Tengo una obstinada resistencia a la pérdida por olvido de aquello que considero bello, casi tanta como de perder lo que no.
No me doy cuenta de mis pérdidas o de mis carencias, no me molestan al preparar café, ni al cruzar las piernas cuando me siento, mientras uso el teclado, o en la ducha. De ninguna manera molestan, es, de hecho, esa ausencia de dolor precisamente la que distingue a las pérdidas por olvido de otro tipo de pérdidas, y ahí radica su perversión. Obstinadamente me resisto a olvidar.
A veces ocurre que descubro cosas bellas. Me pasó, por ejemplo, el otro día al escuchar a Forges pronunciando la palabra “provecto”. Dios, qué belleza encontré en el adjetivo, y cuánta más en boca de ese hombre, en el que el término resulta armonioso, y no por su edad, sino por su empleo del lenguaje, tan bello y preciso, tan al servicio de la lucidez y la inteligencia, tan dotado de significado. Tanto, que a mi juicio ofrecía un claro reflejo de su propia belleza, la de Forges, y aunque era la primera vez que lo veía y escuchaba al margen de sus viñetas, me cautivó de inmediato y de forma irremediable. Y de inmediato te lo dije, aunque ya te habías dado cuenta.
Provecto.
Me resisto a olvidar aquello que no quiero olvidar, así que trato de evitarlo para no dejar ese aspecto tan relevante en manos de mi memoria selectiva, pues a saber cuáles son sus criterios. Para ello voy probando técnicas, todas ellas rudimentarias: igual que los enfermos diagnosticados de olvido anotan los nombres de las cosas mientras aún los recuerdan, yo escribo las palabras bellas descubiertas o redescubiertas en una libreta. Así puedo leer palabras como inefable, contumaz, impertinente, dédalo, entelequia o provecto. Sé que no basta con eso, así que trato de pronunciarlas e incorporarlas en mi habla habitual, y sé que si lo logro, sólo si lo logro, le habré ganado la batalla a la pérdida por olvido.
Para salvaguardar imágenes utilizo las fotografías, que además de imágenes bonitas también ayudan a evocar recuerdos de la propia vida. Y así el otro día te dije que de mis dos visitas a Barcelona, recordaba de la primera que estuve en el parque Guell, porque es del único lugar que tengo fotos, y eso que hace casi veinte años. Se trata de un recuerdo selectivo. El mero hecho de que me tomara la molestia de realizar una fotografía significa que lo seleccioné, al igual que con las palabras anoté entelequia pero no ampuloso. Recuerdo alguna otra cosa, no demasiadas, pero esos recuerdos son azarosos, no sé por qué quedaron esos y no otros, misterios de mi memoria selectiva. El olvido arrasó lo demás.
La memoria conserva el hilo argumental, eso no lo niego. Es selectiva sólo con los detalles, con pequeños momentos. Mi padre dice que la vida está hecha de momentos. Pero se producen al hilo de un argumento principal. No voy a olvidar, por ejemplo, que tengo dos hijos, cómo eran al nacer, si dormían bien o no, si eran sanos, su carácter… no voy a olvidar el hilo argumental de mi propia historia. Pero sí que se me olvidan muchos momentos con ellos, detalles. No tenemos disco duro para conservarlo todo. Y según pasan los años se va uno quedando con una idea más general, y los detalles que han quedado se van haciendo borrosos.
Y algunos detalles son importantes, porque son preciosos. Y como no los podemos conservar todos, como refuerzo a mi propio hilo argumental del que en gran parte soy responsable, me gustaría estar hecha de los detalles preciosos. Y no me parece justo el no poder ejercer ningún control, ni responsable que, pudiendo ejercerlo no lo ejerciera, sobre lo que ha de perdurar y lo que voy a perder, ni esa sensación de vulnerabilidad ante la propia memoria, el no saber ni cómo ni el cuándo ni el por qué aparecerá un recuerdo remoto, que llegará por sorpresa sin que nadie lo haya avisado, que dejará en ocasiones un buen sabor de boca, otras no. Mientras que quizás otros, muy preciosos, deciden perderse para siempre y no volver.
Porque igual que cuando oigo o leo palabras que no quiero que se me olviden porque me gustan, tengo la técnica de anotarlas en un papel, y muchas veces funciona, cuando tengo la lucidez de estar viviendo un momento precioso me sorprendo aferrándome a él mientras pienso que no lo quiero olvidar, no lo quiero olvidar, y pienso también en la manera de que no se desvanezca nada, de que pase a formar parte de la colección de recuerdos que soy -entre otras cosas-.
Empleo para ello diferentes técnicas, pero en el fondo todas se basan en una asociación entre el momento y alguna otra cosa a la que se pueda regresar de forma voluntaria, de manera que acudiendo a esa cosa pueda evocar fácilmente esa vivencia. Entre las cosas evocadoras me han resultado útiles las fotografías, la música -¡la música!-, las palabras, o algunos objetos como chapas, papeles o dibujos. Estoy dispuesta a admitir sugerencias.
Eso sí, es conveniente advertir que, si bien la pérdida por olvido no molesta en absoluto, en el hecho del recuerdo subyace el riesgo de la nostalgia: la consciencia de que los momentos son únicos e irrepetibles, y esos momentos tan preciosos ya no van a volver. Y ese sentimiento de pérdida, a veces justificado, y otras no -porque eso que originó el recuerdo de la vivencia pasada aún permanece y origina otras diferentes pero también preciosas-, sí que duele.
Y eso me hace pensar que, además de domesticar la memoria, tengo que estar atenta para domesticar la práctica de acudir a mis tótems evocadores. Y también que es un tanto paradójica esa resistencia mía a ser domesticada y al mismo tiempo esta férrea voluntad de autoamaestramiento…..
Entonces siempre podrás escribir algo hermoso para recordar algo que no te guste.
Estimado capitán, pretendo lo contrario….
A mí también me gusta la palabra provecto y más dicha por Forges.
No me ha extrañado nada que compartas conmigo esa opinión :-).
Y los olores!!, son un gran medio para evocar momentos preciosos!!
Besos.
Sí, los olores son muy evocadores, pero me parecen más complicados por incontrolables…. Los perfumes sí están muy al alcance, pero por ejemplo, alguna vez he entrado en algún centro donde debían emplear los mismos limpiadores que en el colegio donde estudiaba de niña y ese olor me ha hecho sentir tan perdida como el primer día de clase. Muchos olores, que para mí podrían ser evocadores, como el olor a chimenea por la calle, a tierra mojada, a césped recién cortado, a higuera, a algunos condimentos desconocidos, el que deja un detergente indeterminado en la ropa, el olor de un lactante, los olores corporales, personalísimos… no es sencillo conseguirlos a voluntad. Muchas veces los olores te transportan y muy vívidamente a un recuerdo, estoy de acuerdo contigo en que son poderosamente evocadores, pero pocas veces a voluntad ¿no crees? Por este motivo no los he podido incluir en mi lista….
Bueno, si hablamos de controlar cada una de esas evocaciones con elementos guardados y sacados o utilizados cuando queramos sentir de nuevo ese momento precioso, para poder unirlo a tu lista, debería alguien vender unos tarritos, con olores y así tenerlos en casa y disfrutarlos como las fotos o las palabras paladeadas… aunque ciertamente en parte me gusta ese atraco sentimental que producen los olores sin avisar, cuando te los encuentras desprevenido, como tu misma decías. Hoy mismo me pasó esto, justo antes de leerte, subía por las escaleras de un piso a otro de mi oficina y recién habría limpiado y ese fuerte olor que me vino de lejía me llevo al centro de salud al que iba cuando era niño. Antes un síntoma de limpieza y desinfección en esos lugares era el olor a Lejía. Será por esto que acababa de vivir que decidí añadir a la lista los aromas…