Es curioso lo sumamente felices que nos hace sentirnos únicos en el mundo. ¿Y quién no ha hecho alguna vez una reflexión, o generado una opinión, o tenido un pensamiento realmente original y no se haya sentido feliz por lo que eso implicaba, el ser diferente y único entre todos los demás seres?
Entonces ocurre algo insólito, y es que un día, compartiendo esa idea, ese punto de vista, esa opinión, aparece una persona que piensa exactamente lo mismo. Y, a pesar de que pudiera parecer irracional-o a pesar de que lo sea- ese momento es un éxtasis, y el cuerpo se sacude con otra felicidad diferente, la de sentirse en comunión con alguien, formando parte de algo. La de no estar solos, no ser solos.
Y a veces me paro a pensar en lo contradictorio que resulta que precisamente esa conexión que nos roba la sensación de ser únicos en el mundo no nos arrebata la felicidad primera, sino que la multiplica.
Y pienso en lo difícil que resulta el equilibrio con esta naturaleza nuestra tan compleja, que nos empuja a vivir armonizando permanentemente necesidades tan opuestas como lo son el YO y el NOSOTROS.
Igual «yo» y «nosotros» no son tan realidades tan opuestas y sólo lo parecen. Porque opuesto implica exclusión y negación.
Y yo, al menos, necesito en mi vida a otros (a algunos otros muy concretos :-)) para sentirme vivo. Para ser yo.
Este comentario a lo mejor me ha quedado un poco egocéntrico… 😉