Este verano Pablo me pidió permiso para algo curioso. Mámá, ¿de mayor puedo ser obrero? De mayor puedes ser lo que quieras. ¡Vale! Pues me lo pido! Que yo quiero tener un cinturón de esos llenos de herramientas.
Yo, sinceramente, tenía otros planes, pero lo entendí perfectamente. El niño debía mirar a sus padres y pensar, qué pringados, tanto estudio y tantas horas de trabajo para un sueldo tan mediocre…
Claro que, otros niños piensan eso también y sueñan con ser futbolistas, actores o estrellas del rock. Obrero. En las demandas de empleo infantil esa debe ser de las profesiones menos solicitadas. Tengo un chico práctico.
La cosa no acabó allí. Y al poco tiempo me volvió a pedir permiso. Mamá, además de obrero, ¿puedo ser también policía? Claro hijo, muy compatible. No quise quitarle la ilusión diciéndole que era muy posible, dadas las leyes de la genética, que en su madurez no llegara a alcanzar la estatura mínima para poder hacer la oposición. No seré yo la que frustre sus sueños.
Y ya, por fin suelto, dada mi permisividad, viendo Tom y Jerry en el Oeste, dijo muy seguro además de obrero y de policía, también voy a ser vaquero. Esto ya me sobrepasó. La música Country de mi padre debía estar haciendo algún tipo de mella en el subconsciente del niño.
-¿Vaquero? ¿Pero para qué?
– Pues para cazar a las vacas con lazo. Eso es divertido. Eso sí, sin pistola. No quiero llevar una pistola nunca en la vida.
– Pablo, ¿y cómo piensas ser policía sin pistola?
– ¡Hombre! ¡Es que yo quiero ser de los municipales que enseñan educación vial en los colegios!
Acabáramos.
Sin embargo, y sin ninguna explicación, un día decidió cambiar de idea. Y volvió a pedirme permiso.
-Mamá, ¿estoy a tiempo de cambiar?
-¿de cambiar de qué?
-De lo de obrero y policía.
-Si, claro que estás a tiempo.
– He pensado que prefiero ser una persona normal.
– ¿Una persona normal? Los obreros y los policías, (e incluso los vaqueros), son personas normales…
– Quiero decir que quiero ser normal, como tú y como papá, y llevar ropa normal, corbata, y trabajar con números en una oficina.
Ese día sí que me llevé una profunda decepción. Y me habría encantado ser algo más «anormal«, aunque sólo fuera para ser un mejor espejo.
Hoy, un año más tarde, ya ha comenzado el proceso de pérdida de personalidad que culminará con la adolescencia, y Pablo, como el resto de los niños de su edad, quiere ser futbolista.
Me gusta mucho leer las entradas que escribes hablando de tus hijos.
Creo que «tu Pablo» tiene 7 años, y «mi Mario» acaba de cumplir 6, así que es como leer mi futuro con él un poquito por delante.
Sólo que Mario quiere ser palista y paleontólogo, porque «en las dos cosas hay que remover tierra».