Al abrir el baño, me las apaño para que la puerta me rebote en el pie y después en la ceja. El ímpetu. O la torpeza.
Duele. Me miro en el espejo y tengo la marca. No me la he partido. Se hincha. Comienza a competir con la mancha de café que llevo en el vestido. A ver quién llama más la atención. Menos mal que la sopa se me cayó en el suelo y no entra en carrera.
Salgo del baño, Eva me está esperando para volver a casa juntas.
– Patri, qué te has hecho?
– Me he incrustado la puerta en la ceja.
– Anda, que vaya día llevas. Tienes blanco el punto del golpe, y rojo todo alrededor. Y se te está hinchando. Anda, que vaya día llevas.
Mi trabajo ni me entusiasma, ni me realiza. Me entretiene y me da de comer. Punto. Pero lo cierto es que hay días en los que me alegro enormemente de emplear mi tiempo haciendo contabilidades, análisis financieros, y liquidando impuestos, y no en trabajos que requieran una gran precisión de movimientos. Como pueda ser un trabajo de camarera, o de francotiradora….
Yo ya llevo una temporada larga de tropiezos y golpes. Te entiendo.
Jeje, yo soy también de las que se va dando golpes contra los cajones, esquinas de las mesas y picaportes. Los que están en el mismo sitio todos los días y mi cuerpo se niega a reconocer.
Mi hija lo ha heredado. Tiene su punto, pero a veces lo que más duele es la verguenza 🙂
Besos morados.