Crónica del aislamiento. Día 12.

El fin de semana fue de vacaciones. No puse despertador, al abrir los ojos era de día, quedaba pan rico para desayunar, y naranjas para hacer zumo, y café. Qué más se puede pedir. Me quité de las espalda la necesidad de cumplir con obligaciones que yo misma me había impuesto. Corregir, preparar el tema 13, editar, hacer una serie de ejercicios, escribir este diario. Y pasamos tiempo juntos y tranquilos en la habitación blanca, y después me dio por cantar y grabar una canción, Moon River, que me viene a la cabeza en momentos en los que de alguna forma siento la necesidad de arropar, o consolar, o ponerme un poco cerca. Un poco más cerca. Y además, que utilice Huckleberry como adjetivo de friend, me parece maravilloso.

Ayer no digo que fuera mal día, pero me encerré a trabajar a las 8 de la mañana y a las nueve de la noche, con un descanso de una hora y media para hacer la comida y comer, entraste y me dijiste. Te vas a poner enferma. Enferma de qué, te contesté sin dejar de mirar la pantalla. De la cabeza, del cuerpo, de todo, ponte un horario, sal de ahí. Creo que en realidad es culpa mía, que me voy buscando obligaciones y ampliaciones y además me da la sensación de que tardo mucho en hacer cualquier cosa. Así que tomé la determinación de ocuparme de temas de mis clases de 8 a 15. Por las tardes a otra cosa. Después de cenar me tomé una copa de vino. Empezamos a ver Hunters. Se desarrolla en los años 70, en USA. Pot lo visto, nazis huídos después de perder la guerra, y camuflados como buenos americanos más, se organizan y comienzan una guerra de guerrillas para dar caza al judío. Eso supongo que obligará a su vez a un aguerrido grupo de judíos a aliarse para dar caza al nazi encubierto. Pero solo lo supongo. Hasta ahora solo han aparecido nazis matando judíos, muy rubios, muy arios, muy extremos en sus planeamientos y en su maldad, muy retorcidos en sus formas de matar, y ciertamente nostálgicos (a una abuela se la cargan instalando un sofisticado sistema de gas en la ducha de la casa y la gasean mientras la pobre canta en la ducha con el gorro de plástico puesto protegiéndola el pelo). En fin. Hoy por la mañana un compañero me enviaba un twitter de un abuelo americano Trumpista que decía que él se sacrificaba por sus nietos, que no se merecían una recesión por salvar a los viejos. Y me acordé de la serie.

Hoy el día ha sido un poco más equilibrado, aunque me reconozco llena de ruido y evadida. Con muro.

Estar en casa todo el día, sin embargo, no me genera ansiedad. A veces pienso si no me iré a encariñar demasiado.

Hoy les he pedido a mis alumnos de tercero que como actividad del día me enviaran un audio en el que me contaran qué les gustaba de estar en casa, qué echaban de menos y qué era lo primero que querían hacer cuando salieran. Los animé a compartir sus audios, porque si a mí me hacía ilusión escucharlos, a ellos también les gustaría oírse. Pero les puede la vergüenza, y, hasta ahora, los que lo han hecho me lo han enviado a mí sola. Una de ellas dice que lo primero que va a hacer en cuanto salga, que es lo que además lleva deseando desde el primer día de aislamiento, es ir al Burguer King. Me he reído mucho. Lo que más les gusta de estar en casa es unánime, y ninguno ha mencionado la consola. Poder pasar tiempo con su familia. Teniendo todos entre 15 y 16 años me ha parecido bastante tierno. Pero aún faltan muchos. El Fornite tendrá que aparecer en algún momento… Mañana tienen un cuento de Juanjo Millás. A ver si les gusta.

Crónica del aislamiento. Día 8.

No hay un baile de números. Ayer no escribí mi crónica diaria. No sé si enfocarlo como un indicio de decadencia, como saltarse un día una ducha, o comenzar a descuidar el aspecto físico. O interpretarlo como un ejercicio de libertad conmigo misma. Yo me pongo mis normas y yo me las salto si es que eso es lo que quiero. No seré yo quien me ponga a mí misma un yugo.

Lo cierto es que a última hora de la tarde, que es cuando suelo ponerme a escribir, recibí un email de la tutora de mi hijo. Que algunos profesores dicen que tiene tareas pendientes de entrega y se ha pasado de la fecha límite. Pues claro, es que no es tan sencillo para un adolescente de 14 años, que es un cabeza de chorlito por definición, entrar a diario en 12 cursos virtuales, uno por materia, y estar al tanto de lo que piden en cada una, de los plazos de presentación de cada una, de las formas, y sobre todo, de planificarse. Ni tampoco para su madre. Hay algunos de sus profesores que sí secuencian tareas para cada día. Otros que les dicen: estudia este temas, haz los ejercicios y dentro de una semana me los mandas por email escaneados. Y, si después de pasarse los diez días esperando a que les lleguen los trabajos les falta alguno, entonces escriben a la tutora para que la tutora le llame la atención a la madre, pero cuidándose muy bien de no decir en ningún momento qué es lo que falta y para quién. Así que la madre, o sea, yo, debe buscar entre los miles de cursos que hay en el aula virtual del instituto, los doce que se corresponden con las materias de mi hijo, ponerme a rastrear y contrastar con él qué ha hecho, qué no, de qué se ha enterado y de qué no. Dos horas me ha llevado esa tarea, y me falta por mirar Educación Física, Tecnología y Deporte. Que también les mandan tareas, claro.

Miguel todos los días hace ejercicios durante 2 horas y media, de forma autónoma, pero a su manera. Él está pendiente de hacer lo mínimo imprescindible, de no complicarse demasiado, de ponerse a jugar on-line, de escuchar música, de ver vídeos graciosos, de ser lo más obsceno que puede, de reír y hacer reír. Y en estos tiempos, su alegría y despreocupación apuntalan el humor de la casa. Sin embargo yo me he propuesto que cumpla las exigencias del claustro, le he organizado el plan de la mañana, y para ponerse al día va a tener que hacer ejercicios todo el fin de semana. Y eso que nos falta Educación Física y Tecnología.

El caso es que, cuando leí ese email me llené de furia y decidí no obedecer a la prudencia que me aconsejaba contestar a la pobre tutora a la mañana siguiente. Y dediqué mi tiempo y mis energías en compartir con esa mujer mi experiencia con el planteamiento de la educación a distancia. Esto va a durar mucho y alguien debería decirles que no lo están poniendo fácil. Podría parecer que esto pudo haber supuesto un desahogo, pero dar rienda suelta a mi enfado no me suele hacer sentir mejor sino lo contrario. Por la noche me tomé un benjamín y un gin tonic, y vimos un episodio de First Dates y otro de Pesadilla en la Cocina. Durante los anuncios volvíamos al coronavirus. Es insoportable. Es como un ruido constante que trato de no escuchar poniendo más ruido. Tampoco salté ni estiré.

Hoy tampoco he salido a la calle. Manu ha hecho compra por internet y solo ha ido a la panadería. Cuando ha vuelto, se ha quitado la ropa y lo ha echado todo a lavar, y hemos desinfectado los guantes. Me dice que todo está en su sitio pero que todo es diferente. Dice que la calle es amenazadora y se pregunta si, cuando acabe todo, podremos salir otra vez sin miedo.

Ahora he vuelto a mirar el correo. No he recibido respuesta.