonable.  Se trata de la tremenda ingenuidad que se desprende de algunas declaraciones. «Vamos a prohibir fumar también en zonas al aire libre, como en los alrededores de los parques infantiles», dicen los vengadores del parque. Bien, todo sea por la defensa de nuestros retoños. ¿Qué delimitación incluirá esa prohibición? ¿Se refieren al arenero que hay en el interior de las vallas de colores? ¿Se refieren a un kilómetro a la redonda? ¿A dos? Que nuestros niños no vean a ningún papá ni a ninguna mamá fumando en el parque infantil, sólo cuando salgan de ese perímetro, o ya en su propio domicilio.

«Tampoco se podrá fumar en los alrededrores de centros sanitarios. Ningún médico fumando en las puertas de hospitales». Claro, predicar con el ejemplo. Porque supongo que el hecho de que si alguien sabe que fumar es nocivo para la salud va a dejar de hacerlo (como beber alcohol, comer una dieta rica en grasas y proteinas animales y baja en fibra,  ingerir alimentos con tratamientos químicos,  el sedentarismo,  respirar un aire con elevados niveles de contaminación,  el estrés….). Y supongo que la función de un médico no es sólo la de curar lo curable y recomendar hábitos de vida razonable, sino también cumplirlos, convertirse en un paradigma de lo saludable. O al menos aparentarlo. (Tiempo al tiempo, y quizá retiren la licencia para ejercer la medicina a los fumadores, hipertensos, obesos, o sedentarios…).

«Pero oiga, es que si fuma ¡¡¡¡¡se va a morir!!!!!» Bueno, me gustaría que la verdad fuera más dulce. Pero lo cierto, es que si no fumo también. Yo voy a morir, las ingenuas criaturas del parque infantil también, los médicos también, el profesor de aeróbic, y hasta la ministra de sanidad. De modo que les agradecería a los vengadores del parque, que, una vez protegidos los derechos de los no fumadores, me dejaran conservar esa pequeña parcela de libertad individual que consiste en ser irracional y elegir consciente y en pleno uso de mis facultades mentales – aunque pueda no parecerlo- fumar.

Las vidas posibles de Mr Nobody

Ayer fui al cine. Cuando empezó la película, y aquel anciano, el último mortal en un mundo de inmortales, mantiene con un periodista el siguiente diálogo:

Nemo Nobody aged 118: I’ve got nothing to say to you. I’m Mr. Nobody, a man who doesn’t exist.
Young journalist: Do you remember what the world was like before quasi-immortality? What was it like when humans were mortals?
Nemo Nobody aged 118: There were cars that polluded. We smoked cigarettes. We ate meat. We did everything we can’t do in this dump and it was wonderful! Most of the time nothing happened… like a French movie.
Young journalist: And, um, sexually? Before sex became obsolete.
Nemo Nobody aged 118: Ha ha, we screwed! Everybody was always screwing. We fell in love… we fell in love.

Nos enamorábamos. Nos enamorábamos… Cuando escuché este diálogo no pude evitar llenarme de melancolía, y recordé también lo que sentí escribiendo aquel último hombre solo.

El caso es que para mí la película no es ciencia ficción, en realidad. Ni tampoco creo que su finalidad fuera hablar de las millones de posibilidades que ofrece una vida, de lo distinta que puede llegar a ser en función de las decisiones que se toman en ella, y en función también de un millón de otra serie de variables impredecibles- dios, también en esa cinta el batir de alas de una mariposa en Pekin y sus consecuencias- .

Bien, voy a resumir un poco la historia, un tanto complicada, para ver si consigo hacerme entender. El hecho es que el protagonista debe, siendo un niño, elegir entre  quedarse con su padre o con su madre cuando éstos se divorcian. Y de esa decisión se desprenden otras muchas, y se desarrolllan muchas vidas posibles, todas ellas en torno a tres mujeres. Con una de ellas vive un intenso amor correspondido, de otra se enamora pero ella de él no, y la tercera se enamora de él pero no a la inversa. Tres posibles mujeres, un millón de vidas en torno a ellas, sólo se mantienen constantes los sentimientos.  Y aún así, aún conociendo el futuro, el niño es incapaz de tomar una decisión. ¿Por qué? Porque ninguna de las vidas es sencilla. Porque todas ellas conllevan momentos maravillosos y momentos de sufrimiento. Porque no hay una correcta entre las incorrectas, no hay un único camino. Porque todas las vidas merecen ser vividas.

Quizá las decisiones en realidad no son tan importantes, quizá lo importante sea quitarse presión ante ellas, y tomarlas, y decidir para poder seguir viviendo.

Y por supuesto pensando todo aquello, no pude evitar recordar a mi amigo César.

«Si mezclas el puré de patatas con la salsa, después no se pueden separar, es para siempre. El humo sale del cigarrillo de papá, pero nunca vuelve a entrar. No podemos volver atrás, por eso cuesta elegir. Hay que tomar la decisión correcta. Mientras no elijas, todo sigue siendo posible…

Mr Nobody, a los 9 años»

La decisión correcta no es una.