Me gusta mirar lo que dicen los objetos, las historias que cuentan, o lo que de rastro humano queda en ellos. Estar sentada en una cafetería y quedarme mirando una mesa vacía, con tres tazas de café, un plato lleno de migas y una servilleta con un mapa pintado a mano. No son más que objetos, pero son un testimonio efímero de un encuentro entre tres personas que hablaron, que estuvieron allí compartiendo, y, lo del mapa… lo del mapa casi me hace saltar de alegría, que hoy nadie sacara un teléfono móvil con su GPS, ni una tableta, ni ningún cacharrito electrónico tan bonito y tan moderno, y que alguien, para mostrar el camino, usara una servilleta de papel y un boli de tinta, y que con sus propias manos lo dibujara. Quién dibuja
Me gusta mirar los objetos y lo que dicen. A veces les hago fotos.
Ando, y los objetos con rastros me piden que les mire. Como las coladas. No puedo evitar mirarlas, las coladas. La ropa tendida sin ningún pudor en los balcones de los barrios generalmente humildes. Y en medio de un amasijo de hormigón o ladrillo visto, aparecen imponentes, colgadas por pinzas, las sábanas donde sueña un niño, y unas bragas feas, y el jersey del trabajo, y la camisa de la suerte, y son una muestra de que ese horrible bloque de hormigón esconde dentro unos seres que viven, y sueñan, y lloran, y cuidan de otros, y discuten, y se aman, y sufren, y hacen -en fin- las cosas que hacemos los pequeños humanos al vivir. Recuerdo al escribir esto a mi amigo César, cuando la última vez que hablamos me decía que pensaba que nosotros los humanos, como especie, mirados desde fuera, resultábamos bastante absurdos, pero graciosos al fin y al cabo.
El caso es que, últimamente, me he dado cuenta de que en los objetos, en lo inerte, en lo que nos rodea, quedan muy pocos rastros de amor. Quizás sea por el mismo motivo por el cual cada vez hay menos coladas, por el pudor. De hecho, creo que yo nunca colgaría mi ropa mojada por mucho que el gesto humanizara el amasijo de ladrillos y cemento donde vivo. Por pudor. Y si lo hiciera,mis vecinos me denunciarían por daño estético. La estética de esconder todo aquello que da muestras de lo humano, y de preservar lo inerte de los objetos.
Y quizás, como está mal visto el reírse a carcajadas, besarse, abrazar, o llorar en público, -exceptuando a los niños, y quizás por eso nos guste mirarlos, ya sean propios o ajenos, porque no se les ha arrebatado aún la naturalidad-. A mí me maravilla. Y el amor quizás no sea una excepción, y como se ama poco, y menos en público, nada pueden decir los objetos de ello. Y así, apenas hay corazones marcados en los bancos, ni en los árboles, ni apasionadas declaraciones en la soledad de la puerta de los baños públicos, ni en las pintadas de las paredes, ni en los carteles pegados en las fachadas donde está prohibido y de cuya infracción responde la empresa anunciadora. No hay casi nada. Casi nada habla de amor.
Me resisto a pensar que se nos haya olvidado. Es quizá lo único con sentido que hacemos los pequeños humanos. O quizás sólo lo escondamos, por pudor…
Creí que era yo sola quien se fijaba en esos detalles. Pero ya veo que existe quien, ademas, lo cuenta. Enhorabuena, Patricia.
Es maravilloso cuando nos sentimos únicos pero también cuando nos damos cuenta de que no somos solos. Muchas gracias, y bienvenida, Ana.
Querida en París esta prohibido sacar la ropa a secar en el balcón, de ahí esa costumbre de tener la bañera llena de ropa secando .. Y el puente de Notre Dame que queda más cerca de mi casa se ha convertido en estos últimos años ( desde que no lo frecuento, digos diez años) en un lugar lleno de candados que sellan el amor eterno y que la gente creen que trae suerte , una leyenda urbana reciente y copiada de no sé qué puente en Italia. La verdad es que contrariamente a tus mensajes de amor eso me parece casi como la fiesta de san Valentin inventada por los grandes almacenes. Me gustan en cambio los mensajes de los cuartos de baño si me hacen reír y sobre todo por su lado melancólico . Bss
Bonita reflexión, aunque no estoy del todo de acuerdo. Justo debajo de mi balcón alguien pintó unas palabras de amor a su novia por el día de su cumpleaños (no eran para mí, pero no siento envidia por ello; personalmente, semejante declaración pública de afecto me habría causado ese pudor del que hablas), además de decenas de pintadas en la misma linea en las fachadas, bancos y farolas que me cruzo a diario. Cada vez que veo una de esas pintadas pienso: ¿seguirán juntos? Es cruel, lo sé, pero no puedo remediarlo.
No dejes nunca de observar esos pequeños detalles. Seguiré pasando para leer sus historias.
Muchas gracias. Cerca de uno de mis barrios hay escrito en una fachada «nenita, has tenido un buen día?» A mí me daría una vergüenza espantosa que hubiera sido escrito para mí, pero no obstante, me conmueve, como las coladas. Yo veo algunos, pero muy pocos. Un abrazo.