Cuando Aomame tenía diez años tomó de la mano a un niño de su clase. Entonces supo que sería la persona a la que amaría el resto de su vida.
Me gusta Aomame.
No ha vuelto a verlo desde entonces. Y tiene treinta. Trabaja en un gimnasio; a veces mata gente. No tiene pareja. No ha vuelto a verlo desde entonces. Lo ama. Lo va a amar el resto de su vida. Ella lo sabe. Sólo ella.
Me gusta Aomame.
Y como lo sabe, el que vaya a volver a verlo, el cuándo, tiene una importancia relativa. Nada de eso impide que pueda amarlo. Ni que lo sepa. Sabe que lo ama. Sabe que lo hará siempre. Porque lo sabe no desespera. Por esa certeza no tiene prisa.
(*prisa: dícese del tema del dinosaurio, primera semana de mayo de 2012)