Proceso de desintoxicación del league of legends

Lo que más odio de tener que reconocer que me he equivocado es haberme equivocado. Porque normalmente no me formo opiniones ni actúo, ni adopto una filosofía de vida al azar. No he tirado una puñetera moneda al aire y esperado al cara o cruz. Si pienso de una determinada forma sobre algo es porque, después de haber analizado y estudiado con mucha profundidad, creo que es la mejor forma de pensar. Hasta que llega el método del prueba y error y me demuestra lo segundo, mi puto error. Y más aún cuando se trataba de una apuesta importante. Como el estilo educativo con un hijo de catorce. Y más aún cuando lo que yo quería que fuese la realidad era algo bonito, y había coleccionado cientos de discursos, tan bonitos como mi fé, de grandes pedagogos, psicólogos, sociólogos, filósofos, y adoptado sus argumentos y sus nubes rosas. Y me he empapado de un discurso victimista acerca de lo mucho que sufren los niños de hoy en día, que si un sistema educativo desmotivador, que si una metodología mediocre, que si no se tiene en cuenta sus sentimientos, bla bla bla. Que si la empatía, el diálogo, y el consenso. Y he empatizado, hablado, comprendido, respetado, argumentado, ayudado, motivado, dialogado, preguntado, criticado, reconvenido, explicado, advertido, argumentado, solicitado opinión, re-advertido, amenazado. Una vez que no queda ya un resquicio de autoengaño al que acudir, ni victimismo con que exculpar, ni confianza que otorgar, queda oficialmente inaugurado el imperio del terror.