No lo entiendo.
Es una frase vacía, una frase que escribí para colaborar.
Me trae la hoja y la miro antes de examinarlo. Tengo que hacerlo con la hoja en la mano. De lo contrario no puedo comprobar si lo sabe porque yo tampoco lo sé. Recuerdo hace años en el colegio. A juzgar por mi expediente académico entonces sí lo sabía. Y rellenaba mapas mudos. Pero nunca he conseguido mantenerlo en mi cabeza mucho tiempo. Si quieres ganar al trivial no hagas equipo conmigo.
Miro la hoja y empiezo por las fáciles. Capital de Francia, capital de Alemania, de Portugal, de Reino Unido, Italia, Grecia, Finlandia, Suecia, Países Bajos… Sigo pasando por la lista con curiosidad: Eslovenia, Montenegro, Azerbaiyán. Miro sus capitales. No es que no cayera en ese momento, es que me da la impresión de no haber leído esos nombres jamás. Liubliana, Podgorica, Bakú. Me aferro fuerte a la hoja, pero no hago tampoco ningún esfuerzo por ocultar al niño que estoy comprobando que sabe cosas que yo desconozco por completo. No puedo evitar por un momento caer en la ingenuidad de pensar que ante mí tengo la oportunidad de aprender lo que no aprendí en su día, de ser una cotizada compañera de trivial o de concursos televisivos. Aunque en realidad no entienda muy bien la importancia de retener en la cabeza datos y más datos así sin más, para ganar al trivial, o para aprobar sociales.
El otro día recibí una convocatoria a modo de correo electrónico para participar en una iniciativa de las magadalenas. Consistía en escribir una frase con un máximo de 140 caracteres y el hashtag #te vi. Todo el mundo ha visto a alguien en el metro, se ha enamorado de alguien, hubiera querido decirle algo a alguien, pero no se ha atrevido. Pues eso.
El caso es que estuve pensando. Yo no me he enamorado nunca de nadie en el metro, puede que alguna vez alguien me llamara la atención, no lo recuerdo, y no siento, por tanto, necesidad alguna de mandar ningún mensaje. Durante años he utilizado el metro para ir a trabajar, y a pesar de los dos trayectos diarios, no soy capaz de rescatar un recuerdo que encaje. Sí he visto cosas que me han gustado, que me han emocionado. La pareja aquella en el andén, un señor y una señora ya mayores, caminando cogidos de la mano, por ejemplo. Pero no quise decirles nada. Y ahora tampoco. Me lo dijeron a mí. Les hice una foto. Yo creo que eso ha ayudado a anclarlo. A lo mejor debí haber hecho fotos de Podgorica, de Minsk, de Vilna, de Vaduz. O haber escrito sobre ellas. El recuerdo tiene sus mecanismos. El caso es que el único recuerdo que me venía nítido era el de un músico que tocó una vez en el vagón.
Y recuerdo a ese y no a otros. No recuerdo su cara, ni lo que tocó, ni su sonrisa. Pero sé que sonrió. Lo sé porque lo que recuerdo es el efecto que produjo en mí. Ese día yo había entrado en el vagón vencida. Y la sonrisa y el optimismo de ese hombre me devolvieron la esperanza. Recuerdo que salí con la determinación de levantar las ruinas. Hoy he estado rebuscando en esa época, porque yo juraría que te había hablado de él, pero no fue un correo electrónico, fue aquí. No lo recordaba.
Seguro que este señor no tiene ni la menor idea de que hay por ahí una chica que no recuerda las capitales a pesar de sus esfuerzos reiterados, pero que lo vio sonreír un día tocando en un vagón de metro, y recobró la fe, y lo recuerda.
Así que, pensándolo bien, en realidad no era una frase vacía. Y para escribir esto, he tenido que volver a buscar en google el listado de países y capitales.