Supervivientes I.

La otra noche estábamos en el sillón con la ventana abierta. Ya desde que trajinaba en la cocina haciendo la cena lo había escuchado. Gritos y algarabía cada cierto tiempo. Qué bien se lo pasan, pensé. Después de cenar seguían los gritos y vítores intermitentes.-¿Juega españa? pregunté.-No, la roja jugó por la tarde y ganó 3-0.-Pues parece el jaleo de un partido de fútbol. -Creo que juega Brasil.

Yo los escucho de la misma forma que cuando en el pasado escuché los gritos por las victorias de la selección española, o como cuando miro las noticias el día del sorteo de la lotería de navidad sin que me haya tocado. Me pone contenta ver a la gente tan desbordantemente feliz. Pero ajena a esa felicidad.

Suena otro griterío ensordecedor que indica gol.

No lo entiendo. Ni siquiera en la final de la Champions hubo semejante ambiente de fiesta. Y es la noche en la que la selección vuelve a casa. ¿Qué puede estar pasando? ¿Por qué este ambiente tan festivo? Miro por la ventana, hay unos chavales en el jardín que de ninguna manera pueden ser los autores de los gritos de modo que no les puedo preguntar. También compruebo que continúo en mi barrio y no me he teletransportado a Río sin querer. Entonces empiezo a darme cuenta de la trascendencia de que España no haya pasado a octavos, que, como no aficionada al fútbol, había pasado por alto. Unos mundiales son, para los aficionados, la excusa perfecta para quedar con amigos con frecuencia para ver a su equipo (que por una puñetera vez suele ser siempre el mismo para todos), para pertrecharse de una equipación oficial que les ha costado un congo, pero es que la ocasión lo merece, y colonizar las terrazas de la ciudad en las horas en las que más a gusto se está, empapándose de cerveza, atiborrándose de bravas con un televisor enfrente, y desgañitar a coro en un despilfarro de adrenalina que compensa los sinsabores del rigor invernal. Pura amistad, pura emoción colectiva, una excusa legítima para dejar el puesto de trabajo a deshoras, a los niños con los abuelos, las obligaciones para otro rato, los problemas de lado, y encontrarse con los amigos a los que cada vez se frecuenta menos. Porque cualquier otra excusa es susceptible de crítica y juicio. Pero si el motivo es que juega la selección, entonces la comprensión es unánime y universal. La mujer lo entiende, el marido lo entiende, los hijos lo entienden, los jefes lo entienden, el casero lo entiende, el director de la sucursal bancaria lo entiende, Montoro lo entiende. Y resulta que tantas esperanzas de felicidad depositadas en este evento, que ocurre tan solo una vez cada cuatro años,  y va la selección y se va fuera al segundo partido. ¿Y qué queda entonces? ¿Resignarse y continuar con la existencia en su faceta más cruda mirando en el telediario y demás prensa deportiva  cómo los aficionados de otras selecciones, por el mero hecho de haber nacido en otro país, disfrutan de esas mieles que tan pronto se nos han negado a estos pobres españoles?

Supongo entonces que la respuesta de los emisores de estos enfervorizados gritos fue un no. ¿Solución? Sencilla, cambiar de selección. Pedirse una que vaya a pasar a octavos. Comprarse las equipaciones, -eso sí, esta vez en el mercadillo- quedar con los amigos, abarrotar las terrazas, beberse toda la cerveza del mundo y gritar de euforia y de emoción cada vez que Brasil marque. Porque esta noche somos de Brasil a muerte. A ver si se van a creer que por el mero hecho de que la roja haya perdido nos vamos a quedar sin las anheladas endorfinas. Teniendo tan fácil arreglo. Con la gran ventaja de que cuando uno se ha quitado de encima el lastre de la lealtad y ha cambiado de equipo, uno ya puede cambiar tantas veces como sea necesario con tal de llegar a la final del Mundial y exprimirlo al máximo. Y de ganarlo. Oh, sí, ganarlo.

Examino mi teoría y me parece perfectamente posible. Al fin y al cabo, el ser humano es un superviviente.

4 comentarios sobre “Supervivientes I.

    1. Nunca se sabe, en lo impredecible también está el encanto: ayer iban con Argelia….Yo las pasiones futbolísticas las analizo desde fuera. Pero al ser irracionales no se dejan fácilmente. Pasiones, no hay quien las entienda 🙂

  1. De hecho ayer, según venía por la autovía de Castilla, estaba escuchando, más bien oyendo, la radio y los comentaristas hablaban de «vamos ganando», cuando Méjico le metió un gol a Holanda, a rey puesto rey muerto, o al revés, qué más da.

    Lo mejor sería hacerte del equipo que vaya ganando, ir cambiando las veces que haga falta.

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