El tiempo de las mujeres muertas

Esta mañana, de camino al trabajo, iba escuchando en la radio que, en apenas tres días, habían muerto cuatro mujeres a manos de sus parejas o ex parejas. Ninguna de ellas había presentado previamente denuncia por malos tratos. La periodista entrevista a la presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, y le pregunta cuáles cree ella que son las causas de este tipo de violencia, los dichosos por qués.  Esta mujer, que comienza con dificultad porque le parece que es complicado encontrar motivos que expliquen los sucesos, termina apuntando dos ideas. La primera de ellas es que, en general, en la intimidad del hogar sacamos lo peor de nosotros mismos. Y la segunda, y teniendo en cuenta la juventud de muchas de las víctimas, es que aún queda mucho trabajo por hacer en materia de educación, y en este punto se sorprende mucho por la eliminación de la materia de Educación para la Ciudadanía, y es que, según ella, todo esfuerzo para educar en el respeto hacia el ser humano, y en la igualdad entre hombres y mujeres, es poco.

Entonces me puse yo a hacer mi propio análisis de causas, pues a mí también me parece incomprensible, y además y por suerte, absolutamente desconocido e impensable, y dejé de prestar atención a la radio, al tráfico, y demás, y aproveché Euler para ordenar mis reflexiones y escribirlas en voz alta. Eso sí, advierto desde ya que analizando no soy breve.

Lo que estuve pensando es que es difícil encontrar explicaciones en el terreno de lo racional. Racionalmente no existe ningún motivo que justifique tal comportamiento. Sin embargo en el campo de lo emocional hay más por explorar. Pienso que una de las causas principales de la violencia es una incapacidad muy extendida para controlar y neutralizar ciertas emociones. Algunas de las muertes de mujeres, cuando nunca antes existió un maltrato, en otros tiempos habrían sido calificadas como crímenes pasionales. Bajo unas circunstancias que desencadenan ira o miedo, quien las experimenta no es capaz de canalizarlas y controlarlas y se deja llevar por ellas, dando rienda suelta a los instintos violentos que tiene el ser humano. Todos los tenemos. Quien no haya sentido alguna vez con intensidad un instinto desde el fondo de las tripas de golpear, de agredir, de ahogar con las manos a alguien alguna vez en su vida, y notar alterado el ritmo cardíaco, y una rabia que quema y ahoga, la contracción en las mandíbulas,  el puño cerrado, y todo el cuerpo alterado por ls ira que levante la mano. Pero se supone que en la niñez deberíamos haber ido aprendiendo mecanismos de autocontrol para no ceder ante estos impulsos que, si en el arenero nos emoujaban a darle un palazo en la cabeza al niño que nos había quitado el cubo, ahora podrían llevarnos a matar al malnacido que se ha saltado el stop y casi provoca un accidente en el que podría haber resultado herido algún ser querido, o al jefe que ha decidido humillarnos públicamente una vez más, o al hijo que ha montado un escándalo en el supermercado, o a la pareja, que se pasa los días reprochándolo todo, o…

Pero sigo pensando: si el problema es el de una falta de control de emociones, ¿por qué afecta principalmente a los hombres?

Pues yo creo que por dos motivos. Por un lado por uno natural, y es la diferencia entre hombres y mujeres, esa igualdad biológica que pretendemos y que sin embargo y por pura observación nos hace constatar que los hombres y las mujeres nos diferenciamos en algo más que en los genitales. Por regla general los hombres son menos comunicativos que las mujeres, les cuesta más ponerle nombre a las emociones y compartirlas, están más expuestos, les bloquean más fácilmente. Y por otro, los hombres son en general más violentos que las mujeres. Ya desde la infancia, los niños disfrutan más a menudo con juegos bélicos que las niñas. De modo que la mezcla de un hombre que no ha conseguido suficiente autocontrol sobre sus emociones, y con un instinto violento que le pone la naturaleza encima, quizás para que sea capaz de cazar bisontes o defender a su tribu con un palo, armas de supervivencia que hoy en día han quedado obsoletas, -quién le iba a decir a la Naturaleza que para sobrevivir el hombre tendría que ponerse una corbata y que la comida saldría del supermercado- , esa mezcla de falta de autocontrol y violencia genera un ser potencialmente peligroso.

Pero eso por sí solo no explica que la violencia se centre únicamente en la mujer, y de entre todas las mujeres, en la compañera. Aquí interviene el factor cultural, que aún tiene poso. Tenemos una herencia de milenios en los que la que la mujer ha sido considerada inferior al hombre, de hecho sólo desde hace un puñado de años tenemos los mismos derechos civiles, y no en todas partes: en algunos países  aún no se han equiparado. Las mujeres formaban parte del patrimonio del hombre. Como los hijos. Como los animales. Como la casa.  Y hacia ellas existía la misma condescendencia que se tiene con los seres inferiores, que necesitan protección pero a veces también aleccionamiento. Y hasta hace bien poco era tan aceptado el hecho de que un niño recibiera un azote como reprimenda a que lo recibiera la mujer si es que lo «merecía». EL otro día, leyendo a Nabokov, todavía me sorprendía con las declaraciones de Humbert Humbert, cuando su mujer, con la que se había casado sin amor y tan sólo para reprimir y disimular su deseo por las nínfulas, le confiesa estar enamorada de otro hombre,  él dice algo así como «si de verdad quisiera haber resultado un marido creíble debería haberla abofeteado en plena calle». Y pensé que mientras a mí esta observación me había rechinado,  muy posiblemente a los lectores coetáneos a Nabokov esta reflexión no les habría llamado en absoluto la atención. La novela se publicó en 1955.

Parece factible que hoy en día, si unimos esa condescendencia que arrastramos y que lleva a que -consciente o inconscientemente- algunos hombres aún perciban a la mujer como un ser débil y dependiente susceptible de ser poseído en propiedad. Si ese ser un día decide tomar sus propias decisiones,  incluso la de poner fin a la convivencia. Si esta decisión genera en el hombre emociones tales como la ira y el miedo (todo su patrimonio de hombre: mujer, casa, hijos…. de pronto corre peligro). Si es uno de esos que además no han aprendido a gestionar emociones tan intensas, y si todo esto lo aderezamos con un instinto violento, parece factible que la tragedia esté servida.

Sé que estoy poniéndome intensa, pero es que aún estuve reflexionando a raíz de esto acerca de la violencia con los hijos, lo que comúnmente se llama castigo físico. Podemos racionalizar y justificarlo con el argumento de que un buen azote no traumatiza y es efectivo para eliminar ciertas malas conductas en los niños. Pero por experiencia propia, he de reconocer que cuando en alguna ocasión he dado un azote o una bofetada no ha sido tras una reflexión pausada que me llevara a la conclusión serena de que un azote era la manera más pedagógica de modificar una mala conducta. El miedo y la crueldad son efectivas, lo cual no significa que no haya alternativas mejores. Cuando alguna vez les he dado un azote no he pensado nada en absoluto, el azote ha salido tras una pérdida de nervios. Como adulta que soy no he sido capaz de controlar un conflicto, una situación se me ha ido de las manos y mis emociones me han desbordado, y el azote ha llegado como consecuencia de eso y no de ninguna racionalidad. Sin embargo, ¿por qué me controlo cuando me irrita cualquier otra persona y no cuando lo han hecho mis propios hijos? Supongo que, además de que los hijos tenemos una habilidad sublime para producir irritación ;-), por esa propia herencia que llevamos, la de la cultura del buen azote, la condescendencia hacia el hijo, al que no vemos como igual, sino como aspirante a igual, como a esa pequeña personita a la que proteger y de cuya educación y comportamiento somos responsables. Y una vez que los nervios se han calmado y que vuelve la razón, aparece también la culpa por ese azote, aparece el reconocimiento del fallo, el verdadero por qué, que no estaba en la conducta del hijo sino en esa pérdida de nervios, el fallo de autocontrol, la incapacidad para haber resuelto un conflicto de una forma mejor y posiblemente más efectiva que el azote ocasional, que aunque no duela humilla y hace sentir menos valorado, pero que se sobrelleva porque algún que otro azote aún se siguen llevando la gran mayoría de los niños, y eso «normaliza» la práctica, y porque además los hijos suelen ser justos y quieren y valoran y juzgan a los padres por el día a día más que por los fallos puntuales, y son nobles y de perdón fácil. Quizás dentro de cincuenta años alguien se escandalice cuando lea esto, como ahora nos escandalizamos con las historias de los reglazos en las manos de los colegios de otras infancias, y hay del profesor que hoy en día utilice prácticas de la vieja escuela. O de las lecturas de abofetear a la esposa por abandonar al marido.

Y después de todos estos por qués, las soluciones. Lamentablemente a corto plazo veo pocas formas de evitar la tragedia, tan solo que se establezcan mecanismos de protección para las mujeres que se encuentran en una situación vulnerable, porque, o bien sufran un maltrato constante y hayan decidido denunciarlo, o bien estén ante una situación de ruptura que su pareja esté siendo incapaz de aceptar.

Creo que por un lado es necesario que pasen los años, y que los niños de hoy vean cada vez de forma más aislada esa condescendencia hacia la mujer como ser débil, inferior, susceptible de poseer y aleccionar, y lo que mamen sea un trato de igual a igual. Y que en general a su alrededor vivan el respeto, y que los conflictos que se producen en su entorno se resuelvan mediante diálogo, comunicación, y, si son dentro del núcleo familiar, además con cariño. Y por otro lado, es evidente que en las escuelas aprendemos un montón de conceptos, y a ser muy productivos, y muy competitivos, y todas esas virtudes que buscan en sus legislaciones educativas los gobiernos,  pero a veces dejamos de lado aspectos tan importantes como el aprendizaje emocional. Es necesario poner nombre a lo que sentimos, -porque todos sentimos rabia, ira, miedo o tristeza- y aprender a identificar las emociones para poderlas manejar, aprender qué situaciones las desencadenan y buscar los por qués, y hablar de ello y compartirlo, y controlarlo, canalizarlo. Conocerse para poder mejorar, y sufrir menos, y hacer sufrir menos. Y sí, todo esto se educa. Sin golpes. Y lleva tiempo. El tiempo que no tienen las mujeres muertas.

6 comentarios sobre “El tiempo de las mujeres muertas

  1. Tú siempre me haces pensar y debo hacer un esfuerzo para que mis respuestas no sean tan largas como tus posts. La primer cosa que me viene a la memoria ya antes de terminar tu publicación es un libro, pilar del feminismo (¡horror de palabra!) italiano «dalla parte delle bambine» de Elena Gianini Belotti en el que analiza la proto-génesis del macho itálico (e ibérico y griego, añadiría yo). Voy inmediatamente a la conclusión de la autora que es simple y llanamente que el macho se hace y no nace. O sea que dejando a parte material genético y residuos atávico, la mayor parte de tan «esperpéntico creaturo» es sobre-estructura: lo ha respirado en el ambiente y le ha sido confirmado en casa. O viceversa. Más bien viceversa. Aquí el orden de los factores sí que altera el producto porque si sales de casa con unos buenos puntales, es bastante más difícil que estos cedan frente a la presión social, por ejemplo. A menos que no hayas nacido «defectuoso». El respeto se aprende en casa. El respeto de sí y el respeto del otro. El rol de los padres en cuanto educadores es fundamental. Si se comienza por hacer que sólo la cría y la madre sirvan y retiren la mesa, se ha comenzado mal. Una madre que no se respeta, que carece de integridad, difícilmente podrá enseñar a sus hijas el respeto de sí y a sus hijos a respetar a sus compañeras. «Hay muchas formas de violencia». Sigue una larga serie de etcéteras que no necesito especificar.
    Respecto a las medidas «correctivas» no se puede no estar de acuerdo contigo. Me atrevo sin embargo a observar, no teniendo hijos conocidos, que los padres de hoy… son los que se merecerían un par de hostias. Están creciendo una generación de monstruos que nos van a hacer sentir nostalgia de Alex DeLarge. No sé si es pasotismo o sentimiento de culpa por no pasar más tiempo con ellos que les permiten prácticamente todo, incluso las mayores insolencias en público. Yo les azotaría a todos en la pública plaza. «Como en los buenos tiempos».
    Es noticia de estos días que una «miss» italiana de veinte años, después de que su compañero le reventara el bazo a patadas, ha decidido no sólo que no le denunciará si no que «no excluye volver con él después de haberlo meditado». Aquí la educación falló en plano, en ambos casos. Pero si tuviera una sola hostia para dar, en este caso, se la daría a ella… sin dudarlo.

    1. Estoy de acuerdo contigo en que el macho se hace, y para que se haya hecho ha sido necesaria esa sobre estructura. El poso cultural. También estoy de acuerdo contigo en que la educación fundamental se adquiere en casa, pero no se puede actuar en el seno de los hogares. Sólo desde la escuela. Lo poco que desde allí se pueda corregir es lo único que se podrá corregir.
      Muy interesante y como para otro análisis dentro de este problema es tu apunte sobre el papel de la mujer en el mismo.
      En cuanto a la educación, estoy de acuerdo contigo en que en general hoy en día se nos da mal marcar los límites. Tan malo es hacerlo a palos como no hacerlo. El equilibrio entre el autoritarismo del que se huye y la laxitud predominante es difícil, si no imposible, como casi todos. Al final, es otro aspecto más de la vida en el que se da uno cuenta de que no hay guía, un palo de ciego en todo caso, el sistema de prueba y error…

      1. El rol de la escuela es fundamental, por supuesto. Ahí se refuerza lo que se apuntala en casa pero (y esto también es síntoma de nuestros tiempos) el rol del profesor como educador también ha perdido ese valor fundamental. Los propios padres se han encargado de eso.
        Un poco este post tuyo se conecta con el anterior (creo que es el anterior) en que dices que uno está mejor dispuesto a tolerar según que cosas si se manifiestan en nuestros círculos cercanos porque de otra manera nos generarían conflictos. La mayor parte de la gente tiende a evitarlos. De nuevo: no soy partidario de que la «letra con sangre entra» ni animaladas de ese calibre pero el sentido de la disciplina, del rigor, es un regalo que se hace a los pequeñajos. Aunque sea sólo para que conozcan el placer de transgredirla. Sé que esta publicación está muy conectada a la reforma de la materia de educación a la ciudadanía. Gran error, enorme error.
        PS Otro apunte macabro, siempre desde Italia: un chico de diecisiete planea el asesinato de su novia (dos años menor) a puñaladas y quema el cadáver. La madre del él lo describe como víctima. Yo le pediría su opinión a la chiquilla, pero tampoco le hemos dejado el tiempo necesario para planteárselo.

  2. Interesante tu reflexión, creo que lo positivo de conocer todos estos casos terribles de mujeres violentadas o peor aun muertas en manos de sus compañeros es que ahora hay mas difusión ,creo que es precisamente al hablar de esto como se empiezan a romper los círculos de violencia, que aun sin ser física puede ser verbal o emocional que es igual de destructiva ya que no deja marchas en la piel sino más profundas, el circulo de violencia se repite y mientras que la victima que este implícita en el no se identifique dentro de el, permitirá que pasen por encima de su persona llevándola incluso a la muerte, de ahí la importancia de que se hable de ello,y que la mujer entienda que ella no es la que causante de esa ira,Debe quererse y respetarse a si misma , saber que hay otras mujeres que lo han padecido y han salido de esa situación, es difícil,lo se, pero resulta sorprendente para mi platicar con otras mujeres y ver como en menor o mayor grado han sido o son victimas de algún tipo de violencia, influye todo, la familia, la religión, la educación ,los roles sociales que le hacen jugar a la mujer… Hay que romper el silencio : Las Mujeres y los Hombres deben saber que cualquier tipo de violencia no es normal ni hay que tolerarla de ninguna manera.En cuanto a los niños parece que nos toco ser la generación obediente, obedecimos a nuestros padres y ahora obedecemos a nuestros hijos, yo creo que hay ocasiones que aun sin ira los niños merecen una buena nalgada a mano limpia sin por ello humillar ni lastimar, los niños son muy inteligentes y le toman a uno la medida si uno no es firme en su educación, aunque en ocasiones uno quiera evitar una perreta hay que respirar y continuar firme con la disciplina, Bueno este tema da para mucho, sigamos hablando de ello.

    1. Estoy de acuerdo en que un trabajo muy importante es el de restaurar la autoestima y la propia valía. En muchas relaciones en las que existe sufrimiento, y maltrato físico o psicológico, se han establecido unos roles de víctima y verdugo, sensaciones de «merecimiento de un determinado trato» por ambas partes, y círculos viciosos de dependencia difíciles de romper. Algunas mujeres no quieren denunciar por miedo, pero otras porque están convencidas de que sin esa relación no son nadie.
      En cuanto a la violencia que no es física, hay también muchos hombres que la sufren. Como tú dices, unos y otros deberían saber que la violencia no es normal, y no se debería tolerar. Si no nos valoramos ni nos respetamos a nosotros mismos no podremos valorar a otros, ni nos sentiremos dignos de recibir ese respeto o ademiración de otras personas. Con autoestimas destruidas existen muchos riesgos de que una relación de pareja se transforme en una relación de dependencia que destruye y genera sufrimiento. Y con autoestimas destruidas es mucho más complicado ponerles fin. Todo un círculo vicioso. Sí que da para mucho. Es un tema muy complejo. Saludos y gracias por participar en este intercambio.

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