Recuerdo de un fin de semana de verano…

Ayer, una llamada de teléfono me trajo a la memoria un fin de semana del pasado verano.  Llevábamos meses preparándonos para la convocatoria de subvenciones de la Comunidad de Madrid para ayuda al desarrollo. Nieves había estado yendo a unos cursos acerca de cómo preparar la memoria, hablando  de nuestro proyecto, y pidiendo consejo acerca de cuánto podíamos solicitar teniendo en cuenta nuestra mínima estructura como Asociación. Ya teníamos cosas listas, un esquema, redacciones de otras subvenciones solicitadas, un proyecto técnico…. de modo que cuando por fin la CAM convocó las ayudas, sin demasiado margen de tiempo, pensamos que no quedaba mucho por hacer. César, Diana y yo nos ofrecimos a preparar la memoria, y quedamos un fin de semana.

Recuerdo que César llegó provisto de gominolas como para  provocar caries en la boca más sana, y con esto, cafés, cocacolas, tres portátiles y varios pen drives, comenzamos el reparto de tareas.  Recuerdo muchas risas, muchos debates, y muchas bromas. Recuerdo que ya era de noche y nos habíamos quedado sin luz, y que aún faltaba mucho. Y que volvimos a la carga con otras muchas horas que se pasaron volando al día siguiente. Y sobretodo recuerdo que, a pesar de mi escepticismo en cuanto a que consiguiéramos un solo euro de los que pedíamos para el proyecto del hogar en Dar es Salaam o para el microproyecto de la escuela siendo tan pequeños como somos, pensé que sólo por lo bien que me había sentido trabajando hora tras hora en ese equipo, todo ese esfuerzo ya me había merecido la pena. Y una vez que todo eso quedó presentado dejé de esperar nada más.

Ayer, una llamada de teléfono me trajo la euforia incontenida de César. Nos han concedido el microproyecto, la CAM, ya tenemos escuela!!!!!! Era el único aprobado en zona de cooperación considerada como no prioritaria, y uno de los únicos cinco microproyectos concedidos.  De momento me quedé un poco fría, sin saber muy bien cómo reaccionar.  Después, poco a poco, me di cuenta de la importancia que tenía. De que no era tan sólo financiación para una escuela para niños sin recursos en África. Es sobretodo una señal más que indica que los límites nos los fijamos nosotros, y que el hacerlos más grandes es responsabilidad y trabajo de cada uno. Es una señal más de que lo posible es infinito.

La avidez

Dice mi madre que una de las primeras frases completas, con su sujeto y su verbo, que empecé a decir, fue “yo solita” (bueno, con verbo elíptico…). Supongo que esa avidez por ganar autonomía tiene en común con lo que soy ahora, y con lo que he sido siempre,  precisamente la avidez.

Hay niños que son felices de ser niños. Incluso los hay que se obstinan en no dejar de serlo. A mí ahora eso me inspira cierta ternura, pero por aquellos entonces yo no era capaz de entenderlo. A mí la infancia me agotaba, porque limitaba mi mundo a un entorno demasiado pequeño, que me impedía vivir cosas verdaderamente emocionantes, como todas esas que leía en los libros. Y yo tenía unas ganas de vivir todo eso que apenas podía contenerme. Yo quería salir sola a la calle, conocer gente, vivir aventuras, enamorarme, ver mundo, experimentar. Sin la cómoda protección que es la familia.  Yo solita. Pero me tenía que conformar con estar recluida en mi pequeño y seguro mundo formado por mi casa, la urbanización y el colegio. Y con pasar mis días con la gente que había allí, que estaba muy bien, pero que era siempre la misma. Así que la única opción que me quedaba era esperar que el tiempo pasara muy deprisa, porque la espera era interminable, y mientras tanto, inventarme un montón de cosas que me gustaría vivir, y trasladarlas a los juegos, a  fantasear y a  soñar despierta… y por supuesto, a leer.

Una vez, tras lamentarme de mi vida, pues  tenía ya doce años y no me había pasado nada en la vida, mi padre, preocupado, amenazó con censurarme las lecturas… No me extraña…

Y absolutamente de nada sirvió que mi madre me dijera, una y otra vez, que todo tiene su momento, que no corriera tanto, y que llegaría el día en que viviría todo eso. Yo me preguntaba cómo podía estar tan segura. Uno nunca sabe qué día será el último tenga uno  la edad que tenga. Y la avidez sigue ahí.