La purificación
Andrés nunca pensó que tener un amigo editor pudiera cambiar su vida hasta ese punto. Siempre había estado escribiendo. Desde adolescente. No un diario, eso es una mariconada, pero sí un cuaderno de notas, donde plasmaba pensamientos, opiniones, pequeñas poesías, y dibujos. Uno de esos trabajos que cuando uno tiene diecisiete años es motivo de orgullo; hasta a algún compañero se lo había enseñado. Por supuesto Iván estaba entre ellos.
Pero según pasan los años terminan siendo motivo de vergüenza. ¿Y yo escribí esto? ¿Pero cómo podía ser tan idiota? Su profesora de literatura había dicho alguna vez en clase que los escritos personales, cartas, diarios… no se pueden tirar a la basura, que las emociones y sentimientos de los que uno se quiere deshacer, merecen cuanto menos un rito: quemarlos. El fuego purifica. Pero Andrés, el día que decidió que ya no se reconocía en aquel cuaderno adolescente, lo tiró a un contenedor. Sin más miramientos ni romanticismos. Si tiraba el cuaderno por ser adolescente, no iba a comportarse él mismo como tal. Y mira que Iván lo regañó. No lo tires, tío, que nunca se sabe. Si no crees en ti ni tú mismo, si ni tú mismo sientes cariño por lo que has sido… porque eso que tiras, eres tú en algún momento del tiempo.
Aún pasó algún tiempo de trabajos esclavos, hipoteca a fin de mes, matrimonio, divorcio, convivencia, separación, y vacaciones en la playa, hasta que recibiera esa llamada. Toda una vida la fuerza de la gravedad haciendo su labor de mantenerlo con los pies pegados al suelo para que un mensaje en el contestador reventara todas las leyes físicas.
“Andresito, soy Iván, voy al grano, ¿no seguirás escribiendo? ¿o lo has ido tirando todo al contenedor? Estoy en una editorial, trabajando, digo. Tengo algo de mano aquí dentro. Envíame algo. Igual hay una oportunidad para ti”.
La palabra oportunidad es lo que tiene, se mete en el cerebro a través del tímpano, y por algún tipo de conducto no estudiado, se instala en el alma, donde se encuentran los anhelos, y allí va creciendo y creciendo, y ramifica, y lo va llenando todo. Hasta salir del alma e ir enraizando en otros órganos vitales, como el cerebro, los pulmones o el corazón. Y al final hasta las piernas y los brazos funcionan encaminados a subirse al tren donde viaja esa oportunidad.
Tres meses más tarde, Andrés se presentó en la Editorial, dejó sus escritos, tomó un par de copas con Iván. Y se fue a casa a esperar.
A esperar nada, qué cosas tienes, Andrés. Que lo que haces es pura mierda. De la que huele. Que ni con mano eres capaz. Que tendrías que haber hecho como con el puto cuaderno, tirarlo todo, y el lápiz y el teclado.
Iván fue más suave que él mismo. Suele pasar. “Es muy bueno, tráeme más cosas, esta vez no pero quizá…”
Como si fuera a haber una segunda vez.
Un año más tarde, un domingo lluvioso donde poco más podía hacer que dar una vuelta por el Corte Inglés, vio dentro de los Diez Libros Más Leídos, uno con el logotipo de la Editorial de Iván. No pudo evitar comprarlo preso de la curiosidad. Qué clase de cosas editará esa gente. Y… qué puñetera casualidad: editaban mierda. Pero no una mierda cualquiera, sino de la que huele, de la suya: LA SUYA. Pero el nombre del autor era otro. Otro que ahora mismo estaría firmando ejemplares. Descojonándose de la risa. Junto con Iván, el responsable de aquel bombazo editorial. Escuchaba sus risas al tiempo que escuchaba también la de las personas que veinte años atrás pudieran haber encontrado en ese contenedor su cuaderno adolescente, que no contentos con descojonarse del imbécil de ideas pueriles y dibujos absurdos, seguro que habría pasado de mano en mano, para más escarnio, para más burla, para más miseria. Y quizás aún podría estar deambulando en manos de quién sabe quién, que no tardaría en sentir vergüenza ajena con semejantes notas.
Recordó las palabras de hace años; esa profesora tenía razón. Y por fin lo entendió todo.
Corrió hacia la Editorial, mareado por la gasolina.Las emociones, las palabras, las historias, los sentimientos…son parte de cada uno, en algún momento en el tiempo, o en todos. Aunque ya no existieran leyes físicas, y la gravedad se hubiera muerto, porque el suelo había desaparecido bajo sus pies.
El fuego todo lo purifica.
Y en ello pensó mientras encendía la cerilla.
Curiosa historia: no dejar de creer en uno mismo, ¿ni en los amigos? Ni en los amigos.
Feliz 2009.
Sí, soy yo. Colega de antes y, como ves, también de ahora. Ahora te sigo aquí y envidio tu tenacidad.
Un abrazo.
Ni en los amigos, Soledad, siempre puede haber sorpresas, pero el fallo que no sea de uno. Y el mayor, no confiar. Feliz 2009!
(en cuanto a mi tenacidad, no te creas, últimamente flaquea… un beso)