Miguelito está triste, qué tendrá Miguelito.
El niño que no anda sino brinca, que ríe y le va la vida en ello y desborda alegría, que se divierte con un balón, jugando al escondite, comiendo chucherías, hablando en idiomas inventados, el niño que canta en la ducha, que convierte en juego el lavado de dientes, poner la mesa, leer un libro, todo lo que hace… menos el fútbol, que eso es cosa seria…. vaga serio, lánguido, cabizbajo, taciturno. No da muestras de entusiasmo, ni por las chuches, ni por los regalos, ni siquiera, ni siquiera por el fútbol. No quiere jugar a nada, ni se ríe a carcajadas, ni habla alto. Se cansa en los entrenamientos, no juega a la consola, ni quiere regalos. No hace los deberes, no quiere bromas, ni besos ni abrazos.
Miguelito está triste, qué tendrá Miguelito.
Miguelito deambula taciturno por casa, y escucha una y otra vez la misma canción. Una y otra vez. Mira el teléfono. Se encierra en su habitación a ratos. Miguel, qué te pasa. Y Miguel sólo contesta nada. Miguel escribe y escribe en el teclado, y deja el teléfono. Y lo vuelve a coger. Se oye una voz de niña. Miguel, cabizbajo, escucha la misma canción una y otra vez. ¿De dónde la has sacado Miguel? La cantan las niñas en el patio. Miguelito no se separa del teléfono. Y pasan las horas, y la canción termina y vuelve a empezar, pero el teléfono no suena.
Miguelito está triste, qué tendrá Miguelito.
Un día, Miguelito volverá a estar contento. Y a entusiasmarse con el partido del sábado. Y a querer jugar al escondite, y a convertir en juego el lavado de dientes, y la lectura del libro, porque acaba de cumplir diez años, y aún es un niño.
Pero ahora ya menos.
Ay, pobre, ¿sufre de amor? Menos mal que los mayores sabemos que eso se pasa y que es, en cierto modo, hasta bonito.
Tiene toda la pinta de que hay amor de por medio… qué desconcertado debe estar…