El otro día, tomando café, les decía a Manu y a Eva que en realidad necesitábamos mucho menos de lo que pensábamos. No, no iba por el manido tema de la esclavitud de las posesiones. Era más un tema de necesidades físicas o biológicas, o llámese equis. Yo siempre he sido dormilona. Es algo que me gusta. Y no sólo me gusta, sino que siempre he estado convencida de que necesitaba dormir un mínimo de siete horas para poder ser persona. Sin embargo, llevo una temporada en que los días –las noches- que más duermo apenas llego a cinco. Y no me he muerto. No sólo eso, sino que no noto una diferencia sensible en estado físico. Con la comida es igual. Estoy absolutamente convencida de que comemos mucho más de lo que necesitamos para vivir, mucho más, y es un ejemplo más evidente que el del sueño.
Eso me ha llevado a pensar – si, en voz baja, no quiero quedarme sin amigos- en los límites. En lo míos. Yo creía que eran unos, pero sin embargo no es así. ¿Dónde están mis límites? Y de pronto me pareció importante conocerlos. Hasta dónde soy capaz de resistir sana.
Quizás en el plano físico, o fisiológico, la búsqueda de límites es relativamente fácil. Los límites no difieren demasiado entre una persona y otra, no son demasiado flexibles. La naturaleza humana nos condiciona tremendamente en este sentido. Pero si pienso un poco más adentro, si voy más allá del cuerpo que me contiene, pienso que hay muchos otros límites. Y lo más triste de todo es que son límites que no nos hemos fijado nosotros, que ni siquiera nos tomamos la molestia de explorar, y a los que tememos. Como si detrás de ese límite no hubiera nada, como si se fuera a terminar la vida.
Los límites son una cárcel. Nos estrechamos hasta introducirnos dentro de ellos, y nos mantenemos en ese corsé, al que estamos tan acostumbrados que llega un momento en que no molesta. Los límites son el vaso que hay en la mesa de la cafetería, y de pronto me imagino ser el café. El café que hay dentro tiene la forma del vaso, y se queda allí dentro, quitecito. Si el café no tuviera el límite del vaso, si el vaso se rompiera, se desparramaría el café por toda la mesa, y después caería al suelo, y seguiría derramándose más allá incluso.
Y llevo días pensando en eso. Pienso en mi vaso. Pienso que quizás pueda investigar los límites de mi vaso a raíz de incrementar el análisis de mí misma y mis por qués, mi autoconocimiento. Puedo incluso pensar en qué límites me he puesto yo, qué límites están condicionados por mis propios complejos, por mi propia inseguridad, cuáles por los convencionalismos sociales, cuáles por la necesidad de aceptación, cuáles por la cultura de lo fácil, cuáles por un sentido moral. Lo que no puedo hacer, es imposible, es conocer cuáles son los verdaderos, hasta dónde puedo llegar yo café, sin romper primero el vaso. Y lo cierto es que encontrarse al borde de traspasar un límite, de romperlo, es como arrimarse a un abismo, como estar a punto de saltar sin paracaídas, como asomarse al fin del mundo… pero sin embargo, uno traspasa ese límite, uno da el paso hacia delante, y se sorprende respirando. Nada ha terminado. Sigo viva. Sigo viva y además tengo una cierta sensación de ingravidez. Como si pesara menos. Como si fuera más libre. Como de hecho, soy. Lo somos siempre. Para quedarnos dentro del vaso, o para romperlo e ir más allá de nosotros mismos.
¿Vamos eligiendo nuestros límites? A veces vivimos al cobijo de cosas, lugares y personas que se van transformando en límites. Por eso es importante trabajar dentro de nosotros mismos para romperlos, matizarlos, volver a elegirlos, ¿¿¿¿¿¿¿??????. Uf!!!! Menuda reflexión que me has puesto delante de mis narices justo antes de comer.
Me alegra leerte. Un abrazo.
¿Por Cádiz este verano?
Por eso es importante trabajar dentro de nosotros mismos para romperlos, matizarlos, volver a elegirlos, ¿¿¿¿¿¿¿??????.
Sí, algo así, Soledad. Últimamente ando así de densa. Los límites son cómodos. Y si se nos pasa por la cabeza el romperlos nos ponemos el «no puedo» demasiado pronto, sin probarnos siquiera. Porque es más sencillo que probarnos.
Y sí, estaré en Cádiz este verano. Me falta una semana :-).
Espero que estés bien. Un abrazo fuerte.
Ya lo dijo Bruce Lee:
«Be water, my friend»
Un beso.
Creo que la mayoría de nuestros límites, físicos y mentales, son elásticos. A veces está en nosotros la opción de decidir estirar la goma o no, pero muchas veces se estiran sin nuestro consentimiento, libres e independientes que son ellos. Un beso.
quierodormir, lo somos, de hecho… besos
ana, con sin consentimiento creo que es bueno que se estiren, aunque adpatarse al nuev espacio requiera esfuerzo. Un beso
Je, je… estás perdida, ya no hay vuelta atrás.
El autoconocimiento y la libertad es una búsqueda sin retorno. Una vez empiezas no hay forma de pararlo.
Todo fluye, nada permanece. Nosotros, los de ahora, ya no somos los mismos. LLevo perdida en esa tarea muchos muchos años. Es sólo que a veces es más intensa que otras. Gracias por tus palabras.
Aprendí de golpe que podía prescindir de muchas cosas. O más bien me di cuenta de que ya estaba viviendo sin ellas. Podríamos prescindir de casi todo. Si quisiéramos. No es una obligación, si no una herramienta que puede llegar a ser muy útil.
En efecto hay muchas cosas de las que puedo prescindir. Justo ahora en mi vida me siento más libre , al conocerme ,al darme cuenta de cuales han sido los limites que otros me han impuesto y cuales son imposición propia. Ahora voy sorteando mis días entre obligaciones y pequeñas concesiones como la de desvelarme por leer o ver una película a mi gusto , eso me hace disfrutar de la bocanada de aire fresco que antes me era negaba.
Me gusta mucho como escribes,tus analogías y la profundidad de tus palabras , gracias también a Triste sina por acercarnos a este café 🙂