El cumpleaños de mi madre

Mañana es el cumpleaños de mi madre. Me he encargado de un regalo conjunto. Un móvil. A mi madre le gustan mucho los gadgets tecnológicos y el otro día la escuché quejarse de que el suyo se le había apagado de pronto y había estado un día entero cargándose. Después había resucitado. Estuve consultando con mi hermana que me dio vía libre. A mi padre le dije el que había comprado después de comprarlo. Me contestó «Qué barato, ¿es bueno?». Es como los que usamos nosotros, papá, pero si te parece mejor otro lo devuelvo y miro otro. «No, no, si a ti te parece bien, perfecto».

Desde entonces tengo pesadillas. En mi sueño, mi madre me llama y me dice que le ha llegado la versión china, que no se apaña para configurarlo y que no lo quiere, que prefiere devolverlo. Como particularidad del sueño, aunque no debería poder verle la cara porque me lo dice por teléfono, sí se la veo, como si yo fuera una especie de dios de mi sueño que ve a sus personajes desde arriba. Está más rubia y más delgada, tiene el pelo más corto y cara de decepción. Mi madre no ha devuelto nunca un regalo. Y estoy segura de que a lo largo de su vida los ha recibido muy horribles -cuando mi hermana y yo fuimos a nuestro primer campamento nos gastamos todo el dinero que nos habían dado mis padres en comprarle a mi madre en la tienda de souvenirs del pueblo un jarrón chino, y este es solo el primer ejemplo de una larga lista, sé muy bien de lo que hablo-. Pero nunca nada le había horrorizado tanto como para que le compensara el mal rato de disgustar a quien le hubiera hecho el regalo. Ni siquiera el jarrón chino.

Tengo la sensación de que no solíamos acertar nunca con los regalos, pero mi madre tomaba la intención, se han acordado de mí, lo han elegido con cariño. Después lidiaría con su desencanto, terminaría aprendiendo a querer eso que ella nunca habría elegido. Supongo que por eso, con el tiempo, terminaría comprándose los regalos ella. Mamá, te apetece algo por tu cumpleaños? «No os preocupéis, que ya me he encargado yo misma». Eso es lo que había hecho hasta ahora.

Esta noche en mi sueño ya no me decía que quería devolverlo. Con los días, a fuerza de repetir, creo que me he ido volviendo indulgente y me he ido perdonando. Esta noche, al abrirlo, decía sin mucho entusiasmo «ah, un móvil. Pues gracias». Y se le volvía a marcar en la cara la decepción. Las caras no son tan sencillas de elegir como las palabras. Me despierto con su cara atravesada de fracaso, pero el sueño no ha terminado y amplío el campo de visión. Sigo mirando desde arriba. Me alejo un poco y veo un poco menos su cara, y entonces me fijo en que detrás, a su derecha, sobre la mesa del salón, hay unas flores. Las flores reposan en el jarrón chino.

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