Esta tarde ha ocurrido algo insólito. Algo que en casi ocho años no me había pasado. He dejado de vivir en Madrid.
Y ha sido esta misma tarde, cuando después de una sesión de parque hemos decidido sentarnos a tomar algo en una terraza. Y estando allí sentados, como si fuera lo más normal del mundo en una ciudad donde para ver a un amigo hay que llamar, buscar un vacío en la agenda, utilizar varios medios de transporte público, e invertir cuatro o cinco horas, ha aparecido mi amiga Reichel, hombre hola, me tomo una con vosotros. Y así, sin grandes aspavientos y como si aquello fuera lo más normal del mundo, hemos estado charlando, comiendo croquetas, bravas y cañas.
Pero de pronto ha aparecido mi hermana con un amigo, y se han sentado también. Así, como si fuera lo más normal del mundo. Con las croquetas y las bravas. Y las cañas y el tinto de verano.
Así que con esos encuentros casuales, debidos quizás a la casualidad, quizás al calor del verano, quizás a una tarde con magia, vividos con naturalidad, como lo más normal del mundo, de pronto he perdido la conciencia de ser ciudad para convertirme en barrio.
Qué especiales esos momentos… cuánta ilusión hacen esos encuentros por sorpresa… me alegro que lo disfrutaras. Ése es uno de los motivos por los que me gusta el pueblo donde vivo…siempre hay un conocido para disfrutar de una cerveza y una charla 😉