Feb 2008.
Ayer cogí el metro el metro para ir al concierto. En el ramal a veces pasa. El tren tarda un rasto en cerrar sus puertas para iniciar su recorrido entre dos únicas estaciones.
Frente a mí se sentó una chica rubia muy joven. De ojos ojos. Bueno, azules. Bueno azules y rojos. Se sujetaba la cabeza con una mano, y miraba al techo. Y así, además de tener la cabeza apoyada, dejaba su mano estratégicamente colocada para atrapar las lágrimas cuando se escapaban de su sitio. Yo la miraba y le preguntaba ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? Pero no lo oía salir de mis labios. Ella también me miraba al sentirse mirada. Y otra vez al techo. Y después buscó en el bolso un móvil, y se puso a teclear. Y se le escaparon unas lágrimas más, que atrapaba con las manos. Y me enfadé con mi boca por olvidar hablar.
Yo no podía dejar de mirar. Porque la tenía delante y porque lloraba. Busqué un pañuelo, pero no hubo suerte. Nunca están cuando se les necesita. Quizás no sea grave. Quizás es un desahogo. Quizás sea una pena hoy grande que después será pequeña. Quizás un día sesible. Quizás lo necesite. Quizás lo agradece. Quizás quiera estar sola. Quizás.
Cuántos quizás últimamente. Llevo unos días viendo a personas llorar. Por la calle, solas, o al otro lado de un teléfono. Ahora también en el metro. Últimamente veo pocas sonrisas. Quizás sea invierno. Quizás.