¿Casualidad o destino?

Roberto tiene 10 años y un amigo, Pedro. Un día, en el patio, Pedro le contó que a su padre lo destinaban a trabajar a Italia, y que en unos días se iría a ese país, a un cole nuevo, y tendría que aprender italiano, y que por un lado tenía ganas porque sonaba a aventura, y por otro estaba triste, porque apenas se verían. Roberto solo estaba triste, porque para él no había aventura, para él quedaba exclusivamente la pérdida del amigo. Pedro entonces le extendió un papel con su dirección en Italia, así podrían escribirse y contarse lo que les ocurriera. Roberto empezó esa misma tarde, y preparó su primer sobre con la dirección. Se quedó con el principio (el nombre y los apellidos de su amigo) y con el final (Véneto, Italia).

A partir de ese día ocurrió algo. El Véneto estaba por todas partes. El restaurante frente al cole se llamaba Vía Véneto, iba en el asiento de atrás del coche, mirando matrículas como siempre, y aparecía en un camión una dirección que terminaba como la de su amigo “Véneto, Italia”, hasta haciendo zapping encontró un documental en el que hablaban también de esa región que hasta entonces no había oído en su vida. Y fue a contárselo a su madre. ¡Mamá, qué casualidad, ¿no crees?  nunca había visto la palabra Véneto en ningún lado, no sabía ni lo que era, y de pronto ahora aparece por todas partes!

Vale, toda la historieta de Roberto me la he inventado para no usar ejemplos de mi vida personal, aunque no será porque no tenga:  tengo muchos. Y quién no tiene. Quién no ha tenido nunca esa sensación. Hay acontecimientos o sucesos que escapan a nuestro control,  que son completamente ajenos a nosotros, que no responden a ningún por qué, y que dependen de la suerte, de la casualidad, del azar… llámalo equis. Pero también creo que muchas de las cosas y de las personas que nos cambian la vida no ocurren por casualidad, especialmente cuando es para bien, aunque nos sorprendamos ante ellas con la misma ingenuidad que el inventado Roberto ante su descubrimiento del Véneto. El Véneto estuvo siempre. Siempre hubo caminones con esa procedencia pululando por la carretera,  siempre estuvo el restaurante con ese nombre, siempre salió periódicamente con variopintos motivos en medios. Pero sólo empezó a existir para Roberto cuando tuvo un significado para él, cuando tuvo algo que ver con él.

Ahí fuera en nuestro día a día, nos cruzamos con miles de personas a diario, con miles de carteles, con una cantidad de información y de estímulos que nos sobrepasa. De modo que ignoramos la gran mayoría de ellos. La casualidad puede hacer que un día pases junto a una persona y tropieces con ella… ¡como con cuántas otras! Pero el hecho de que precisamente una persona con la que hayas tropezado te cambie la vida, y la hagas pasar a formar parte de la misma no es por casualidad. Como tampoco el que la alejes o la rechaces. ¿Por qué precisamente esa persona  entre las miles con las que surgen posibilidades de contacto a diario? Lo importante no es el encuentro con ella. Probablemente ya estuviera por ahí pululando. Si a alguien le otorgamos existencia frente a todo lo demas hay un por qué, y es que de alguna forma, por algo que se podrá o no explicar con palabras, tiene conexión con uno, con el yo íntimo, el de Verdad.  Porque antes de un encuentro, si es de esos que cambian la vida, para bien, ya hay algo tanto en uno  como en otro que predisponía a precisamente a ese encuentro y no a otro (ya existe el Véneto para ambos, aunque no lo sepan). Porque sin ese interés, aunque sea inconsciente, sin esa predisposición, y sin  esa conexión, esas personas se habrían difuminado la una para la otra entre el resto, como se difuminan todas las demás. Y si no lo han hecho, lo harán.

De modo que yo creo que somos nosotros mismos los que vamos dotando de existencia y de importancia en nuestra vida  aquello que en esencia  tiene que ver con nosotros – con nuestros intereses, con nuestras emociones, con nuestro pasado, con lo que íntimamente buscamos, queremos y somos – , aquello  con lo que íntimamente nos reconocemos o identificamos, solo que muchas veces ocurre de forma inconsciente. ¿No podría decirse que el destino no es sino los pasos que nuestro propio yo, esa naturaleza nuestra sobre la que no elegimos, ante la que sólo queda aceptarse,  nos marca?

Entonces, ¿casualidad o destino?

Yo diría que el destino – el destino entendido como el Yo – está ahí para que, ocurra lo que ocurra por casualidad, por azar, por suerte o por desgracia,  nos llame la atención sobre aquello que haya de cambiar nuestra vida y que tiene que ver con nosotros.  Pero la decisión de guiarnos o no por él seguirá siendo nuestra, pues siempre conservamos la libertad para escucharnos a nosotros mismos, o para hacernos los sordos y vivir de espaldas a esa intuición.

Magia desde Pekín V.2.

Cuando el viento partió la rama del árbol, Karl se encontraba tranquilo en el balcón mirándola caer. Estaba tan absorto con el espectáculo, que apenas fue capaz de dar unos pasos hacia su izquierda, con lo que evitó morir aplastado, que siempre es un alivio. Al fin y al cabo, una magulladura en el hombro a cambio de ser espectador en primera fila de semejante vendaval, le pareció un balance muy a su favor. Y con la cabeza bien alta, como orgulloso ganador de aquel trueque, se dirigió a la sala de Urgencias del Schlosspark-Klinik de Berlín.

 

El busca despertó a Elke a primera hora. En los días de guardia podía sonar en cualquier momento. ¿Por qué no a primera hora? Es un momento como otro cualquiera. Elke se levantó sin esfuerzo, y preparó café, para que se fuera haciendo mientras se duchaba. Se vistió, cogió el pijama azul, lo dobló con cuidado, vació la cafetera en un termo, y se puso su abrigo. Cuando salió a la calle supuso el por qué la habían llamado.

 

Enviaron a Karl a la sala de espera. Se sentó y miró a su alrededor. Algunas personas con brechas, unos cuantos niños colorados y semidesnudos con un termómetro en la axila, y él. No eran demasiados. Pero no cesaba de ver entrar camillas traídas por ambulancias. Y escuchaba gritos del personal sanitario “un tráfico”, “un derrumbamiento”. Y los miraba correr de un lado a otro mientras en la sala de espera estaban todos tan quietos. Era como estar en casa y ver las hojas de los árboles agitarse desde dentro. Pero él había salido al balcón, para verlo desde fuera, y una rama se había roto, y tenía el hombro magullado. Entendía que había muchos tipos de urgencias. Y la suya era de las menos urgentes. No se podía ganar en todo. Y mientras pensaba todo aquello, se dispuso a esperar con paciencia.

 

Elke llevaba trabajando cuatro horas. Entraba de cuando en cuando en la sala de espera a llamar al siguiente. Poco a poco las caras iban cambiando. Todas menos una, la de aquel chico de la contusión leve en el hombro, que no la miraba con cara de ansiedad cuando se disponía a nombrar al siguiente, ni perdía el gesto amable.

Elke llevaba cuatro horas trabajando. De modo que se quitó el pijama, cogió el termo de café, decidió convertir la sala de espera en cafetería, y tomó el asiento contiguo al del chico de la contusión.

 

¿Quieres un café?

Gracias. ¿Lo has hecho tú?

Sí.

Está muy bueno.

En realidad yo no lo bebo. Lo he traído por si querías. Siempre hay alguien que quiere café.

¿Por eso lo haces?

Por eso, y porque a mi canario le gusta su olor por las mañanas.

A tu canario le gusta el olor a café… A mí lo que me gusta es el viento. Es lo que más me gusta en el mundo. Ver cómo las cosas se mueven con el viento. De hecho, por eso estoy aquí. Estaba en el balcón, y se rompió una rama de un árbol. Pero por suerte sólo me dio de rebote en un hombro. Soy un hombre afortunado.

Así que ese viento que tanto te gusta, ha provocado un accidente que casi te mata…

Bueno, si no me gustara no habría salido al balcón. Verlo desde dentro no es lo mismo. Es como ver una película en casa. A mí me gusta más verla en el cine. Uno no deja de ser espectador, pero tiene la sensación de estar participando.

Sí, participar…

 

Karl se dio cuenta de que ya habían hablado de él y del canario. Pero de esa mujer sólo sabía lo que no le gustaba. El café. De modo que decidió hacerle una pregunta básica en todo encuentro con un desconocido.

 

¿Y a ti, qué es lo que más te gusta en el mundo?

 

Elke abrió mucho los ojos y sonrió soñadora.

 

¿Lo que más? …La salsa de arándanos…

Deliciosa, sin duda.

Es curioso, creo que no se lo había contado nunca a nadie.

¿Por qué?

 

Elke se paró a pensar. Porque nadie se lo había preguntado.

 

Porque nadie me lo había preguntado. Creo que ni yo misma.

 

Karl pensó que era maravilloso que jamás hubiera pensado qué era lo que más le gustaba en el mundo, y sin embargo, hubiera contestado sin vacilar. A él le parecía una pregunta muy difícil, pues hay tantas cosas buenas entre las que elegir la mejor… Él se había pasado la vida haciendo balance, y aún habiendo elegido, continuaba teniendo dudas.

 

Fíjate, si no llega a ser por el viento, quizás aún no sabrías qué es lo que más te gusta en el mundo. Y ahora no estaríamos hablando.

 

Y ese hecho reafirmó a Karl. Sí. Definitivamente el viento era lo mejor del mundo.

 

¿Sabes por qué está soplando el viento?

¿Por qué?

Porque en Pekín hay una mariposa batiendo sus alas.

Todo tiene un por qué y éste me parece bonito. Pero, ¿por qué batía sus alas?

Para que yo pudiera contarte que lo que más me gusta en el mundo es la salsa de arándanos.

De modo que estamos cumpliendo un destino… ¿Puedo tomar otro café? Es que me gusta tomar café cuando vivo momentos mágicos. Y cuando tengo el hombro dolorido.

De modo que esto es magia… ¿Y qué se hace con la magia?

No lo sé. La magia es tan importante. Actuar con la magia es una gran responsabilidad.

Mucho más que ser enfermera. A lo mejor hay que ser mago para saber sacar un conejo de una chistera. A mí me gustan lo conejos que salen de las chisteras.

 

Karl, agobiado con el peso de la responsabilidad, se quedó demasiado bloqueado como para continuar con la magia que había llegado con fluidez, y volvió a la sala de espera. Después de todo, no se puede soportar peso con el hombro contusionado.

 

Quizás te estoy entreteniendo. Ahí fuera todo el mundo sigue corriendo.

 

Es cierto.

 

Elke pensó en alguna manera de que finalizar un momento de magia abriera esperanza para un comienzo.

 

¿Por qué no vienes a verme algún día? Siempre traigo café.

Claro! Toma mi número de teléfono, por si un día no encuentras quien se lo tome. Me llamo Karl.

Yo Elke.

 

Elke pasó el resto del día pensando en la salsa de arándanos. Y la boca le sabía dulce. Pensó también en la ética profesional. Y compró una chistera.

Elke se fue con su termo cada mañana a la sala de espera, por si un día volvía a ser cafetería.

 

Karl se dejó mecer por el viento el resto del día. Y de la noche. Y pensó que si las mariposas batiendo las alas habían hecho que llegara el viento, no habría ningún motivo para que esta vez no hicieran sonar el teléfono.

 

Lo que más le gusta a Elke es la salsa de arándanos. Elke mira la chistera en los días ventilados, y piensa en la magia. Y tiene el rostro de Karl.

 

Karl sigue mirando cómo se mueven las cosas con el viento. El viento es lo mejor del mundo, Karl ya no tiene dudas. Y se llama Elke.