Los usos de un boli

Roberto dice que por eso siempre lleva un boli en el bolsillo. Después mueve el alfil al c4. Juega con blancas. Roberto se enciende un cigarro. Iván lo dejó hace un año y medio. Roberto normalmente es un tipo tranquilo, pero cuando le tocan los cojones se vuelve loco. Iván lo mira y lo ratifica. Es verdad, como cuando vinieron el novio ese con todos sus amigos. Lo esperaron a la salida del instituto. Querían matarlo. Era injusto. ¿Y tú qué harías? ¿Qué harías si te acusaran de algo que no has hecho? Pues eso, volverse loco. Se plantó delante de los quince y levantó la cara dispuesto a llevarse las hostias mientras continuaba diciendo os voy a matar a todos. Algunas se llevó. Y pasó que llegó la policía y le dio pena, y dispersó a los agresores, y a él lo dejaron ir sin hacer preguntas.

Iván dice que pueden dejarte a dormir y que no avisan a tus padres. Roberto dice que no, que él lo sabe bien. Si eres menor están obligados a llamar a tus padres. Te dejan o no a dormir en función de lo que hayas hecho, o en función de cómo sea el tío que te haya detenido, o en función de cómo te hayas puesto tú. Si vas así, de buenas, y no has hecho nada, si solo es posesión o algo así, nada. Si es por violencia, o si te pasa como a él, que te vuelves loco, pues entonces sí te pueden llevar. En comisería hace frío. Iván lo corrige, se dice comisaría. Roberto se irrita. Y qué más da. No da igual. Le avergüenza decirlo mal. Por eso se irrita. Le avergüenza que precisamente sea Iván quien lo corrija. Pero lo pasa por alto. En la comisaría hace frío. A veces te dan una manta. Algunos incluso te preguntan si fumas. Y si dices que sí, cuando llevas ya un rato ahí metido, te preguntan que si quieres fumar uno, y te acompañan, y se fuman uno contigo. A veces puede que charles un rato con él. De la vida. También hay buenos tíos en la policía. Otros no. Como en todas partes.

Iván le dice que debería controlar su temperamento. Iván es más tranquilo. Cuando Roberto pierde los nervios lo deja estar, se va, espera tranquilamente hasta que se le pasa. Roberto no es el único que tiene un temperamento desbocado, sin ir más lejos, el tipo que vino el otro día a pegarle una paliza a la salida del instituto. Roberto no había hecho nada. Fue por culpa de Diego, que se pasó diciéndole cosas a una tía del instituto. La tía tenía un novio. La tía le fue con la historia al novio. Está claro que hizo mal la descripción. Diego no es negro y no es tan alto. Pero a saber la tía. O a saber el novio. Llegó allí con su banda buscando sangre y no justicia. Le diferencia de Roberto que es capaz de mantener la furia en el tiempo, Roberto no. Quizá es más explosivo en el momento, quizá en el momento no piense. Roberto en el momento lo habría podido matar, pero jamás habría ido tres días más tarde ya en frío.

No es la primera vez que escucha algo así, que debería controlar su temperamento. Dos tardes antes se lo había dicho su novia. Lleva con ella un año. Su aniversario había sido hacía dos o tres semanas. Le había escrito un mensaje que quería ser literario además de ser de amor, pero no lo había conseguido del todo, y lo sabía, y por eso había escrito después «no lo sé hacer mejor, pero es lo que ahi». Y sus compañeros en clase lo habían puteado a base de bien, por lo cursi, por la disculpa y por la falta. Con ella está tranquilo. Juegan al ajedrez. La otra tarde habían ido a Orcasitas. Salieron del metro. Iban de la mano. Un tipo los empezó a mirar y Roberto no bajó la mirada. Roberto mira alto. El tipo calculó mal su porte y según se fueron acercando y comprobó las dimensiones reales de Roberto bajó la mirada y se dio la vuelta. Roberto no había soltado la mano de su novia y pudo comprobar que temblaba. Cuando volvieron a quedarse solos le increpó. Por qué tenías que mirarlo así, nos pones en peligro. Pero Roberto sabe que no porque lleva un boli en el bolsillo.

Iván se burla. Él tiene un amigo que un día llegó con un machete enorme escondido en el tubo bajo el manillar de la bici. Estaban en un parque, se bajó de su bici, plegó el manillar y dejó al descubierto el cilindro que debería estar hueco pero no lo estaba. Dentro escondía el machete. Roberto lo escucha y enciende otro cigarro. Ese tipo no iba a usarlo, hermano. La gente que lleva armas y las enseña lo hace por presumir. Cree que enseñando las armas va a quedar bien. Pero las armas no son un juego, primo. Con un arma puedes matar a alguien. Roberto, cuando está tranquilo, piensa con claridad. Las armas no son un juego, hermano. Lo primero, tienes que intentar solucionarlo, si no es posible huir, y ya, si no es posible, pues entonces sí, agarras el boli y con él al cuello, que prefiero que llore la madre de otro que la mía, hermano. Pero matar a alguien no es un juego. Es una cosa muy seria, hermano. Roberto habla dando por hecho que él no caerá. Así que solo por si acaso, y como último recurso, lleva el boli en el bolsillo.

El tiempo de las mujeres muertas

Esta mañana, de camino al trabajo, iba escuchando en la radio que, en apenas tres días, habían muerto cuatro mujeres a manos de sus parejas o ex parejas. Ninguna de ellas había presentado previamente denuncia por malos tratos. La periodista entrevista a la presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, y le pregunta cuáles cree ella que son las causas de este tipo de violencia, los dichosos por qués.  Esta mujer, que comienza con dificultad porque le parece que es complicado encontrar motivos que expliquen los sucesos, termina apuntando dos ideas. La primera de ellas es que, en general, en la intimidad del hogar sacamos lo peor de nosotros mismos. Y la segunda, y teniendo en cuenta la juventud de muchas de las víctimas, es que aún queda mucho trabajo por hacer en materia de educación, y en este punto se sorprende mucho por la eliminación de la materia de Educación para la Ciudadanía, y es que, según ella, todo esfuerzo para educar en el respeto hacia el ser humano, y en la igualdad entre hombres y mujeres, es poco.

Entonces me puse yo a hacer mi propio análisis de causas, pues a mí también me parece incomprensible, y además y por suerte, absolutamente desconocido e impensable, y dejé de prestar atención a la radio, al tráfico, y demás, y aproveché Euler para ordenar mis reflexiones y escribirlas en voz alta. Eso sí, advierto desde ya que analizando no soy breve.

Lo que estuve pensando es que es difícil encontrar explicaciones en el terreno de lo racional. Racionalmente no existe ningún motivo que justifique tal comportamiento. Sin embargo en el campo de lo emocional hay más por explorar. Pienso que una de las causas principales de la violencia es una incapacidad muy extendida para controlar y neutralizar ciertas emociones. Algunas de las muertes de mujeres, cuando nunca antes existió un maltrato, en otros tiempos habrían sido calificadas como crímenes pasionales. Bajo unas circunstancias que desencadenan ira o miedo, quien las experimenta no es capaz de canalizarlas y controlarlas y se deja llevar por ellas, dando rienda suelta a los instintos violentos que tiene el ser humano. Todos los tenemos. Quien no haya sentido alguna vez con intensidad un instinto desde el fondo de las tripas de golpear, de agredir, de ahogar con las manos a alguien alguna vez en su vida, y notar alterado el ritmo cardíaco, y una rabia que quema y ahoga, la contracción en las mandíbulas,  el puño cerrado, y todo el cuerpo alterado por ls ira que levante la mano. Pero se supone que en la niñez deberíamos haber ido aprendiendo mecanismos de autocontrol para no ceder ante estos impulsos que, si en el arenero nos emoujaban a darle un palazo en la cabeza al niño que nos había quitado el cubo, ahora podrían llevarnos a matar al malnacido que se ha saltado el stop y casi provoca un accidente en el que podría haber resultado herido algún ser querido, o al jefe que ha decidido humillarnos públicamente una vez más, o al hijo que ha montado un escándalo en el supermercado, o a la pareja, que se pasa los días reprochándolo todo, o…

Pero sigo pensando: si el problema es el de una falta de control de emociones, ¿por qué afecta principalmente a los hombres?

Pues yo creo que por dos motivos. Por un lado por uno natural, y es la diferencia entre hombres y mujeres, esa igualdad biológica que pretendemos y que sin embargo y por pura observación nos hace constatar que los hombres y las mujeres nos diferenciamos en algo más que en los genitales. Por regla general los hombres son menos comunicativos que las mujeres, les cuesta más ponerle nombre a las emociones y compartirlas, están más expuestos, les bloquean más fácilmente. Y por otro, los hombres son en general más violentos que las mujeres. Ya desde la infancia, los niños disfrutan más a menudo con juegos bélicos que las niñas. De modo que la mezcla de un hombre que no ha conseguido suficiente autocontrol sobre sus emociones, y con un instinto violento que le pone la naturaleza encima, quizás para que sea capaz de cazar bisontes o defender a su tribu con un palo, armas de supervivencia que hoy en día han quedado obsoletas, -quién le iba a decir a la Naturaleza que para sobrevivir el hombre tendría que ponerse una corbata y que la comida saldría del supermercado- , esa mezcla de falta de autocontrol y violencia genera un ser potencialmente peligroso.

Pero eso por sí solo no explica que la violencia se centre únicamente en la mujer, y de entre todas las mujeres, en la compañera. Aquí interviene el factor cultural, que aún tiene poso. Tenemos una herencia de milenios en los que la que la mujer ha sido considerada inferior al hombre, de hecho sólo desde hace un puñado de años tenemos los mismos derechos civiles, y no en todas partes: en algunos países  aún no se han equiparado. Las mujeres formaban parte del patrimonio del hombre. Como los hijos. Como los animales. Como la casa.  Y hacia ellas existía la misma condescendencia que se tiene con los seres inferiores, que necesitan protección pero a veces también aleccionamiento. Y hasta hace bien poco era tan aceptado el hecho de que un niño recibiera un azote como reprimenda a que lo recibiera la mujer si es que lo «merecía». EL otro día, leyendo a Nabokov, todavía me sorprendía con las declaraciones de Humbert Humbert, cuando su mujer, con la que se había casado sin amor y tan sólo para reprimir y disimular su deseo por las nínfulas, le confiesa estar enamorada de otro hombre,  él dice algo así como «si de verdad quisiera haber resultado un marido creíble debería haberla abofeteado en plena calle». Y pensé que mientras a mí esta observación me había rechinado,  muy posiblemente a los lectores coetáneos a Nabokov esta reflexión no les habría llamado en absoluto la atención. La novela se publicó en 1955.

Parece factible que hoy en día, si unimos esa condescendencia que arrastramos y que lleva a que -consciente o inconscientemente- algunos hombres aún perciban a la mujer como un ser débil y dependiente susceptible de ser poseído en propiedad. Si ese ser un día decide tomar sus propias decisiones,  incluso la de poner fin a la convivencia. Si esta decisión genera en el hombre emociones tales como la ira y el miedo (todo su patrimonio de hombre: mujer, casa, hijos…. de pronto corre peligro). Si es uno de esos que además no han aprendido a gestionar emociones tan intensas, y si todo esto lo aderezamos con un instinto violento, parece factible que la tragedia esté servida.

Sé que estoy poniéndome intensa, pero es que aún estuve reflexionando a raíz de esto acerca de la violencia con los hijos, lo que comúnmente se llama castigo físico. Podemos racionalizar y justificarlo con el argumento de que un buen azote no traumatiza y es efectivo para eliminar ciertas malas conductas en los niños. Pero por experiencia propia, he de reconocer que cuando en alguna ocasión he dado un azote o una bofetada no ha sido tras una reflexión pausada que me llevara a la conclusión serena de que un azote era la manera más pedagógica de modificar una mala conducta. El miedo y la crueldad son efectivas, lo cual no significa que no haya alternativas mejores. Cuando alguna vez les he dado un azote no he pensado nada en absoluto, el azote ha salido tras una pérdida de nervios. Como adulta que soy no he sido capaz de controlar un conflicto, una situación se me ha ido de las manos y mis emociones me han desbordado, y el azote ha llegado como consecuencia de eso y no de ninguna racionalidad. Sin embargo, ¿por qué me controlo cuando me irrita cualquier otra persona y no cuando lo han hecho mis propios hijos? Supongo que, además de que los hijos tenemos una habilidad sublime para producir irritación ;-), por esa propia herencia que llevamos, la de la cultura del buen azote, la condescendencia hacia el hijo, al que no vemos como igual, sino como aspirante a igual, como a esa pequeña personita a la que proteger y de cuya educación y comportamiento somos responsables. Y una vez que los nervios se han calmado y que vuelve la razón, aparece también la culpa por ese azote, aparece el reconocimiento del fallo, el verdadero por qué, que no estaba en la conducta del hijo sino en esa pérdida de nervios, el fallo de autocontrol, la incapacidad para haber resuelto un conflicto de una forma mejor y posiblemente más efectiva que el azote ocasional, que aunque no duela humilla y hace sentir menos valorado, pero que se sobrelleva porque algún que otro azote aún se siguen llevando la gran mayoría de los niños, y eso «normaliza» la práctica, y porque además los hijos suelen ser justos y quieren y valoran y juzgan a los padres por el día a día más que por los fallos puntuales, y son nobles y de perdón fácil. Quizás dentro de cincuenta años alguien se escandalice cuando lea esto, como ahora nos escandalizamos con las historias de los reglazos en las manos de los colegios de otras infancias, y hay del profesor que hoy en día utilice prácticas de la vieja escuela. O de las lecturas de abofetear a la esposa por abandonar al marido.

Y después de todos estos por qués, las soluciones. Lamentablemente a corto plazo veo pocas formas de evitar la tragedia, tan solo que se establezcan mecanismos de protección para las mujeres que se encuentran en una situación vulnerable, porque, o bien sufran un maltrato constante y hayan decidido denunciarlo, o bien estén ante una situación de ruptura que su pareja esté siendo incapaz de aceptar.

Creo que por un lado es necesario que pasen los años, y que los niños de hoy vean cada vez de forma más aislada esa condescendencia hacia la mujer como ser débil, inferior, susceptible de poseer y aleccionar, y lo que mamen sea un trato de igual a igual. Y que en general a su alrededor vivan el respeto, y que los conflictos que se producen en su entorno se resuelvan mediante diálogo, comunicación, y, si son dentro del núcleo familiar, además con cariño. Y por otro lado, es evidente que en las escuelas aprendemos un montón de conceptos, y a ser muy productivos, y muy competitivos, y todas esas virtudes que buscan en sus legislaciones educativas los gobiernos,  pero a veces dejamos de lado aspectos tan importantes como el aprendizaje emocional. Es necesario poner nombre a lo que sentimos, -porque todos sentimos rabia, ira, miedo o tristeza- y aprender a identificar las emociones para poderlas manejar, aprender qué situaciones las desencadenan y buscar los por qués, y hablar de ello y compartirlo, y controlarlo, canalizarlo. Conocerse para poder mejorar, y sufrir menos, y hacer sufrir menos. Y sí, todo esto se educa. Sin golpes. Y lleva tiempo. El tiempo que no tienen las mujeres muertas.