No soy periodista

Aún no han llegado las navidades y ya me han estado proponiendo hoy posibles propósitos para el nuevo año. Debe ser esto del espíritu propio de estas fechas, que la gente se vuelve tan generosa que, en lugar de invertir su tiempo en pensar en cómo mejorar su vida,  lo hace en darle unas vueltas a la mía. Que el año que viene debería dejar de fumar, que debería ser mi propósito para el nuevo año. Lo sé, como propósito muy original no es. No se han roto la cabeza, o quizás es que no se le puede pedir imaginación a todo el mundo, pero después de todo tampoco es cuestión de estar poniendo pegas.

 Yo es que no soy muy de tener propósitos en determinadas fechas del año. No me propongo ir al gimnasio, ni estudiar inglés, ni hacer dieta,  ni mucho menos dejar de fumar. En realidad no suelo hacerme propósitos de ese tipo, y menos aún en las fechas destinadas al efecto. Yo pensaba que era un tópico para rellenar programas de radio, pero que las personas no necesitaban esperar a que se terminara el verano o el año para iniciar proyectos. Ni que esos proyectos tuvieran que ser siempre los mismos. Para todos. Todos los meses de septiembre y enero, de todos los años, como un argumento de El día de la Marmota. Insisto, yo pensaba que eso era algún tipo de invención televisiva o radiofónica… mediática en cualquier caso.

Claro, que lo bueno de llevar a cabo un propósito es que puede servir para cumplir con el otro trámite pendiente de fin de año, que es el ejercicio de hacer balance, y lo que es más importante, aprobarlo. Imagina, dejo de fumar este año que viene gracias a un propósito regalado y además de dejar de comprar papeletas para mi cáncer de pulmón, a la hora de buscar las cosas buenas para colocar en el lado de las cosas buenas de la balanza obligatoria de final de año, ya tendría ese hito: dejé de fumar.

Pero quizás por el hecho de que no me hago propósitos, y que los regalados me son ajenos, no hago balance tampoco a final de año. Porque al final, ¿qué es hacer balance? Buscar entre los recuerdos cosas buenas y cosas malas, y ponerse a contar, o a pesar. Y claro, después de un año sólo surgen los recuerdos llamativos y grandes. Y a veces los años no te dan -para bien o para mal- sucesos llamativos o grandes. ¿Y entonces? ¿Entonces te quedas en blanco? Yo en un año me quedo en blanco. Pero para el día a día tengo el reconocedor de las cosas buenas, y el de las malas. Y reconocerlas en el momento presente, y no tener que esperar a un día concreto para poder identificarlas cuando ya son sólo son recuerdos, es maravilloso. Aunque quizás sean cosas poco llamativas, pequeñas, insignificantes incluso, y no rellenen un especial 2012, sólo un día en la vida. Claro, ahora entiendo por qué no soy periodista.

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