La dimensión paralela

No sé cuándo comencé a traspasar la frontera. Quizá cuando la pradera se convirtió en oficina.

No lo hacía de forma consciente, simplemente, de pronto, no estaba allí, en mi puesto. Dejaba de escuchar comentarios molestos, dejaba de hacer tareas monótonas, dejaba de ver rostros de expresión lectiva, dejaba de escuchar el hilo musical. Lo dejaba todo.

En mi dimensión paralela soy libre. Libre para estar en el lugar que quiero, con las personas que quiero, libre para elegir las melodías de mi cabeza, las palabras, y todo lo que elijo es bonito, y es en color, o en sepia, o en blanco y negro. Pero jamás es gris.

Sin embargo siempre hay algo que me hacía volver a la oficina, una sonrisa, un comentario cómplice, una mirada, un café… siempre algo bonito, las cosas que la convierten en pradera.

El día en que me di cuenta de que era más frecuente el tiempo que permanecía en mi dimensión paralela que aquello que me hacía volver de ella, supe que me tendría que ir.

Y no voy a echar de menos. Porque tengo esa suerte de escapar de las leyes del tiempo y el espacio, y podré volver a la pradera, ingrávida. Y cuando lo haga procuraré reírme fuerte, para que quienes no están acostumbrados a traspasar la frontera, puedan oírlo, y se den cuenta de que, aunque lo parezca, cuando miren hacia mi sitio, no estará vacío.

Es lo bueno de tener una dimensión paralela.

Las señales

El otro día quedé con mi amiga Ariadna, y nos sentamos en una terracita. Pedimos un par de cervezas y nos pusimos a hablar. Hasta ahí todo normal en una tórrida tarde de agosto. Pero entonces llegó el viento, y con él una lluvia de flores blancas. Flores en el pelo, en la mesa, dentro de nuestras cervezas. Nos mirábamos incrédulas. Demasiado romanticismo para ir con una amiga. Tratamos de olvidarnos de las flores que adornaban la escena y seguir con la conversación. Pero entonces llegó el acordeonista con el acordeón, y la música parisina, y las flores cayendo y…  «menos mal que no hemos venido con un maromo, porque si no seguro que lo habríamos interpretado como una señal». Eso dijo Ariadna.

Las señales… me quedé pensando en esa afición nuestra de buscar señales externas para sustentar nuestras decisiones. ¿Será este el hombre/mujer de mi vida? ¡Claro! Es imposible que no lo sea, si ha caído una lluvia de flores mientras hablábamos, si a ambos nos gusta el café con dos azucarillos, si el color favorito de ambos es el azul, si ha salido el sol justo el día que hemos quedado para pasear… Y no se nos ocurre plantearnos que las señales no son señales, son casualidades, pero que nosotros estamos dispuestos a convertirlas en señales con tal de que el mundo nos diga lo que nosotros queremos oír, y es que la persona que tenemos delante es quien nosotros queremos que sea para nosotros.

Me pregunté por qué  si nosotros en el fondo ya estamos emitiendo señales desde dentro  necesitamos no obstante buscarlas fuera convirtiendo casualidades.  Pues supongo que porque tomar decisiones es difícil, porque necesitamos certezas, y porque tenemos miedo. Miedo a equivocarnos y miedo a arriesgar. Y a lo mejor es más sencillo justificar una elección así: «No, oye, que yo me pasaba el día entero pensando en el maromo/a en cuestión, pero la lluvia de flores fue determinante». Y ya lo imagino, en el caso de salir mal, unos meses más tarde. «Putas flores». Porque oye, cuando nos ponemos a lanzar balones fuera, también solemos ser únicos. Y pudiendo culpar al acordeonista, al viento de agosto, a los azucarillos del café, o a la canción del verano, para qué nos vamos a plantear otra cosa. Aunque ahora que lo pienso  siempre hay otro gran candidato a ser el /la culpable: el maromo/a en cuestión. Porque siempre necesitamos culpables, ¿por qué? Bueno,  esa es otra historia.

El caso es que, así de sopetón, no le largué a mi amiga toda esta bola, que bastantes ladrillos me estaba aguantando ya esa noche, y me limité a un simple «quizá haríamos mejor haciendo caso a las señales que vienen del interior». Pero éste a fin de cuentas es mi espacio, que se llama reflexiones -lo que ya da un serio indicio de que lo que se va a encontrar uno son ladrillos-, y quien se aburra puede tranquilamente dejar de leer (que siempre resulta menos violento que levantarse de una terraza e irse, ventajas del anonimato).

Ni qué decir tiene que nosotras esa noche obviamos las señales externas. Y no sólo no  nos juramos amor eterno,  sino tratamos de sacudirnos el romanticismo que nos brindaba la noche repeliendo la lluvia que dejaba residuo en los vasos, nos lastimaba los ojos, y ensuciaba los platos.  Putas flores.

Bienvenidos a los cuentos de La Taberna del Escocés.

Hace casi dos años que comenzó a gestarse el proyecto de La Taberna del Escocés, con el que llevo trabajando desde entonces.

Eme Navarro se dirigió a unas cuantas personas que participábamos en un pequeño taller de escritura, y nos preguntó si querríamos escribir una historia. Una historia de perdedores, una historia que pudiera inspirar un blues, una historia que pudiera inspirar un cómic, una historia que se desarrollara dentro de una taberna que sería su nexo de unión y el destino de sus protagonistas, como seres que encarnan el fracaso.

De modo que varias personas nos pusimos manos a la obra, y escribimos doce relatos.

A raíz de los relatos, Eme Navarro formó una banda, seleccionando a los mejores músicos, y compusieron doce temas inspirándose en cada uno de ellos. También contactó con una serie de dibujantes, que se encargaron de hacer la historia gráfica. Por último, otra serie de artistas se ofrecieron a representar en una sola viñeta cada una de las historias, y con ellas ilustraron una camiseta.

Y por fin ha llegado el momento de que todo esto vea la luz. Hoy comenzamos la publicación de esta obra multidisciplinar, con licencia de dominio público, en la que hemos colaborado más de 30 artistas. La publicación durará un año, un mes para cada historia. El primer lunes expondremos  relato, el segundo la canción, el tercero el cómic, y el cuarto la viñeta. Y todo ello estará con total disponibilidad de descarga. El resto de los días enseñaremos el contenido extra, el cómo se hizo, los bocetos, impresiones de los autores, b-sides…

Durante  este tiempo he disfrutado con todo. He disfrutado escribiendo relatos. He disfrutado con los cientos de mails con lecturas y reescrituras que supuso el trabajo de edición -chicos, no imagino un equipo mejor-.  He disfrutado con las reuniones, con las pintas, con las risas y con las discusiones. He disfrutado conociendo a tantas personas, admirando su trabajo y su talento, aprendiendo con ellos, emocionándome con ellos y viendo cómo entre todos, poco a poco, este proyecto tomaba cuerpo.

Y sin duda, admiro la fe inquebrantable de Eme. Que tuvo una idea, y creyó en ella, y no dudó un solo segundo de su potencial, y la convirtió en un sueño, y ha peleado por él con entusiasmo y con pasión, contagiándonos a todos, y haciéndolo cada día más grande. Y hoy, por fin, se hace realidad.

En el momento de comenzar con la publicación de Los Cuentos de La Taberna del Escocés, sólo puedo decir que me siento feliz.

A todos mis compañeros, muchas gracias. A todos los que nos queráis acompañar durante los próximos doce meses para descubrir esas doce historias contadas a través de tantas disciplinas, muchas gracias.

Bienvenidos, y adelante.

La Taberna del Escocés

Los cuentos de La taberna del Escocés
Los cuentos de La taberna del Escocés