Librería Burma, o el hijo.

Hoy he quedado con mi amiga Raquel para tomar un desayuno, y lo cierto es que de la mañana de hoy podría llenar una decena de artículos. Con Raquel siempre pasan cosas, porque es una de esas personas que interactúan mucho con todo lo que hay a su alrededor. Yo soy más cobardica, y me quedo en la observación. Pero ella, tras observar, interactúa.

El caso es que después del café entramos en una librería y ella me enseña una revista que hace una antigua compañera suya, y el librero nos pregunta que si la conocemos, pues sí, y entonces Raquel entabla una conversación con él,  mientras ella interactúa yo observo -escucho- mientras miro libros de relatos, y el librero cuenta que abrió en 2010, y que adora su librería, pero que ni su socia ni él han cobrado un sueldo, que sólo les supone dinero y tiempo. Es como un hobby caro, digo yo -que por fin me atrevo a decir algo- y él me contesta -es más bien como el hijo que no tengo. Los hijos necesitan tiempo y dinero,  yo tengo una librería. Raquel le pregunta muchas cosas. Y él le cuenta. Y está encantado de contar. Raquel le explica el por qué escogería ese libro antes que aquella revista, él le habla de las autoras del mismo, que van personalmente a llevarle los ejemplares para vender. Tiene autores clásicos, pero también noveles, autoeditados, una sección de autoras, organizan talleres, actividades, coloquios… ¿Y los talleres qué tal van? le pregunta Raquel. Cuesta trabajo, contesta él, poca gente quiere hacerlos porque poca gente quiere comprometerse, ni con talleres cortos. Yo en ese momento he vuelto a mi rol de observadora. Si fuera menos cobardica, le habría preguntado por su nombre y por su historia.

Nos habló de otra librería que había abierto más abajo, y que había empezado a transformarse en tienda de vinilos. Igual que entendía el amor por los libros entendía el amor por los vinilos. Hablamos de la magia de las portadas, y del sonido de la aguja posándose en el disco, y hablamos de la magia de sentir el papel entre las manos. Nos contaba estupefacto que había quienes entraban a mirar cómics y decían que los habían leído en sus terminales móviles. ¿Pero cómo es posible que alguien pueda disfrutar un cómic en la pantalla de un móvil? Un libro en papel se puede subrayar, se pueden doblar las esquinas, se puede tocar, se puede oler, se puede prestar, dije. Y contestó, «eso, ¡prestar!, los libros deben circular» .

Y yo pensé que ojalá el librero valiente pueda sostener a su hijo mientras éste lo necesite, y que un día pueda vivir de él. El librero ama su librería. Y eso marca la diferencia.

http://www.libreriaburma.es/

 

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Canto cósmico

Y así uno no es si no es diálogo.
Y así pues todo uno es dos
o no es.
Toda persona es para otra persona.
¡Yo no soy yo sino tú eres yo!
Uno es el yo de un tú
o no es nada.
¡Yo no soy sino tú o si no no soy!
Soy Sí. Soy Sí a un tú, a un tú para mí,
a un tú para mí.
Las personas son diálogo, digo,
si no sus palabras no tocarían nada
como ondas en el cosmos no captadas por ningún radio,
como comunicaciones a planetas deshabitados,
o gritar en el vacío lunar
o llamar por teléfono a una casa sin nadie.
(La persona sola no existe.)
Te repito, mi amor:
Yo soy tú y tú eres yo.
Yo soy: amor.

* Cantiga 2, de Cántico cósmico. (N. del E.)

Ernesto Cardenal

El miedo a la libertad II.

Libertad y espontaneidad

«La libertad positiva consiste en la actividad espontánea de la personalidad total integrada.

La actividad espontánea es el ejercicio de la propia y libre voluntad. Una de las premisas de esta espontaneidad reside en la aceptación de la personalidad total y en la eliminación de la distancia entre naturaleza y razón; porque la actividad espontánea tan sólo es posible si el hombre no reprime partes esenciales de su yo, si llega a ser transparente para sí mismo y si las distintas esferas de la vida han alcanzado una integración fundamental.

Los niños pequeños ofrecen un ejemplo de espontaneidad. Tienen la capacidad de sentir y pensar lo que realmente es suyo: tal espontaneidad se refleja en lo que dicen y lo que piensan, en las emociones que se expresan en sus rostros. Atraen profundamente a cualquiera que no esté tan muerto como para haber perdido la capacidad de percibirla.

Muchos de nosotros podemos percibir en nosotros mismos por lo menos algún momento de espontaneidad, momentos que, al propio tiempo, lo son de genuina felicidad.. Que se trate de la percepción fresca y espontánea de un paisaje o del nacimiento de alguna verdad como consecuencia de nuestro pensar, o bien de algún placer sensual no estereotipado, o del nacimiento del amor hacia alguien…. en todos estos momentos sabemos lo que es un acto espontáneo y logramos así una visión de lo que podría ser la vida si tales experiencias no fueran acontecimientos tan raros y tan poco cultivados.

El amor es el componente fundamental de tal espontaneidad: no ya el amor como disolución del yo en otra persona, no ya el amor como posesión, sino el amor como afirmación espontánea del otro, como unión del individuo con los otros sobre la base de la preservación del yo individual.

El otro componente es el trabajo como creación, en el que el hombre, en el acto de crear, se unifica con la naturaleza.

El yo es fuerte en la medida en que es activo. Lo nuestro es solamente aquello con lo que estamos genuinamente relacionados por medio de nuestra actividad creadora, ya sea el objeto de una relación una persona o una cosa inanimada.

La incapacidad para obrar con espontaneidad, para expresar lo que verdaderamente uno siente y piensa, y la necesidad consecuente de mostrar a los otros y a uno mismo un pseudoyó, constituyen la raíz de los sentimientos de inferioridad y debilidad. Seamos o no conscientes de ello, no hay nada que nos avergüence más que el no ser nosotros mismos y, recíprocamente, no existe ninguna cosa que nos proporcione más orgullo y felicidad que pensar, sentir y decir lo que es realmente nuestro.

Cuando el individuo logra vivir no ya de manera compulsiva y automática, sino espontáneamente, entonces sus dudas desaparecen. Es consciente de sí mismo como individuo activo y creador y se da cuenta de que sólo existe un significado de la vida: el acto mismo de vivir. »

El miedo a la libertad.

Erich Fromm

La raíz de todo

Hoy, en la asamblea de padres del cole, han ocurrido dos cosas que me han gustado. No, gustado no, lo siguiente.

La primera de ellas es que en el turno de ruegos y preguntas ningún progenitor ha levantado la mano. Nadie. Eso podría llegar a valorarse como un acontecimiento paranormal, milagroso.

Pero la importante ha sido la segunda: el lema que han elegido para este año, justificado de la siguiente forma:

La justicia, sin amor, nos hace duros.
La inteligencia, sin amor, nos hace crueles.
La amabilidad, sin amor, nos hace hipócritas.
La fe, sin amor, nos hace fanáticos.
EL deber, sin amor, nos hace malhumorados.
La cultura, sin amor, nos hace distantes.
El orden, sin amor, nos hace complicados.
La amistad, sin amor, nos hace interesados.
La responsabilidad, sin amor, nos hace implacables.
La vida, sin amor, no vale nada.

El lema es «la raíz de todo en el corazón«. Siempre me ha parecido un camino bonito por el que andar. De hecho, el mejor. El amor no es un lema, es toda una filosofía de vida.

Lo que da sentido, por Quevedo

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido:

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

Francisco de Quevedo