Tú y yo somos iguales… pero yo un poco mejor.

En otra vida yo trabajé en un banco. Me tocó una oficina en la calle José Ortega y Gasset, en pleno barrio de Salamanca de Madrid y antes de dejarme sola en mi mesa, me pusieron junto a la mujer que más vendía en aquella oficina, para que me formase. Una de las primeras lecciones de esa mujer, Inmaculada, fue la siguiente: según se siente alguien en tu mesa le pides su DNI y miras sus posiciones. Si no tiene dinero te lo quitas de encima cuanto antes. La segunda lección fue la siguiente: si es un sudaca (término literal que ella empleaba) o su DNI empieza por X te lo quitas de encima cuanto antes. Inmaculada me enseñó de una forma muy gráfica el concepto de clasismo y xenofobia. Cuando pude ir a mi mesa me empeñé en dedicarle mi tiempo a todo aquel que se sentara allí, tuviera el dinero que tuviera, procediera de donde procediera. Pero por mucho que yo me empeñara, Inmaculada tenía razón: cuando una persona con DNI extranjero que comenzaba por X solicitaba un préstamo era denegado automáticamente por el sistema y había que enviarlo a un departamento llamado “riesgos” para que fuera analizado. “Riesgos” me hacía solicitar más información y después más garantías y, al final, “riesgos” lo rechazaba. Y eso que hablamos de la época en la que los bancos financiaban el 110% de las viviendas y alimentaron una burbuja inmobiliaria que estallaría diez años más tarde. Pero esa burbuja no fue a costa de los “sudacas”, porque bien se aseguró el sistema bancario de dejarlos fuera. 

En este ejemplo, la xenofobia aparece en rótulos con destellos tan brillantes que hacen daño. Pero uno de los peligros es el pensar que nosotros no sentimos eso por nadie y que no nos afecta, sin embargo, cuando menos lo esperamos, como ese gen silencioso que nos predispone a la hiperglucemia y que sin avisar va un día y comienza a destrozarte las analíticas, la xenofobia asoma, y nos sorprendemos mirando con reticencia al médico que nos va a atender porque entre la pinta que tiene y el nombre de su placa parece marroquí, o a la compañera de trabajo que tiene acento caribeño, o nos encontramos investigando el porcentaje de inmigrantes que hay en los coles del barrio antes de mandar a los hijos allí. Es importante esa detección, porque si ni siquiera somos conscientes de nuestra propia xenofobia es muy difícil quitárnosla de encima. Y entender el por qué pueden aparecer estos sentimientos de rechazo, o prejuicio, o reticencia, o de “yo no tengo nada en contra pero prefiero si es español” nos puede ayudar mucho. 

Pienso que una de las principales razones por las que podemos sentir xenofobia tiene que ver con una cierta sensación de superioridad que proviene del hecho de haber nacido y vivido en un país con mayores medios frente a quien ha nacido y vivido en un país con menos. Es decir, yo, europeo, que me he criado en una familia estructurada, que he sido bien educado con orden y principios morales, he ido a colegios que me han dotado de un buen nivel académico y cultural, me he beneficiado de un buen sistema sanitario, tengo mis vacunas al día, la ortodoncia me ha dejado unos dientes perfectos, me han corregido las dioptrías, los pies planos, la escoliosis y la ansiedad… corro un poquito el riesgo de pensar que soy una persona igual que tú, sudamericano, africano, asiático, procedente de país pobre (perdón, en vías de desarrollo), mal formado, educado a saber cómo, poco leído, sin cultura, con esos dientes torcidos y esas marcas de acné… igual que tú, sí, pero… un poquito mejor. Así que tú, sudamericano, africano, asiático, eres igual que yo, y tienes derechos como todo ser humano, así que estás bien para servirme la cerveza, o para limpiar la escalera, pero no para ser mi jefa o no como marido de mi hija. Y esto es algo que tiene que ver con el clasismo. Es decir, mi dinero y el estatus social relacionado con él me hacen sentir superior. ¿Es en realidad la nacionalidad lo que nos pone en guardia? ¿Vemos con los mismos ojos a una niña si es hija del embajador de Colombia que si es hija de la cajera colombiana del supermercado? Yo creo que influye más el dinero y el estatus social que el país de origen, la pobreza da bastante grima. El dinero y la pobreza son argumentos que nos empujan a la discriminación y a un prejuicio de clase. Clasismo y xenofobia se dan la mano.

Otro factor que alimenta la xenofobia es la diferencia cultural. Cuanto más diferente sea la cultura del inmigrante de la de los locales más rechazo se genera. Y la cultura además está ligada a la religión, otro elemento distorsionador por excelencia. Normalmente, si esa cultura extraña se mantiene aislada, sin mezclarse ni perturbar la local, no genera mucho rechazo. Se tolera fácil. El problema viene cuando hay que aceptar ciertas modificaciones en lo propio, y cuanto más propio, más problema. Por ejemplo, que haya musulmanes en el barrio que no coman cerdo, recen mirando a la Meca tres veces al día o cumplan con el Ramadán, me  parece estupendo, que soy una persona muy respetuosa con costumbres y creencias ajenas. Pero igual cortan las calles de mi barrio para celebrar el año nuevo chino y se me hincha la vena, que si primero el Halloween y si ahora esto, y qué será lo siguiente ¿sacrificios humanos? Y ya, si  resulta que llega mi hija y dice que tiene un novio que se llama Mohamed, ¡pero cómo! ¡no habrá hombres españoles y se ha tenido que liar con Mohamed! ¿estará mi hija bien con Mohamed y sus musulmanadas?

Con todo ese estiércol que tenemos debajo de la alfombra y que procuramos no airear porque apesta (yo soy mejor que tú porque eres más pobre, mi cultura/religión/ tradiciones son mejores que las tuyas) llegamos ya al del instinto de supervivencia. Si hubiera trabajo y recursos ilimitados, tolerar la convivencia con personas de otras procedencias sería relativamente sencillo para una persona de bien. Pero en un planeta con recursos limitados, y en un país con recursos limitados, el resto de los seres humanos son una amenaza, y si yo estoy sin trabajo no quiero que se lo den al de al lado, y mucho menos si el de al lado viene de otro país. Aunque yo, español, viva en un país cuyo consumo de recursos naturales duplique o triplique los de países como Senegal, Colombia, Nicaragua o Marruecos. Y no pensamos que el motivo de que otras personas hayan dejado su país es ese mismo instinto de supervivencia. Cómo tendría que estar la cosita por sus países para que en muchos casos sus instintos de supervivencia los llevara a cruzar el estrecho en una balsa de noche o a probar suerte en los bajos de un camión. 

En mi barrio hay un mendigo en cuyo cartel se lee: “Soy pobre y soy español. Necesito ayuda.” Efectivamente, tiene el argumento definitivo que en el barrio lo coloca por delante del subsahariano que vende la farola delante de la panadería. Y es, ni más ni menos, el hecho de haber nacido en este país. 

Hay más instintos animales que en ciertas ocasiones resultan útiles pero en otras nos convierten en seres repugnantes. Pero con esto que hemos nombrado llegamos a un punto importante. Y es que esto que he pensado yo así en un chimpún sin necesidad de haber realizado un profundo estudio sociológico lo han pensado antes ya muchas otras personas que han entendido que esos bajos instintos se pueden explotar, intensificar y dirigir hasta convertirlos en votos. 

El otro día, corrigiendo unos artículos de opinión, un alumno escribía que el hecho de que los empresarios recibieran ayudas para contratar a inmigrantes había generado sentimientos de rechazo en la población. ¿Bonificaciones por país de procedencia? Me apresuré a buscar las bonificaciones a la contratación que existen, y no, efectivamente no existe ninguna bonificación por contratación de inmigrantes. Quizás, lo que el chico escuchó en casa o leyó en redes es que los empresarios contrataban a inmigrantes antes que a españoles porque les salía más barato. Pero esto no es porque el gobierno bonifique a nadie en función de su país de procedencia, sino porque los empresarios emplean a inmigrantes que no tienen papeles de forma ilegal, es decir, cometiendo un delito. Y como los emplean de tapadillo, sin contrato, no tienen por qué ajustarse a la ley que les obliga a pagar un salario mínimo o a respetar un un máximo de horas de trabajo al día, de modo que los emplean con salarios mucho más bajos y les obligan a trabajar más horas, y claro, les sale mucho más barato que hacer un contrato legal a cualquier otra persona, ya sea española o no. Pero esta práctica -delictiva, por cierto- ¿es culpa de los inmigrantes, tal y como vocean algunos? ¿o de esa clase de empresarios muy españoles mucho españoles que abusan de su posición para explotarlos, ahorrarse cotizaciones, mejorar márgenes y pagar menos impuestos, precarizando ese país al que tanto dicen amar? 

Pero ahí está el discurso: Españoles, la culpa es de los inmigrantes que vienen a delinquir y encima se les pone casa, sanidad y educación gratis, mientras nosotros sufrimos paro y no podemos adquirir vivienda. Españoles, la culpa es de los menas, que atemorizan a vuestras abuelas y degradan los barrios. Españoles, si no fuera por toda esa gente que nos quita el trabajo, en los que se despilfarran nuestros impuestos, y que como respuesta llenan nuestras calles de delincuencia, esta nación volvería a ser una grande y libre, que es lo que se merece por derecho propio. ¡Viva el Cid!

Y resulta que es posible tergiversar, mentir, y decir todas esas barbaridades en redes y medios de comunicación sin que nadie desmienta o intervenga.  Y es tan tentador creerlas a pies juntillas, además, sin comprobar ni investigar nada… 

Así que el discurso cala, y no es que yo lo diga, o yo lo vea, es que ya están ahí, tercera fuerza política. En Europa gobiernan en Polonia, Hungría, en Francia están en segunda vuelta, en Italia forman parte de la coalición de gobierno, por no hablar de su preeminencia en Suecia, Finlandia o Dinamarca. En Rusia lleva tiempo.  

La última vez que movimientos nacionalistas, con argumentos de supremacía racial/religiosa/patria, que justifican el recorte de libertades individuales, con aclamados líderes autoritarios que hicieron uso de la propaganda y el control de medios para convencer a la población comenzaron a hacerse grandes en Europa, fue en la década de los años 30 del siglo pasado. Lo que ocurrió después lo sabemos. 

2 comentarios sobre “Tú y yo somos iguales… pero yo un poco mejor.

  1. Este, me temo, es el futuro que nos espera.
    (Esos comportamientos, esas ideas, esos mensajes primarios -da igual que sean falsos o sencillamente tautológicos y vacíos: lo que resulta tan atrayente en ellos, lo que funciona, es que sean simples, claros, contundentes, y si generan desprecio y odio, mejor – han calado ya, y no en una minoría; están extendiéndose como una mancha. Y contemplamos asombrados cómo en el trabajo, en los bares, en las tiendas, en cualquier lugar, a gente de toda condición social o económica, a gente mayor y a gente muy joven, repitiendo esas ideas tan primarias, tan simples y tan falsas -tan ridículamente orgullosas de un accidente, como es el ser español-, y tan peligrosas, repetidas con convencimiento y sin ningún argumento. Haciendo, además y por supuesto, alarde de ellas. Como si el cuñadismo empezara a convertirse en fascismo)

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