La era de la responsabilidad personal

Voy a copiar tres párrafos del artículo «Ayuda para conocerse mejor» del Suplemento de El País de este domingo.

«Los seres humanos seguimos siendo esclavos de una sutil paradoja: hemos sido capaces de conquistar la Luna, pero no a nosotros mismos. Estamos tan obsesionados por lo que sucede fuera que no queremos ver lo que nos pasa dentro. Afortunadamente, el egoísmo, la negatividad, el vacío existencial, la angustia, la tristeza y, en definitiva, el sufrimiento que estamos cosechando como humanidad, son claros indicadores de que nos estamos equivocando al priorizar el desarrollo externo antes que apostar por el interno. Mientras nuestro corazón y nuestra mente sigan en guerra, seguiremos creando caos y conflicto a nuestro alrededor.

En este contexto se está produciendo el denominado «despertar de la consciencia», que consiste en darnos cuenta de que más allá de nuestras circunstancias siempre tenemos la opción de elegir nuestro pensamiento, nuestra actitud y nuestro comportamiento. Y estas decisiones son las que crean y determinan la calidad de lo que experimentamos en nuestro interior y, porteriormente, lo que creamos en el exterior.

Esta revelación suele vivirse como un clic en nuestra mente. Y consiste en reconocer que nuestra vida interior puede ser mucho mejor:  que nosotros mismos podemos cambiar, crecer y evolucionar para ser más felices de lo que somos ahora.  Lo  queramos o no ver,  ha comenzado una nueva era con una nueva filosofía: la responsabilidad personal. Dentro de poco, no valdrá engañarnos a nosotros mismos, amparándonos en el círculo vicioso del victimismo. Más que nada porque no funciona.

Lo que sí da resultados es hacer lo que probablemente menos nos apetece: enfrentarnos a nuestros miedos e inseguridades para empezar a tomar las riendas de nuestra vida. Lo que está en juego es aprender a llevar una existencia feliz y con sentido. »

Bueno, no han sido tres párrafos, han sido cuatro… Yo ya he sentido ese clic. Hace mucho, y muchas veces desde entonces. Cada vez con una intensidad diferente.  Y sé que cambiar, crecer y evolucionar para ser más feliz -y crear más felicidad- es un proceso que dura toda la vida.

31 de diciembre

Cómo somos, necesitamos que un día nos de la excusa para poder decir en alto aquello que sentimos, normalmente cuando se trata de algún sentimiento blandito. Porque un día te puedes llenar de ira y mandar a la mierda a quien tienes al lado, pero lo que de ninguna manera puedes, es mirar a ese alguien fijamente a los ojos y decirle “deseo que seas muy feliz”. ¿Por qué? Porque es una mariconada. Porque es raro. Porque no se hace. Y punto. Porque hay unas normas. Porque la felicidad, tanto en masa como en particular, se desea el día 31 de diciembre, cuando acaba el año, cuando empieza el nuevo. Porque el año nuevo representa el futuro.

A mí me parece que desear felicidad, así en general, es lo natural. Desear la propia se da por supuesto. La de amigos y familiares también. Pero igualmente inmediato me parece el desear la de cualquiera a quien no conoces de nada. Por el mismo motivo por el que uno desea la de las personas a quienes quiere. Por egoísmo puro y duro. Y es que la felicidad es contagiosa, al igual que el sufrimiento.

Acerca de la Navidad

Hace un par de años, estando de vacaciones, Eva me llamó al móvil. Patri, tengo que darte una mala noticia. Se ha muerto la madre de Borja. No jodas! ¡Pero si estaba mejor! Ha sido una neumonía, el ciclo la dejó muy baja de defensas. Es por si le quieres llamar. La van a enterrar en Zaragoza, así que igual para el funeral ya estás de vuelta.

Por supuesto escogí la opción más cómoda, nunca sé qué decir en esos casos ¿qué se puede decir? Y le envié un sms, que con las letras me siento más segura. Pero no dejé de pensar en él esos días. Al menos llegué al funeral, y terminamos en una cervecería. Me encargué de decirle a mis compañeros que cuando la diñe, también querría que mi gente me recordara tomando cañas.

Borja es un compañero de trabajo. En la oficina charlamos poco. Ambos somos de pocas palabras. Al menos yo, cuando además de trabajo tengo el correo abierto, y un montón de cosas con las que distraerme. Dame un ordenador y me harás muda. Alguna vez hago algún comentario en alto, del estilo “seré idiota!”. No sé por qué me empeño en hacer públicos mis fracasos.

El caso es que el otro día, Borja me dijo que no le gustaban nada las Navidades, y que ojalá pasaran pronto. Yo normalmente suelo responder a los ataques antinavideños. Porque me fastidia la gente que va de moderna y antialegría, y toda esa campaña que hacen. Que si la exaltación al consumismo, que si la familia es una mierda, que si lo de reunirse por obligación… Me parece absurdo que en lugar de buscar motivos para ser feliz, se busquen excusas para no serlo. Pero en este caso me callé la puta boca.

¿A tí te gusta la Navidad?

Sí. Contesté.

Claro, tú tienes niños. Con niños todo es diferente.

Yo pensé que sí. Pero me remonté hasta la fecha en que no los tenía. Cuando era adolescente me encantaban. Salir en nochevieja hasta tarde, los amigos, la fiesta. Cuando mis padres se fueron a vivir a Lima viajábamos allí con ellos y los veía. Y cuando volvieron… bueno, las primeras vacaciones que pasaron habiendo vuelto yo ya estaba embarazada.

Pero el caso es que siempre me han gustado. Por mucho trasfondo melancólico que tengan.

Aunque Borja no me había explicado sus motivos, pensé que no era necesario. Yo lo entendía. Las fiestas sin su madre debían ser tristes. Pero entonces me preguntó que si quería saber por qué nunca le habían gustado. Y yo le dije que sí, mientras deseaba por favor que no me soltara un alegato anticonsumismo. No lo hizo. Me dijo que no le gustaban porque eran unas fechas en las que las personas eran o muy felices o muy desgraciadas. Y que nunca le habían gustado esos contrastes. Supongo que eso significa que tampoco le gustaron cuando era de los que se suponía debía ser muy feliz. Me recordó a cuando era niña y nos daban las notas, y nunca me alegraba por las mías, porque siempre tenía a alguna de mis amigas llorando junto a mí por las suyas y era necesaria la palmada en la espalda, el ya verás como recuperas, o el seguro que tus padres no te matan. Pero sobretodo recordé de dónde viene esa melancolía, que a pesar de la alegría, llena estas fiestas.

Una vez más me quedé sin palabras. Pero sí me quedé pensando si la solución sería que nadie fuera feliz, para evitar los contrastes. O si tal vez, lo que merezca la pena, sea intentar contagiar si no la felicidad, al menos algo de alegría.