Dos semanas aislados y nadie ha presentado síntomas. Estamos a punto de creernos a salvo. Normalmente no tengo miedo. A veces sí, como cuando esta mañana he leído la noticia de una mujer en Francia a la que se le ha muerto una hija, Julie, de 16 años y sin patologías previas. He dejado de leerlo. Un rato después he escuchado toser a Pablo y he entrado corriendo a su cuarto, ¿estás bien? sí, me he atragantado bebiendo agua, tranquila. Creo que es mejor no leer. Es mejor no ver noticias. Veo las noticias y me parece que lo que muestran es otro mundo. Un mundo de encapuchados, enmascarillas, enguantados, de camillas, de ataúdes. Mi mundo ahora es muy pequeño. Es todo aquello que hay dentro de las paredes de mi casa. Ya casi ni miro por la ventana. Hoy me ha llamado la comercial de la imprenta para decirme que han saco un nuevo servicio de presentación on – line. Yo le dado las gracias, pero para dos o tres títulos que sacamos al año podemos esperar a que termine todo esto y hacer una presentación cara a cara. El caso es que la mujer, que es la mar de amable, me dice que cómo lo llevamos en Madrid, que es horrible lo que ve en las noticias. Yo le contesto que para mí es igual que para ella. Yo veo los pabellones de IFEMA y me parece algo tan lejano como cuando veía las imágenes de los hospitales de Wuhan.
Todos los días procuro llamar a alguien. Hago un esfuerzo por mantener un contacto que no sea de redes, escuchar una voz, entablar una conversación, aunque siempre verse sobre lo mismo. Mientras hablo camino por el pasillo, después entro al salón y después vuelvo a recorrer el pasillo. Un día, hablando con mi madre, me hice 3.000 pasos.
El miércoles tuve un día muy malo. Me irritaba todo. Que me ayudarais, que me hablarais, que no lo hicierais, los deberes de mi hijo. Dios, los deberes de mi hijo son uno de mis mayores motivos de enfado. Por la tarde me dediqué a escribir a sus profesores. Hoy he escrito al de religión. Les mandan tareas con la idea de que estén en casa el mismo tiempo con su asignatura de lo que estarían en clase. Es decir, si de lengua tienen cuatro horas a la semana, pues tareas para cuatro horas. Y así de cada materia. Y piensan que chavales de secundaria van a estar durante seis o siete horas seguidas practicando el autodidactismo: leyendo por su cuenta temas, haciendo por su cuenta los trabajos y ejercicios, etcétera. Si todo fuera tan sencillo como «y esta semana te estudias por tu cuenta el tema de la representación gráfica de funciones y me haces los ejercicios» los profesores no haríamos ninguna falta. Y además, tengamos en cuenta que las circunstancias son las que son. Llevan ya dos semanas de confinamiento y algunos chavales estarán bien, otros regular, y otros fatal como para amargarlos con tantos trabajos y entregas. Después le mandas a los profes un tutorial de cómo se usa Skype y cortocircuitan, pero con los alumnos son implacables. Su profesor de religión me acaba de contestar con un «pues tu hijo no trabaja nada en clase», como si se tratara de una revelación divina, como si no lo supiera ya. En fin, que si no hace nada con profe cómo pretende que lo haga solo. Es posible que mi condescendencia no le haya sentado del todo bien, o que, constatando lo limitado de su retórica, se haya sentido intimidado, o que se lo ha tomado como algo personal, el típico complejo de profe de reli en plan «seguro que esto me lo ha dicho a mí porque piensa que mi asignatura es una mierda, y mucho menos importante que mates o lengua». Pues no, porque a pesar de que lo pienso, no le he discriminado y he escrito mi email protesta a la de lengua, al de mates, a la de tecnología, a la de biología… aún me faltan unos cuantos: hay que dosificar, que seguro que me quedan más días malos.
Por mi parte, procuro aplicarme mis propias reflexiones. Pregunto a mis alumnos cómo están, cómo lo llevan, cómo se organizan, qué tipo de actividades les ayudan más. Para poder estar en contacto con ellos les he dado mi teléfono y me han metido en su grupo de whatsapp. Llevo notándoles hartazgo desde hace unos días. Al principio estaban de buen humor, ahora ya entregan cada vez más tarde. He decidido darles hoy y mañana libre, y estoy preparando unos vídeos, en uno explicándoles la guerra de los Treinta Años y en otro los Austrias menores. Por cierto, les gustó el relato de Millás.
Voy a saltar.