Lo bonito que tienen las etapas vitales en las que eso que ahora se ha dado en llamar zonas de confort se resquebrajan, es que te permiten ser un llanero, y que, además, te permiten escribir la palabra llanero. Y te empujan a caminar por la calle con botas y blue jeans un lunes por la mañana, y unas buenas gafas de sol. Y a fumar picadura sin filtro, y para encenderlos usar una cerilla, y con un escorzo decidido la prendo mediante el rozamiento con la suela.
Puedo hacer cualquier cosa ahora que camino sobre arenas movedizas, puedo hacer cualquier cosa ahora que de fondo suena un blues del delta del mississipi, puedo hacer cualquier cosa mientras un slide se vaya deslizando al límite, sin llegar a caer nunca al abismo y sin llegar a pisar jamás tierra firme.
Saberme en peligro me hace osada, a veces me empuja incluso a la temeridad. Y se da la contradictoria circunstancia de que justo cuando todo puede saltar en mil pedazos, o precisamente porque todo puede saltar en mil pedazos, mi cuerpo se mueve y avanza sabiéndose invencible.